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De la misma manera que un joven saludable precisa tener una dosis de rebelión necesaria para enfrentarse con sus padres e imponer su Leyenda Personal, Dios también desea que ejerzamos, cada minuto de nuestras vidas, el poder de nuestras decisiones. Es muy fácil pasarle la responsabilidad a los demás (y a Él), sólo para después culpar al mundo por la injusticia que padecemos, y por nuestro fracaso interno. ¿Pero adónde nos lleva esto? A ningún lado.

Dios nos escucha. Dios nos toma en serio. Vale la pena recordar aquí otro episodio bíblico donde esta facultad está claramente descrita:

En el Libro del Génesis (18:22-33), el Todopoderoso decide avisarle a Abraham que piensa destruir Sodoma y Gomorra. Abraham no comprende: ¿por qué los inocentes deben ser sacrificados junto con los pecadores?

Abraham va más allá. Dice: "¿Cómo te atreves a hacer tal cosa, matar al justo junto con el impío?"

Y exige que Dios se comprometa a no destruir la ciudad, si en ella vivieran cincuenta justos. Dios lo prometió. Abraham comienza a regatear, diciendo que sería absurdo, si faltaran apenas cinco para completar los cincuenta justos, que Él tomase tal decisión. Dios acepta no destruir la ciudad si allí vivieran cuarenta y cinco justos, o treinta, o veinte, o diez… Dios acepta cada uno de los argumentos e Abraham, y sigue prometiendo cambiar de idea.