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– ¿Qué pasó? -preguntó un amigo de Jacobo, cuando los ánimos se serenaron. -¿Por qué abandonó usted la costumbre de no responder nunca a las provocaciones?

– Mire cómo ella está más contenta -susurró el rabino.

De hecho, la mujer parecía divertirse mucho con la fiesta.

– ¡Ustedes se pelearon en público! ¡No entiendo su reacción ni la de ella! -insistió el amigo.

– Hace algunos días entendí que lo que más le molestaba a mi mujer era que yo me quedara mirándola en silencio. Haciendo ésto, yo parecía ignorarla, distanciarme con pensamientos virtuosos y hacerla sentir mezquina e inferior. Como la amo tanto, decidí fingir que perdía la cabeza frente a todo el mundo. Ella vió que yo comprendía sus emociones, que era igual que ella, y que todavía quiero mantener el diálogo.

LA SOSPECHA TRANSFORMA A LOS HOMBRES

El folclore alemán cuenta la historia de un hombre que, al despertar, se dio cuenta que su hacha había desaparecido. Furioso, creyendo que su vecino se la había robado, pasó el resto del día vigilándolo.

Vió que tenía aspecto de ladrón, que caminaba furtivamente como un ladrón, que susurraba como un ladrón que deseaba esconder su robo. Estaba tan convencido de sus sospechas, que resolvió entrar en la casa, cambiarse de ropa e ir a la policía a hacer la denuncia.