Nada más que para recordar el bautismo, compré un retrato de Nhá Chica. Durante la vuelta a Río, el desastre: un ómnibus aparece repentinamente frente a mí, desvío el auto en una fracción de segundo, mi cuñado también logra desviarse, el auto que viene atrás embiste el ómnibus, hay una explosión, varios muertos. Nos detenemos al costado del camino, sin saber qué hacer. Busco un cigarrillo en el bolsillo, y veo el retrato de Nhá Chica. Silencioso en su mensaje de protección.
Allí comenzó mi viaje de regreso a los sueños, a la búsqueda espiritual, a la literatura, y un día me ví de nuevo en el Buen Combate, aquel que uno inicia con el corazón lleno de paz, porque es resultado de un milagro. Nunca me olvidé de las tres rosas. Finalmente, los cincuenta años -que en aquella época parecían tan distantes-terminaron llegando.
Y casi pasan. Durante la Copa del Mundo, fui a Baependi a cumplir mi promesa. Alguien me vió llegar a Caxambú (donde pernocté), y un periodista me vino a entrevistar. Cuando le conté lo que estaba haciendo allí, me pidió:
– Hable sobre Nhá Chica. Su cuerpo fue exhumado esta semana, y el proceso de beatificación está en el Vaticano. Es necesario que la gente dé su testimonio.