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«Derrotados y huidos los paganos, vencedor sois, señor, en la contienda. El reino queda a vuestra merced, pues todo su ejército se encuentra aquí destruido. Nada se opone a que ocupéis el trono y nos aceptéis por vuestros servidores y vasallos.»

Volvióse el caballero al que le hablaba y pausadamente replicó: «Aprended que el rey Thumber es el principal guerrero los paganos, digno enemigo del más destacado entre los Cristianos, y que nunca huye: se retira para incrementar mi deshonor, con lo que es él quien triunfa, hasta el día en que Dios me conceda el cumplimiento de mi venganza. Sabed también que tengo reino que reconquistar y en ello me ocupo. Y conoced, finalmente, que jamás desposeeré a una mujer de lo que le pertenece. Ayudadnos, si queréis, a recoger los cuerpos de vuestros señores y llevarlos al castillo para que tengan las exequias y reciban los honores que les corresponden».

Por la noche recé pidiendo a Dios perdón por mi entusiasmo guerrero, que era pecado gloriarme del daño infligido al enemigo. Ya es bastante causarles la muerte. Que era Avengeray espejo y modelo que, sin proponérselo, me había señalado el camino.

VIII

Nunca antes en aquella corte lo contemplaran, pero la fama del caballero Avengeray de todos era conocida, instalado en la leyenda por los juglares que cantaban la historia de pueblo en pueblo, por los mercados y fiestas, así como en los salones de mansiones y castillos, para mitigar el aburrimiento de larguísimas veladas, juntamente con volatineros, tragallamas, saltimbanquis y tragasables, amén de los bufones. A todos los cuales organizaba el espectáculo Monsieur Rhosse, al que los caballeros pretendían humillar llamándole Madame Rose, sin que se diera por aludido. Tañía el tal la vihuela y el arpa con el primor de sus gráciles manos de mariposa, que jamás empuñaron espada, dardo ni venablo, ni embrazaron rodela ni escudo; ni sujetaron su gentil anatomía mallas ni armaduras, cueros ni hierros, ni siquiera la enjoyada daga florentina que lucían los imberbes enamorados del refulgir de la luna. Que eran su preferencia encajes y brocados, arbiter elegantiorum conocedor de los secretos estilos de las antiguas cortes de la Galia y de Flandes, de vaporosas y cristalinas doncellas con azules pupilas de ensueño, en contraste con las gruesas cinturas, los abultados senos, las amplias caderas de estas damas de tez clara y rubios cabellos, de largas trenzas vigorosas, que se proponía transformar. Buscábanle ellas para organizar sus fiestas, que las hacía lucidas y de tono, quedando la dama muy reputada, y le encargaban hasta el diseño de sus vestidos y mantos. Y se murmuraba que de propia mano les hacía las pruebas de otras prendas de su intimidad sin que despertase el recelo de los maridos por juzgarle inofensivo. Y si no lo fuere, ninguna esposa tuvo cuidado en desmentirlo. Y con todo disfrutaban los maridos muy ufanos con sus burlas, sin darse cuenta de que era él quien les marcaba el paso.

También las doncellas de cámara y salón, vanidosillas como sus señoras, solicitábanle muestras originales para adornar o destacar lo que las distinguía, y siendo maestro consumado de las metamorfosis, disponía de tules y vainicas para disimular la escasez de los escotes y sugerir volúmenes escondidos; mucho importaba el engaño pues que los caballeros gustaban de generosos tesoros que las damas no solían ocultarles.

Y aun cuando costumbres y pormenores fui aprendiéndolos después, prefiero figurarlos aquí y ahora para mejor entendimiento del que leyere.

También era muy conocida, a lo largo y ancho del reino, la bien celebrada Ethelvina, esposa del difunto rey Ethelhave. Aunque de diferente modo, pues el pueblo ensalza en unos las virtudes que admira, y en otros critica los pecados que profesa, y así se retrata en sus sentimientos, que llega a representar en sus héroes y villanos, igual que los paganos hacen con sus propios dioses reflejándose en ellos como si fueran espejos.

Tuvo antes Ethelhave dos esposas que no le proporcionaron descendencia, aunque a cambio llenó él de bastardos el palacio, a los que nunca abandonó, sino que, por el contrario, les colmó desde pequeños de títulos, prebendas y cargos, y en eso no se pareció en nada a otro que me sé, y dejemos el caso aquí.

Diole una hija Ethelvina, ya tercera esposa, y conocedora de su rijosidad le tuvo siempre ocupado en el lecho, con lo que, si no logró aumentar el número de hijos legítimos, al menos le mantuvo sin tiempo de incrementar la cuenta de la bastardía. Que siempre tuviera muy claras las ideas aquella mujer. Tan dispuesta, que siendo el rey tímido y apocado en los asuntos de Estado y gobierno, le ayudó a resolver cuestiones hasta poner en solfa la administración, con lo que se hacían todos lenguas del cambio, pues nunca gozara de más autoridad y prestigio, aunque para nadie era secreto que la mano diestra pertenecía a la reina y que Ethelhave sólo intervenía para sancionar lo por ella dispuesto. Sin que hubiera aparente menoscabo, que siempre guardó a su rey y marido el respeto que le debe toda mujer inteligente.

El rey no aspiraba a conquistar otros reinos, ni tampoco en Ethelvina parecían anidar proyectos de tal magnitud, y así todos los esfuerzos fueron encaminados a conservar la paz, que la logró efectiva por bastantes años, pues los otros reyes respetaban la fuerza que había conquistado, ya que siempre inspira respeto.

Hasta que los bastardos crecieron pasando los años y, alentados por nobles ambiciosos y enredadores, al amparo del rey pusilánime, dieron en crear problemas y dificultades, suscitar envidias y conspiraciones, tachando a la madrastra de usurpadora y autoritaria. Y nunca el padre supo atajar a sus hijos, fuera ello flojedad del carácter o excesivo amor que les tuviera. Que siempre fue un enigma, pues tanto o más amaba a su reina Ethelvina como a su hija Elvira.

Considerábanse los bastardos herederos del reino a falta de hijos legítimos, y llegaron a enfrentamientos, apoyados por unos y otros, disputándose los derechos a la sucesión, pues cada uno se creía digno de la primacía. Extendieron sus ambiciones hasta coquetear con otros reyes; en especial con el del Reino del Norte, que por serles fronterizo ambicionara siempre extender sus dominios hacia el sur, desde que ocupara el trono matando al padre de nuestro caballero Avengeray, de quien entonces era el reino. Pero la habilidad y diplomacia de la reina logró siempre superar la inquina, hasta conseguir el apaciguamiento de todos, y con el tiempo parecieron olvidar las rivalidades, aplicándose más a disfrutar las ventajas de su posición, que no ofrecía reparos. Pues ni el sueño les era espantado por preocupaciones de Estado, ni se ocupaban de otra cosa que no fueran cacerías, amén de cortejar a las damas y ejercitarse en los torneos. Quizás influyera la prodigalidad con que les regalaba Ethelvina a cambio de su avenencia. Y así habían permanecido hasta el momento en que el rey tuvo que acudir al estuario con todo el ejército disponible para enfrentarse a la invasión capitaneada por el rey dane, Horike, apoyado por Oso Pagano, el rey Thumber, aliados para perdición del buen Ethelhave, cuyo cuerpo conducíamos junto con el de los cinco obispos, hacia el castillo de Ivristone, tras haber enviado por delante mensajeros que informaran a su esposa de los trágicos acontecimientos, y aun le añadieran que el caballero Avengeray salvara el reino quedando por dueño del campo, y que antes que pensar en proclamarse rey, ya que ninguna fuerza existía que pudiera oponerse a su voluntad, iba a someterse como servidor, con todo su ejército, si por tal era admitido.

Avengeray no olvidaba que Ethelvina era sólo reina en función de su esposo, y que fallecido éste no resultaba heredera obligatoria, antes bien se consideraba que el trono lo ocuparía siempre un varón que pudiera afrontar las graves responsabilidades del Estado y atender a la guerra. Mas, se percataba de que nadie había en el reino más capacitado para gobernar que Ethelvina, según tenía demostrado muchos años atrás, y deseaba no existieran problemas en la sucesión, pues que con ello sólo apoyarían a sus enemigos, que eran muchos, y se encontraban indefensos por el momento. Que cuando hay disputas internas en un reino los vecinos sienten la necesidad de devorarlo. Y bien se conocía Avengeray la rivalidad que existía con los bastardos, que ahora pudieran luchar todos por el trono. Por ello le causó gran alegría recibir a los mensajeros de vuelta, con la noticia de que Ethelvina se había proclamado Señora de Ivristone y Regidora del Estado, y que como tal les daba la bienvenida y les aguardaba; aceptaba la sumisión ofrecida y le prometía distinciones y recompensas. Y refirieron después con cuánto interés había preguntado Ethelvina a los mensajeros cuanto se refería a la batalla, a la alianza, al propio caballero, a sus tanes, a quiénes destacaban en el ejército, interesándose por cómo una tropa tan reducida pudiera conseguir un triunfo tan notorio y providencial. A lo que comentó Avengeray, para que le fuera transmitido, que la fuerza de nuestro ejército se debía a que éramos muchos más que dos mil guerreros: ¡éramos uno solo! Lo que Ethelvina entendió muy bien, pues que pasando el tiempo se lo escuché comentar con elogio algunas veces.