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Y cierto que ya me sentía otro distinto cuando se arrodilló en la grada primero, y en rico reclinatorio después, según el protocolo que muy fielmente seguía el deán secretario que todo lo conocía por experiencias anteriores, mi señora Ethelvina, que venía humildemente a solicitar la intervención de Dios en la sucesión del difunto rey Ethelhave, y luego que fueron elevadas las preces por todos los asistentes, que era la corte completa, escalonados en proximidad a Ethelvina de acuerdo con los protocolos y los cargos y linajes de cada cual, implorada que fue la inspiración del Altísimo, vino el obispo a manifestar -y ya no me sorprendió pensar que el obispo era yo-, que estaba en la voluntad de Nuestro Señor nombrar a Ethelvina Señora de Ivristone y Regidora del Estado, y que así fuera acatada por todos los asistentes, y por delegación los ausentes, y todo el reino la reconociera como tal, quedando sujetos los que se opusieran en una u otra forma a las penas y rigores dispuestos por las leyes civiles y religiosas, que las primeras castigan con la pérdida de la vida terrena, y las segundas con la eterna, pues quien se opone o actúa contra los ungidos, que por el acto y voluntad de Dios adquieren un valor divino, contra Dios mismos proceden.

Cumplidos aquellos trámites, que eran previos según mi deán secretario, y devuelto con ello al reino su estado legal, procedía atender a los difuntos que tan pacientemente aguardaran todo el tiempo. Y con gran pompa y solemnidad fue desarrollándose el rito que cumplía a las exequias de un rey, y el cuerpo de Ethelhave quedó colocado finalmente en el sarcófago preferente que en la capilla de los reyes tenia dispuesto. Y de paso tuve una ojeada para el otro lugar que quedaba vacío a su lado, pensando que estaba bien aparejado para recibir a Ethelvina en su día, que no se sabía cuándo, por la incertidumbre de conocer la voluntad de Dios primero, y por la fugacidad de las glorias terrenas después. Que desde que fuera consciente de mi obispalía me habían crecido los razonamientos filosóficos y morales haciéndome desdeñar cuanto me rodeaba. Aunque era contradictorio cerciorarme al propio tiempo de cuan satisfecho me hallaba siendo centro del reino, como un ombligo, que ahora todo lo veía girar en mi entorno. Pues desde la humildad de mi vida me encontraba ahora encumbrado de tal modo que ya mis ojos se acostumbraban a contemplar solamente las cabezas de mi prójimo, cuando antes les veía siempre los pies.

Llegué a sentirme orgulloso de mí mismo durante la ceremonia. Y ello influyó para que dedicase al obispo difunto, que por la voluntad de Dios dejara la sede vacante que me estaba destinada desde siempre, un funeral casi regio. E intempestivamente acudió a mi cerebro el recuerdo de Benito, que por afecto me reveló aquello que estaba escrito y acababa de cumplirse cuando ya no lo esperaba. Me pareció herejía y satanismo guardarle agradecimiento por sus atenciones. Pero algo se merecía, que a fin de cuentas en obligación de perderme se encontraba, pero nunca se condujo alevoso ni traidor, sino comedido y considerado. Que la suprema lección humana ha sido siempre la humildad. Pues si todos procedemos de Dios, ¿qué somos nosotros sino granillos de arena en una inmensa playa que abarca todo el mundo?

Tengo para mí que por humilde que fuera el obispo difunto, al que me hubiera gustado conocer en vida, su alma no podía menos que sentirse complacida por la ceremonia, que todo el clero se contagió inspirado por mi fervor, pues nada ennoblece tanto como guardar las honras de los que nos han precedido. Quizás porque aspiremos a que, en su día, seamos del mismo modo honrados. Lo cual podría traducirse por vanidad. ¿Pero qué somos nosotros sino vanidad? Lo dice la Escritura. ¡Cuánto trecho me faltaba recorrer todavía para acomodar mi pensamiento, y mis sentimientos ante todo, al nuevo estado!

Finalmente le dejamos acomodado en su sarcófago, en la capilla de los obispos, reunido con sus antecesores. Y aquí me cercioré también de que el siguiente nicho era igualmente magnífico, y con un respingo me separé, que Dios quisiera mantenerlo vacío por muchos años.

Pienso que no solamente los vivos, sino hasta los muertos quedaron satisfechos, ya que tratarles mejor era imposible. Que es cuestión de honor mostrarles afecto y consideración, pues viéndose despreciados y como deshaciéndonos de sus restos por puro trámite entrarían en el otro mundo empequeñecidos, y nunca puede ser aconsejable inaugurar una nueva vida entrándole acomplejado. Que el estilo siempre ha sido importante.

Quedábanme allí los cuatro obispos foráneos encaramados en sus respectivos catafalcos, como esperando turno. Y finalmente les llegara, que con gran fineza sugirióme la señora fuera más oportuno y político enterrarles en sus respectivas diócesis, pues que sus fieles los tenían en gran estima y cariño y así lo reclamaban, y llevarlos se imponía, sin desmerecer los honores que para el rey y el primado se usaran, y así habrían de ser trasladados los restos en procesión, todos cuatro, acompañados por el cortejo de nobles incluidos en la relación que ella misma me entregó de su mano, y al ojearla vine en preguntarme por qué razón se organizaba una sola procesión que habría de recorrer las cuatro ciudades a lo largo y ancho del reino, lo que llevaría mucho tiempo, más el recorrido de grandes distancias, que todo podía evitarse partiendo el cortejo en cuatro grupos, cada uno encaminado directamente a su destino.

Sonrió gentilmente la señora y replicó que de tal modo cada cortejo resultaría de reducida honra, y estaba segura pensarían los feligreses no haberse concedido suficientes honores a su obispo, que eran muy quisquillosos al respecto, y no convenía al nuevo primado ofender de entrada a los clérigos y a los fieles. Lo que se evitaría yendo toda la comitiva junta, pues así siempre sería magnífica, resultando demostrativa y satisfactoria. Que circunstancias había en este mundo en que merecía perder el tiempo y procurar las apariencias, como iría viendo en el desempeño de mi nuevo cargo que con tan buen pie había comenzado, pues que ejerciera como si toda la vida estuviera ensayando. Cumplimiento y parabienes que me halagaron, viniendo de tan eximia señora, quien parecía poseer el don de gobernar con apacible trato y superior inteligencia para que todo resultase concertado en el gobierno.