El ataque de furia contra Jordino primero, contra mí mismo después, conoció alternativas. Predominaba la intención de santificarme, arrepentido de mi flojedad, pero me sentía herido por aquel rebelde diablejo que nada había aprendido de su jefe, y deseaba demostrarle que nunca jamás conseguiría burlarse otra vez de mí, que yo no era su esclavo para contentarme con sueños, que como hombre libre era yo quien escogía mi camino, y así iba a probárselo para concluir de una vez la contienda que nos enfrentaba. Aunque quebrantase mi promesa de no yacer, que me prometía a mí mismo iba a cerrar esta etapa de mi vida, pues al concluirla dedicaría mi empeño a la santificación.
Y así empleé con furia mi honor herido en ojear, hasta decidirme por una brava moza reidora, que en encantos y misterios a ninguna otra iba en zaga, antes las aventajaba con holgura, que accedió a visitarme con ánimo de platicar, según le dije. La tenté bien y hurgué en lo principal en cuanto la tuve allí, y para no alarmarla díjele que de comprobar se trataba que no era ilusión de los sentidos, que ya desconfiara de mi enemigo. Y en sintiendo que de hueso y carne humana era pregúntele si estaba libre. Replicó que libre era, y muy formal, que sólo el difunto rey Ethelhave le pusiera la mano encima, y ahora mi Reverencia, porque señores de tan alta condición mandaban. Que aun cuando tenía enamoriscado a un master corporal de la guardia, no le permitía desliz alguno por mucho que insistiera, que primero era oír la epístola, teniéndolo tan desesperado que perdiera el apetito y el sueño, y aun así no le aplicaba clemencia. Le referí que mucho terror me sobrecogía cuando me hallaba solo en la oscuridad, por lo que haría una buena obra de caridad en acompañarme, y mucho insistí para que no se negase. A lo que contestó que si se lo imponía de penitencia abandonaría al master corporal para venir conmigo cuanto hiciera falta hasta curarme los terrores, que siendo tan medroso no iba a poner reparos para dañarme. «No por penitencia, sino por voluntad vendréis, si lo deseáis», concluí.
Estúvose sonriendo un tanto, como haciendo balance de sus pensamientos, y concluyó con una cierta resolución que vendría bien al master corporal conocer que sólo al rey y al obispo permitiera tratarla en confianza, que más sería respetada así y puede que hasta acelerase, por celos, el matrimonio.
Con lo que, sin más, pasamos a acomodarnos, sin que mediara esta vez favor alguno de Jordino.
Y quede aquí por ahora.
IX
Abiertos los oídos durante el viaje, lo iban conociendo en su peregrinación por las cuatro ciudades del reino. Aun así, cuando regresaron luego de dar sepultura a los cuatro obispos, se sorprendieron al comprobar cuánta prisa se dieran la señora y el senescal que el ejército se hallaba reclutado, reforzadas las principales fortalezas, núcleos importantes de tropas eran instruidas en diversos lugares estratégicos del reino, y donde fuera preciso se levantaban nuevas defensas. En contra de lo que se esperaba, aplaudieron nobles y bastardos la diligencia y el empeño y ofreciéronse a trabajar en la común tarea de asegurar la supervivencia de Ivristone, conscientes según reconocían de interesar a todos resguardarlo contra la rapiña de otros reyes y bandidos.
La sorpresa no fue menor para los que gobernaban, pues les sabían díscolos y enredadores, mientras que ahora mostraban actitud franca y abierta, favorable a la señora, pródigos en alabanzas hacia el senescal, a quien reconocían que no quiso ocupar el trono cuando nadie era capaz de impedírselo. Contrariamente, su ejército cerraba el paso en Oackland, salvando con ello el reino. Lo que demostraba su buena fe, por encima de cualquier sospecha. Y si todavía no bastaba, sus esfuerzos para organizar un nuevo ejército y dotarle de instrucción y cuantos elementos fueran necesarios para transformarlo en operativo, construcción de nuevas defensas y reforzamiento de otras, incremento de guarniciones donde existía mayor riesgo. Nadie del reino estuviera mejor capacitado para lograrlo con tamaña rapidez. Nadie, pues, más obligado que los nobles a colaborar en tan magna tarea, de la que un extranjero les daba ejemplo, por lo que se sometían y quedaban dispuestos a lo que ordenase la Señora de Ivristone, de cuya habilidad como Regidora del Estado en nadie hubo dudas, que ya lo tenía bien demostrado. Y además, la fuerza que ahora representaba el senescal le permitía desarrollar sus proyectos con mayor eficacia y seguridad. Que nunca antes estuviera el reino en mejores manos para afrontar peligros presentes y la esperanza de un porvenir. Y nunca tampoco presentara mayor dificultad para las apetencias de aquella legión de aventureros y bandidos piratas de allende los mares, cuya ansia de poder y riquezas no parecía tener límites.
Transformárase también la corte, que recibió nuevo impulso con el regreso de los nobles, puesto que las damas ya no permanecían solas, y el tiempo transcurrido permitía una mayor vivacidad en las reuniones, conforme se aliviaba el luto. Y bien que lo notaba Monsieur Rhosse, más ajetreado que nunca, pues jamás los acontecimientos fueron tan seguidos y afectaran más al conjunto, para obligarle a renovar los vestuarios de las damas; todas querían sus nuevos modelos a tiempo, que cada una mantenía un taller en su casa, surtido con doncellas, bordadoras y modistas, a las que obligaban a trabajar sin descanso. Ya que, pues regresaban los caballeros al castillo al término de cada jornada luego de ocuparse de los mil asuntos que les iban siendo encargados, gustaban de cortejar a las damas, las cuales deseaban aparecer cautivadoras. Siempre quedaba alguno lejos, revisando guarniciones más distantes, o en misiones especiales, y el que más deseado fuera de ver se llamaba Avengeray, que teniendo la mayor responsabilidad apenas si paraba por el castillo. Al que todos, sin excepción, alababan como artífice del cambio: supervisaba en persona toda la preparación y aun la instrucción de las tropas, punto al que prestaba atención suma; les procuraba intendencia, materiales y armamento, y organizaba talleres de herrería y carpinteros, poniendo en marcha toda la maquinaria de guerra. Y todos estaban seguros del resultado, pues que su propio ejército era el más aguerrido, disciplinado y eficaz de cuantos se conocían, con tácticas nuevas y sorprendentes, que ya no luchaban en masa como se solía hasta entonces.
Las fatigas diarias hacían más apetecible el entretenimiento, y así la corte se afanaba en proporcionar solaz a los nobles cuando regresaban por la noche; las cenas resultaban más animadas y divertidas y al tiempo ya se permitía algún juglar que cantara las glorias invisibles del rey Ethelhave, del que la señora guardaba y hacía guardar reconocida memoria, y así ensalzaban los poetas igualmente la sabiduría y prudencia de la señora y la legendaria valentía del senescal, sin par Avengeray, de quien referían tantas historias como era capaz la imaginación de concebir, y no tenían fin, que el mismo caballero se sorprendió alguna vez al escuchar proezas que jamás había llevado a cabo, según afirmaba modesto. Mientras Monsieur Rhosse presidía, organizaba, montaba distracciones para contentamiento de damas y caballeros, con músicos y bufones.