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Y la otra poderosa razón que animaba a Avengeray, según ponía en boca la malicia cortesana, consistía en una muestra evidente: que en cuanto coincidían el caballero y la princesa se comían los ojos, y con el baile y el permanecer próximos parecían aislarse del mundo, pues ni siquiera notaban que se convertían en centro de atención de toda la corte, mientras sonreían las damas en cuchicheos, más serios los hombres, preocupados con la trascendencia del idilio, aunque todos a uno disimulaban, que era esta virtud cortesana que no podía olvidarse.

Pero los sesudos varones, con el preámbulo de que mi condición de obispo primero, y de consejero después, no podía enturbiar mi clarividencia en el servicio del reino, influido por el amor al caballero mi señor, me preguntaban si era inducido a escalar el trono de Ivristone por amor o por odio. Reconocían que si antes no quiso ocuparlo no era razonable intrigase ahora para conseguirlo, aunque aparentemente todos sus pasos lo conducían a la cumbre. Y si la misma dinámica de los acontecimientos lo empujaban hasta la corona, también podía ser cálculo, que inteligente y bravo lo era. Pero, ¿cuál era el pensamiento de la señora, a quien expusimos estas dudas en la primera ocasión? Advierto que, aun estando seguro por amor filial, de los nobles sentimientos del caballero, mi condición de consejero me obligaba a compartir las preocupaciones de los demás.

Respondió la señora que no se le escapaba, y pues no podía prescindirse del caballero en aquellas circunstancias, razón era que se aprovechase todo para beneficio del reino, que el Estado tiene razones y medios para llegar al fin que persigue. Y nos quedamos sin conocer cabalmente cuál era su pensamiento último. Aunque sí nos eran evidentes sus cavilaciones futuras e inmediatas. Que en aquellos momentos llegaban noticias inquietantes.

El rey del Norte andaba tanteando las defensas, y aunque no dedicara al intento más que modestas fuerzas, manifiesta dejaba su intención. Tropezó con la enérgica defensa de las huestes de Avengeray, asentadas con firmeza en los pasos de Oackland, que era preciso cruzar para adentrarse en las llanuras del reino de Ivristone viniendo desde el norte, y a fe que levantaran allí las mejores defensas que se hubieran contemplado jamás, pues siendo de tan alto valor estratégico nadie dedicara antes al lugar tan cabal estudio y levantara tan fuerte guarnición. Nunca apareció el rey a la cabeza de los atacantes, y no quedaba duda de que eran intentos para medir la resistencia, como un tanteo para ulteriores acciones ofensivas.

Y si en el norte el peligro no parecía tan inmediato, aunque la amenaza era preocupante, no ocurría lo mismo en el sur, donde el reino limítrofe apenas si contaba con fuerza, y lo que era peor, carecía de ambición su rey, y hasta de cualidades legislativas y guerreras, y así se veía expuesto a continuas invasiones y tropelías de las hordas piratas de allende el mar, que le consideraban presa favorita como el reino más débil y desguarnecido, que recorrían de norte a sur como les viniera en gana. No cabía otra defensa que pagarles tributo de guerra, y era sabido que los bandidos piratas lo cobraban y proseguían su salvaje devastación para conseguir mayores riquezas. Tanto que hasta la misma señora hubo de reírse cuando le sugirieron celebrase esponsales con el rey del Sur para organizarle y defenderle el reino, y contestó que con un rey enclenque ya había tenido bastante. Aunque la respuesta de la señora no conjuraba el peligro de la frontera sur, pues los vikingos alcanzaban fácilmente a introducirse en los territorios de Ivristone y atacaban las defensas, que respeto por fronteras y reinos no guardaban, sino que marchaban en pos del botín y de la destrucción, que nadie conocía cuál de los dos les atraía más.

Las fortalezas del sur habían resistido bien los ataques hasta entonces, gracias al genio del Gran Senescal de Guerra, quien sabiéndolas más expuestas las había reforzado en defensas y guarnición, y aunque alguna estuvo en peligro de ser destruida no lo lograron, y cumplieron la estrategia de resistir y rechazar a los bandidos sin abandonar el campo ni aceptar lucha abierta, que Avengeray sabía bien de la eficacia de sus contrarios. Máxime cuando entre todos aquellos ataques llegó a identificar en algunos casos la mano de su mortal enemigo, el rey Thumber, que aparecía y desaparecía con acciones fulminantes, de acuerdo con su habitual estilo. Hasta el punto que situándole en el mapa para conocer o adivinar su próximo ataque, nunca lograba preverlo, pues aquél no mantenía un orden progresivo o regresivo, que para caer en trampas era muy astuto, aprendido sobre la experiencia, pues ya una vez le tomara Avengeray delantera y le colocara en mucho peligro. Sus desplazamientos resultaban tan rápidos que atacaba a 10 o a 100 millas de un día para otro, lo que hacía sospechar al caballero que estaba siguiendo una estratagema para confundirle, como acostumbraba. Pero en cada caso la destrucción que causaba era importante y el botín cuantioso, también en víveres, y asolaba los territorios, con lo que empobrecía el reino y arruinaba a los habitantes, que abandonaban sus pueblos y heredades, lo que originaba perdieran las cosechas.

Al celebrarse un Consejo General, donde la señora escuchó con paciencia todos los pareceres, vino en decir que ante las amenazas a que se veía sometido el reino mantenía la mayor confianza en el Gran Senescal de Guerra, cuya habilidad y valor estaban probados, y que pues la seguridad del reino descansaba en sus manos, había decidido ligarle más fuertemente a la corona, concediéndole la mano de la princesa Elvira, siendo notorio el amor que ambos se profesaban; se complacía en anunciar la boda para dentro de cuatro semanas, cuando oficialmente daba fin el luto por la muerte del rey Ethelhave, y así se celebraría una solemne fiesta.

Si grande fue la alegría de las damas, mayor todavía la de Monsieur Rhosse, sobre quien recaía la responsabilidad de organizar el sarao y vestir a las damas, especialmente a la novia, para lo que se requerían nuevos diseños, con lo que se puso a trabajar sin descanso para llevar los dibujos a sus clientes, quienes sin demora comenzaron a realizarlos en sus talleres, afanándose costureras y bordadoras. Talleres que llegaban a estar animados por músicos para que las mujeres trabajasen con mayor primor y sentimiento. Que la música inspira. Era idea de Monsieur Rhosse, quien insistía en que, en definitiva, hasta las ideas se engendran por el movimiento, y el movimiento es arte.