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– Si usted no estaba conmigo, don Juan, ¿quién o qué era la persona que yo atestigüé como usted?

– Era yo, y sin embargo yo no estaba allí.

– ¿Dónde estaba usted, entonces?

– Estaba contigo, pero no allí. Digamos que andaba contigo, pero no en el sitio particular donde tu nagual te había llevado.

– ¿O sea que usted no sabía que estábamos en el mercado?

– No, no lo sabía. Nada más te fui siguiendo para no perderte.

– Esto es verdaderamente espantoso, don Juan.

– Estábamos en la hora del nagual, y eso nada tiene de espantoso. Somos capaces de hacer mucho más que todo eso. Tal es nuestra naturaleza como seres luminosos. Nuestro error es que insistimos en permanecer en nuestra isla, monótona y fastidiosa, pero conveniente. El tonal es el villano y no debería serlo.

Describí lo poco que recordaba. Él quiso saber si me había fijado en algunas características del cielo, como la luz, las nubes, el sol. O si había oído ruidos de cualquier especie. O si había visto personas o sucesos fuera de lo común. Quiso saber si alguien peleaba. O si la gente gritaba, y en ese caso, lo que había dicho.

No pude responder a ninguna de sus preguntas. La verdad era que yo simplemente acepté el hecho según su apariencia, admitiendo como axioma el haber "volado" una distancia considerable en uno o dos segundos para, gracias al conocimiento de don Juan, fuera el que fuese, aterrizar en toda mi corporeidad material dentro del mercado.

Mis reacciones fueron un corolario directo de tal interpretación. Quise saber los procedimientos, lo que sabía cada uno, de "cómo se hace". Por tanto, no me importaba observar lo que, según mi convicción, eran los sucesos cotidianos de un hecho mundano.

– ¿Piensa usted que la gente me vio en el mercado? -pregunté.

Don Juan no respondió. Riendo, me golpeó levemente con el puño.

Traté de recordar si había tenido algún contacto físico con la gente. La memoria me falló.

– ¿Qué cree usted que vio la gente cuando entré en la oficina de la aerolínea?

– Probablemente vieron a un hombre que cruzaba como borracho de una puerta a la otra.

– Pero ¿me vieron desaparecer en el aire?

– De eso se ocupa el nagual. Yo no sé cómo. Todo lo que puedo decirte es que somos seres luminosos y fluidos, hechos de fibras. El acuerdo de que somos objetos sólidos es cosa del tonal. Cuando el tonal se encoge, son posibles cosas extraordinarias. Pero sólo son extraordinarias para el tonal.

"Para el nagual, no es nada moverse como tú hiciste esta mañana. Sobre todo para tu nagual, que ya es capaz de tretas difíciles. Da por hecho que ya está hundido en algo terriblemente extraño. ¿Puedes sentir lo que es?"

Un millón de preguntas y sensaciones me invadieron de pronto. Fue como si una racha de viento hubiera desprendido mi capa de compostura. Me estremecí. Mi cuerpo se sentía al borde de un abismo. Luchaba yo con algún conocimiento misterioso pero concreto. Era como hallarme a punto de que me mostraran algo, y sin embargo alguna terca parte de mí insistía en cubrirlo con una nube. La pugna me adormecía gradualmente, hasta que ya no sentía mi propio cuerpo. Tenía la boca abierta y los ojos entrecerrados. Tuve la sensación de que podía ver mi rostro endurecerse más y más, hasta ser el rostro de un cadáver reseco, con la piel amarillenta adherida al cráneo.

Lo siguiente que sentí fue una sacudida. Don Juan estaba de pie a mi lado, con una cubeta vacía en las manos. Me había empapado. Tosí y me enjugué el agua de la cara, y sentí otro escalofrío en la espalda. De un salto abandoné la banca. Don Juan me había echado agua por el cuello.

Un grupo de niños me miraba y reía. Don Juan me sonrió. Recogió mi cuaderno y dijo que sería bueno ir a mi hotel para que yo pudiera cambiarme. Me sacó del parque. Estuvimos un momento parados en la acera antes de que pasara un coche de alquiler.

Horas después, tras almorzar y descansar, don Juan y yo tomamos asiento en su banca favorita del parque junto a la iglesia. En forma oblicua, llegamos al tema de mi extraña reacción. Él parecía muy cauteloso. No me enfrentó directamente con ella.

– Esas cosas pasan -dijo-. El nagual, una vez que aprende a salir a la superficie puede causar un gran daño al tonal si sale sin ningún control. Pero tu caso es especial. Te entregas de un modo tan exagerado que podrías morir sin que te importara, o peor aun, sin darte siquiera cuenta de que te estás muriendo.

Le dije que mi reacción empezó al preguntarme él si podía sentir lo que mi nagual había hecho. Creía saber exactamente a qué cosa aludía, pero al tratar de describir qué era, me descubrí incapaz de pensar con lucidez. Experimentaba una sensación de ligereza, casi una indiferencia, como si nada me importara en realidad. Luego, tal sensación se convirtió en una concentración mesmerizante. Era como si todo cuanto había en ml fuera extraído por lenta succión. Lo que atraía y atrapaba mi atención era la clara sensación de que un secreto portentoso estaba a punto de revelárseme, y yo no quería que nada interfiriera con tal revelación.

– Lo que se te iba a revelar era tu muerte -dijo don Juan-. Ese es el riesgo de entregarse. Sobre todo para ti, que de natural eres tan exagerado. Tu tonal es tan dado a darse de por sí a todo que amenaza tu totalidad. Ésa es una terrible forma de ser.

– ¿Qué puedo hacer?

– Tu tonal debe convencerse con razones, tu nagual con acciones, hasta que cada uno apuntale al otro. Como te he dicho, el tonal gobierna, pero así y todo es muy vulnerable. El nagual, en cambio, nunca, o casi nunca, actúa; pero cuando lo hace, aterra al tonal.

"Esta mañana tu tonal se asustó y empezó a encogerse por sí mismo, y entonces tu nagual empezó a imponerse.

"Tuve que pedirle su cubeta a uno de los fotógrafos del parque, para azotar al nagual como a un perro rabioso y volverlo a su sitio. Hay que proteger al tonal a cualquier costo. Hay que quitarle la corona, pero debe permanecer como el supervisor protegido.

"Cualquier amenaza para el tonal resulta siempre en su muerte. Y si el tonal muere, muere también el hombre. A causa de su debilidad nata, el tonal se destruye con facilidad, y así una de las artes del equilibrio del guerrero es hacer que el nagual emerja para apuntalar al tonal. Digo que es un arte, porque los brujos saben que sólo tirando al tonal para arriba puede emerger el nagual. ¿Ves a qué me refiero? Ese tirón se llama poder personal."

Don Juan se puso en pie, estiró los brazos y arqueó la espalda. Empecé a levantarme yo también, pero lo impidió empujándome con suavidad.

– Tú debes quedarte en esta banca hasta el crepúsculo -dijo-. Yo tengo que irme ahora mismo. Genaro me espera en las montañas. Ven a su casa dentro de tres días y allí nos encontraremos.

– ¿Qué va a hacer usted en casa de don Genaro? -pregunté.

– Depende de que tengas suficiente poder -dijo-, a lo mejor Genaro te enseña el nagual.

Había otra cosa que yo necesitaba expresar en ese momento. Tenía que saber si su traje era un recurso de choque reservado para mí, o. parte normal de su vida. Ninguno de sus actos había causado nunca en mí tal desconcierto como el que se vistiera de traje No era sólo el acto mismo el que me impresionaba tanto, sino el hecho de que don Juan era elegante. Sus piernas poseían una agilidad juvenil. Parecería que el usar zapatos hubiera alterado su punto de equilibrio; sus pasos eran más largos y firmes que de costumbre.

– ¿Usa usted traje todo el tiempo? -pregunté.

– Sí -repuso con una sonrisa encantadora-. Tengo otros, pero no quise ponerme hoy un traje distinto, porque eso te habría asustado más todavía.

No supe qué pensar. Sentí haber llegado al final de mi camino. Si don Juan usaba traje y se veía elegante, todo era posible.

Él rió; parecía disfrutar mi confusión.

– Soy un accionista -dijo en tono misterioso, pero sin afectación alguna, y se alejó.