– Uno no tiene nada que ver con lo otro -dijo-. El orden en nuestra percepción es el dominio exclusivo del tonal; sólo allí pueden nuestras acciones tener continuidad; sólo allí son como escaleras en las que uno puede contar los peldaños. No hay nada por el estilo en el nagual. Por ello, la visión del tonal es una herramienta, y como tal no es sólo la mejor herramienta, sino la única que tenemos.
"Anoche, tu burbuja de percepción se abrió y sus alas se desplegaron. No hay otra cosa que decir al respecto. Es imposible explicar lo que te sucedió, de modo que no voy a intentarlo y tú tampoco deberías. Baste decir que las alas de tu percepción tocaron tu totalidad. Anoche fuiste y viniste del nagual al tonal, una y otra vez. Fuiste lanzado en el abismo dos veces para no dejar posibilidad de error. La segunda vez experimentaste el impacto pleno del viaje a lo desconocido. Y tu percepción desplegó las alas cuando algo en ti se dio cuenta de tu verdadera naturaleza. Eres un racimo.
"Ésta es la explicación de los brujos. El nagual es lo impronunciable. Todos los sentimientos y todos los seres, y todos los uno mismos que son posibles flotan en él para siempre, como barcas, apacibles y constantes. Entonces la goma de la vida pega a algunos de ellos. Tú lo descubriste eso anoche, y lo mismo hizo Pablito, y lo mismo hizo Genaro la vez que se adentró en lo desconocido, y lo mismo hice yo. Cuando la goma de la vida pega a esos sentimientos se crea un ser, un ser que pierde el sentido de su verdadera naturaleza y se ciega con el brillo y el clamor del área dónde están los seres: el tonal. El tonal es donde existe toda la organización unificada. Un ser entra al tonal una vez que la fuerza de la vida ha unido los sentimientos que se necesiten. Una vez te dije que el tonal empieza al nacer y termina al morir; lo dije porque sé que, apenas la fuerza de la vida deja el cuerpo, todos esos pedazos aislados o que forman el racimo se desintegran y regresan al sitio de donde vinieron: el nagual. Lo que un guerrero hace al viajar a lo desconocido se parece mucho a la muerte, excepto que su racimo de sentimientos aislados no se desintegra, sino que se expande un poco sin perder la unión. En la muerte, sin embargo, todos se hunden en lo profundo y se mueven por su propia cuenta, como sí nunca hubieran sido una unidad."
Quise señalar la completa homogeneidad de sus descripciones con mi experiencia. Pero no me permitió hablar.
– No hay manera de referirse a lo desconocido -dijo-. Uno sólo puede presenciarlo. La explicación de los brujos dice que cada uno de nosotros tiene un centro desde el cual podemos presenciar el naguaclass="underline" la voluntad. Así, un guerrero puede aventurarse en el nagual y dejar que su racimo se organice y se reorganice en todas las formas posibles. Te he dicho que la expresión del nagual es un asunto personal. Con eso quise decir que depende del guerrero mismo dirigir la organización y reorganización de ese racimo. La forma humana o el sentimiento humano es el arreglo original; capaz, para nosotros, esa es la más dulce de todas las formas; sin embargo, hay un número infinito de formas alternas que el racimo puede adoptar. Te he dicho que un brujo puede adoptar la forma que quiera. Eso es cierto. Un brujo que está en posesión de la totalidad de sí mismo puede dirigir las partes de su racimo para que se unan en cualquier forma concebible. La fuerza de la vida es lo que hace posible ese barajeo, pero una vez que la fuerza de la vida se agota, no hay modo de reintegrar el racimo.
"He llamado a ese racimo la burbuja de la percepción. También he dicho que está sellado, cerrado fuertemente, y que jamás se abre hasta el momento en que morimos. Sin embargo, puede hacérsele abrir. Evidentemente los brujos han aprendido el secreto, y aunque no todos llegan a la totalidad de sí mismos, conocen la posibilidad de llegar a eso. Saben que la burbuja sólo se abre cuando uno se sumerge en el nagual. Ayer te di una recapitulación de todos los pasos que has seguido para llegar a ese punto."
Me escrutó como si esperara un comentario o una pregunta. Lo que había dicho estaba más allá de lo comentable. Entendí entonces que no habría tenido efecto alguno si me lo hubiera dicho catorce años antes, o en cualquier punto durante mi aprendizaje. Lo importante era el hecho de que yo había experimentado con mi cuerpo, o en él, las premisas de la explicación.
– Estoy esperando tu pregunta de costumbre -dijo, pronunciando despacio las palabras.
– ¿Qué pregunta?
– La que tu razón se muere por hacer.
– Hoy desisto de todas las preguntas. En verdad no tengo ninguna, don Juan.
– Eso no es justo -dijo, riendo-. Hay una pregunta en particular que necesito que hagas.
Dijo que si cesaba mi diálogo interno tan sólo un instante, podría discernir qué pregunta era. Tuve un pensamiento súbito, una comprensión momentánea, y supe lo que él deseaba.
– ¿Dónde estaba mi cuerpo mientras me sucedía todo eso, don Juan? -pregunté, y estalló en una carcajada.
– Ésta es la última treta de los brujos -dijo-. Digamos que lo que voy a revelarte es el último pedacito de la explicación de los brujos. Hasta ahora tu razón ha seguido mis hechos como mejor ha podido. Tu razón está dispuesta a admitir que el mundo no es como la descripción lo pinta, que hay en él mucho más de lo que se ve. Tu razón está casi preparada y dispuesta para admitir que tu percepción subió y bajó ese peñasco, o que algo en ti, o incluso todo tú, saltó al fondo del barranco y examinó con los ojos del tonal lo que había allí, como si hubieras descendido corporalmente con una cuerda y una escalera. El acto de examinar el fondo del barranco fue la cúspide de todos estos años de entrenamiento. Lo hiciste bien. Genaro vio el centímetro cúbico de suerte cuando le aventó una roca al tú que estaba en el fondo de la cañada. Tú viste todo. Genaro y yo supimos entonces sin la menor duda que estabas listo para lanzarte a lo desconocido. En aquel instante no sólo viste, sino que supiste todo lo del doble, el otro.
Interrumpiendo, le dijo que me daba crédito inmerecido por algo más allá de mi entendimiento. Su respuesta fue que yo necesitaba tiempo para dejar que todas esas impresiones se asentaran, y que una vez que lo hicieran, las respuestas manarían de mí como antes las preguntas.
– El secreto del doble radica en la burbuja de la percepción, que en tu caso estaba, aquella noche, en lo alto del peñasco y en el fondo del barranco al mismo tiempo -dijo-. El racimo de sentimientos puede agruparse al instante en cualquier parte. En otras palabras, podemos percibir a la vez el aquí y el allí
Me instó a hacer memoria y recordar una secuencia de acciones que de tan ordinarias, dijo, casi se me habían olvidado.
No supe de qué hablaba. Me animó a un mayor esfuerzo.
– Piensa en tu sombrero -dijo-. Y en lo que Genaro hizo con él.
Experimenté un brusco choque de reconocimiento. Había olvidado que don Genaro quiso que me quitara el sombrero porque el viento me lo arrancaba a cada momento. Pero yo no quería prescindir de él. Me sentía estúpido en mi desnudez. Usar sombrero, lo cual por lo común nunca hago, me proporcionaba un sentimiento de extrañeza; yo no era en verdad yo mismo, por lo cual estar desnudo no me apenaba tanto. Don Genaro intentó luego cambiar sombreros conmigo, pero el suyo era demasiado pequeño para mí. Hizo chistes sobre el tamaño de mi cabeza y las proporciones de mi cuerpo, y finalmente me quitó el sombrero y me envolvió la cabeza en un poncho viejo, a guisa de turbante.
Dije a don Juan que había olvidado esa secuencia, la cual sin duda ocurrió entre mis supuestos saltos. Y sin embargo, el recuerdo de tales "saltos" resaltaba como una unidad sin interrupción.
– Por supuesto que fueron una unidad sin interrupción, y también lo fueron los juegos de Genaro con tu sombrero -dijo él-. Esos dos recuerdos no pueden acomodarse uno tras otro porque ocurrieron al mismo tiempo.