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– Ésta es la última treta de los brujos -dijo-. Digamos que lo que voy a revelarte es el último pedacito de la explicación de los brujos. Hasta ahora tu razón ha seguido mis hechos como mejor ha podido. Tu razón está dispuesta a admitir que el mundo no es como la descripción lo pinta, que hay en él mucho más de lo que se ve. Tu razón está casi preparada y dispuesta para admitir que tu percepción subió y bajó ese peñasco, o que algo en ti, o incluso todo tú, saltó al fondo del barranco y examinó con los ojos del tonal lo que había allí, como si hubieras descendido corporalmente con una cuerda y una escalera. El acto de examinar el fondo del barranco fue la cúspide de todos estos años de entrenamiento. Lo hiciste bien. Genaro vio el centímetro cúbico de suerte cuando le aventó una roca al que estaba en el fondo de la cañada. Tú viste todo. Genaro y yo supimos entonces sin la menor duda que estabas listo para lanzarte a lo desconocido. En aquel instante no sólo viste, sino que supiste todo lo del doble, el otro.

Interrumpiendo, le dijo que me daba crédito inmerecido por algo más allá de mi entendimiento. Su respuesta fue que yo necesitaba tiempo para dejar que todas esas impresiones se asentaran, y que una vez que lo hicieran, las respuestas manarían de mí como antes las preguntas.

– El secreto del doble radica en la burbuja de la percepción, que en tu caso estaba, aquella noche, en lo alto del peñasco y en el fondo del barranco al mismo tiempo -dijo-. El racimo de sentimientos puede agruparse al instante en cualquier parte. En otras palabras, podemos percibir a la vez el aquí y el allí

Me instó a hacer memoria y recordar una secuencia de acciones que de tan ordinarias, dijo, casi se me habían olvidado.

No supe de qué hablaba. Me animó a un mayor esfuerzo.

– Piensa en tu sombrero -dijo-. Y en lo que Genaro hizo con él.

Experimenté un brusco choque de reconocimiento. Había olvidado que don Genaro quiso que me quitara el sombrero porque el viento me lo arrancaba a cada momento. Pero yo no quería prescindir de él. Me sentía estúpido en mi desnudez. Usar sombrero, lo cual por lo común nunca hago, me proporcionaba un sentimiento de extrañeza; yo no era en verdad yo mismo, por lo cual estar desnudo no me apenaba tanto. Don Genaro intentó luego cambiar sombreros conmigo, pero el suyo era demasiado pequeño para mí. Hizo chistes sobre el tamaño de mi cabeza y las proporciones de mi cuerpo, y finalmente me quitó el sombrero y me envolvió la cabeza en un poncho viejo, a guisa de turbante.

Dije a don Juan que había olvidado esa secuencia, la cual sin duda ocurrió entre mis supuestos saltos. Y sin embargo, el recuerdo de tales "saltos" resaltaba como una unidad sin interrupción.

– Por supuesto que fueron una unidad sin interrupción, y también lo fueron los juegos de Genaro con tu sombrero -dijo él-. Esos dos recuerdos no pueden acomodarse uno tras otro porque ocurrieron al mismo tiempo.

Movió los dedos de la mano izquierda como si no pudieran encajar en los espacios entre los dedos de la derecha.

– Esos saltos fueron sólo el principio -continuó-. Luego vino tu verdadera excursión a lo desconocido; anoche experimentaste lo impronunciable, el nagual.

Tu razón no puede luchar contra el conocimiento físico de que eres un racimo de sentimientos sin nombre. Tu razón tal vez incluso admita, a estas alturas, que hay otro centro de ensamble: la voluntad, a través de la cual es posible juzgar, calcular y utilizar los extraordinarios efectos del nagual. Por fin tu razón se ha enterado de que podemos reflejar al nagual a través de la voluntad, aunque nunca podamos explicarlo.

"Pero entonces viene tu pregunta: ¿Dónde estaba yo mientras ocurría todo eso? ¿Dónde estaba mi cuerpo? La convicción de que hay un real es el resultado del hecho de que has reunido todo cuanto tienes en torno a tu razón. En este momento, tu razón admite que el nagual es lo indescriptible, no porque la evidencia lo haya convencido, sino porque es más seguro admitir esto. Tu razón está en terreno seguro; todos los elementos del tonal están de su lado."

Don Juan hizo una pausa y me examinó. Sonreía con bondad.

– Vamos al sitio de predilección de Genaro -dijo abruptamente.

Se puso de pie y caminamos hasta la roca donde habíamos hablado dos días antes; nos sentamos cómodamente en los mismos sitios, con la espalda contra la roca.

– Hacer que la razón se sienta segura es siempre la tarea del maestro -dijo-. Yo le jugué un truco a tu razón al hacerla creer que el tonal era explicable y previsible. Genaro y yo hemos trabajado para darte la impresión de que sólo el nagual estaba más allá de la explicación; la prueba de que el truco tuvo éxito es que en este momento te parece que, pese a todo cuanto has atravesado, hay todavía un núcleo que puedes reclamar como propio, tu razón. Esto es un espejismo. Tu preciosa razón no es más que un centro de ensamble, un espejo que refleja algo que está fuera de ella. Anoche atestiguaste no sólo lo indescriptible que es el nagual sino también lo indescriptible que es el tonal.

"El último trozo de la explicación de los brujos dice que la razón no hace sino reflejar un orden externo, y que la razón no sabe nada de ese orden; no puede explicarlo, como tampoco puede explicar el nagual. La razón sólo puede atestiguar los efectos del tonal, pero jamás podría comprenderlo o deshilvanarlo. El hecho mismo de que estemos pensando y hablando indica que hay un orden que seguimos sin ni siquiera saber cómo lo hacemos, o qué es el orden ese."

Saqué a -colación la idea de las investigaciones realizadas por el hombre occidental con respecto al funcionamiento del cerebro, como una posibilidad de explicar qué era aquel orden. Él señaló que las investigaciones no hacían más que atestiguar que algo estaba sucediendo.

– Los brujos hacen lo mismo con su voluntad -dijo-. Dicen que por medio de la voluntad pueden atestiguar los efectos del nagual. Ahora puedo añadir que por medio de la razón, sin importar lo que hagamos con ella, o cómo lo hagamos, estamos simplemente atestiguando los efectos del tonal. En ambos casos no hay esperanza, nunca, de entender o de explicar qué es lo que estamos atestiguando.

"Anoche fue la primera vez que volaste con las alas de tu percepción. Eras aún muy tímido. Sólo te aventuraste en la banda de la percepción humana. Un brujo puede usar esas alas, para tocar otras sensibilidades: la de un cuervo, por ejemplo, la de un coyote, un grillo, o el orden de otros mundos en ese espacio infinito."

– ¿Se refiere usted a otros planetas, don Juan?

– Claro. Las alas de la percepción pueden llevarnos a los más recónditos confines del nagual o a los mundos inconcebibles del tonal.

– ¿Puede un brujo, por ejemplo, ir a la Luna?

– Desde luego que sí -replicó-. Sólo que no podría traer un costal dé piedras.

Reímos y bromeamos al respecto, pero él había hablado con toda seriedad.

– Hemos llegado a la última parte de la explicación de los brujos -dijo-. Anoche, Genaro y yo te mostramos los dos últimos puntos que integran la totalidad del hombre: el nagual y el tonal. Una vez te dije que esos dos puntos estaban fuera de uno mismo, y a la vez no lo estaban. Ésa es la paradoja de los seres luminosos. El tonal de cada uno de nosotros es sólo un reflejo de ese indescriptible desconocido lleno de orden: el gran tonal; el nagual de cada uno de nosotros es sólo un reflejo de ese indescriptible vacío que lo contiene todo: el gran nagual.

"Ahora debes quedarte en el sitio de predilección de Genaro hasta que llegue el crepúsculo; para entonces ya habrás metido en su sitio la explicación de los brujos. Ahora, aquí sentado, no tienes nada más que la fuerza de tu vida, que une ese racimo de sentimientos."