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¿Con qué frecuencia iba a padecer este efecto? ¿Cada vez que alguien ejecutara unos pasos de baile? ¿Cada vez que un rostro o un lazo o una falda ondeante me recordaran aquel primer destello? Quitar el alcohol a las películas de Mayer ya era lo bastante malo. No creía poder conseguirlo si tenía que mirar también a Alis.

Apagué la pantalla y volví a encenderla, como si intentara despiojar un programa, pero ella seguía allí.

Contemplé de nuevo el baile, observando su cara con atención, y luego pasé a triple velocidad a la escena en que las novias son raptadas. La bailarina, con su pelo castaño claro cubierto por un bonete, se parecía a Alis, pero no tanto. Pasé al siguiente número de baile, donde las chicas daban pasos de ballet en ropa interior, sin sombreritos, pero fuera lo que fuese, su cabello o la música o el revuelo de su falda, había pasado, y ella era sólo una chica que se parecía a Alis. Una chica que, al contrario de Alis, había conseguido bailar en el cine.

Avancé el resto de la película, pero no había más números de baile ni rastro de Alis, y esto era Otra Lección, Andrew, no mezclar bourbon con tequila de Río Bravo.

—Créditos iniciales —dije, y volví atrás y borré la botella de la escena de la casa de huéspedes y luego avancé a la construcción del granero para convertir la jarra en una sartén con pan de maíz, y luego me lo pensé mejor y vi la escena completa para asegurarme de que la jarra no aparecía en ninguna otra toma.

—Imprime y envía —ordené—, y avanza en tiempo real.

Allí estaba ella de nuevo. Bailando.

TÓPICO CINEMATOGRÁFICO N.° 15: La resaca (normalmente sigue a Tópico N.° 14: La fiesta). Dolor de cabeza, sobresaltos con los ruidos, molestias por la luz intensa.

VER: La cena de los acusados, El solterón y el amor, Tras el hombre delgado, ¡McLintock!, Otro hombre delgado, Historias de Filadelfia, La canción del hombre delgado.

Llamé a Heada, sin imagen.

—¿Puedes recomendarme algo que quite la borrachera?

—¿Rápido o indoloro?

—Rápido.

—Ridigraña —dijo ella rápidamente—. ¿Qué pasa?

—No pasa nada. Mayer me está pinchando para que trabaje más rápido en sus películas, y decidí que las SA me están retrasando. ¿Tienes algún remedio?

—Tendré que pedirlo —contestó—. Conseguiré algo y te lo llevaré.

No es necesario, quise decir, pero eso sólo la haría sospechar más.

—Gracias.

Mientras la esperaba recuperé los créditos. No fueron de gran ayuda. Había siete novias, después de todo, y las únicas que conocía eran Jane Powell y Ruta Lee, que apareció en todas las películas de serie B de los setenta. Dorcas era Julie Newmeyer, que más tarde cambió su nombre a Julie Newmar. Cuando volví y contemplé de nuevo la escena de la cosecha, quedó claro cuál era ella.

La observé, prestando atención a los nombres de los otros personajes.

La rubita de la que estaba enamorado Russ Tamblyn se llamaba Alice, y Dorcas era la morena alta. Avancé hasta la escena del rapto e identifiqué a las otras chicas con los nombres de sus personajes. La del vestido rosa era Virginia Gibson.

Virginia Gibson.

—Directorio del Sindicato de Actores —le dije, y le di el nombre.

Virginia Gibson había aparecido en unas cuantas películas, incluyendo Atenea y algo llamado Yo maté a Wild Bill Hickok.

—Musicales —dije, y la lista se redujo a cinco. No, cuatro. Una cara con ángel era una película de Fred Astaire, lo cual significaba que estaba en litigio.

Llamaron a la puerta. Apagué la pantalla, luego decidí que eso me delataría.

Encadenados —dije, y luego me asusté. ¿Y si Ingrid Bergman también tenía la cara de Alis?—. Cancela —ordené, tratando de pensar en otra película, cualquier película. Excepto Atenea.

—Tom, ¿estás bien? —llamó Heada a través de la puerta.

—Ya voy —dije, contemplando la pantalla apagada. ¿La exótica? No, también era de Ingrid, y al fin y al cabo si esto iba a pasar de todas formas, sería mejor que lo supiera antes de tomar nada más.

Encadenados —dije en voz baja—. Fotograma 54-119. —Esperé a que apareciera la cara de Ingrid.

—¡Tom! —gritó Heada—. ¿Qué te pasa?

Cary Grant salió del salón de baile y Ingrid lo miró con aspecto ansioso, y pareció a punto de echarse a llorar. Seguía siendo Ingrid, lo cual fue un alivio.

—¡Tom! —chilló Heada, y abrí la puerta.

Heada entró y me tendió algunas cápsulas azules.

—Tómate dos. Con agua. ¿Por qué no abrías la puerta?

—Me estaba deshaciendo de las pruebas —dije, señalando la pantalla—. Treinta y cuatro botellas de champán.

—He visto esa película —comentó ella, acercándose a la pantalla—. Se desarrolla en Brasil. Tiene tomas de archivo de Río de Janeiro y Sugar Loaf.

—Has acertado, como siempre —dije, y añadí sin darle importancia—. Por cierto, ya que lo sabes todo, Heada. ¿Sabes si Fred Astaire ha sido registrado ya?

—No. ILMGM va a recurrir.

—¿Cuánto tardará esta ridigraña en hacer efecto? —dije antes de que ella pudiera preguntar por qué me interesaba Fred Astaire.

—Depende de cuánto hayas bebido. Por la forma en que has estado tragando, seis semanas.

—¿Seis semanas?

—Es una broma. Cuatro horas, tal vez menos. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo? ¿Y si empiezas a destellar otra vez?

No le pregunté cómo sabía que había estado destellando. Después de todo, se trataba de Heada.

Me tendió el vaso.

—Bebe mucha agua. Y orina tanto como puedas. ¿Qué haces?

—Barrido y quema —dije, volviendo a la pantalla congelada. Borré otra botella de champán.

Ella se inclinó por encima de mi hombro.

—¿Ésta es la escena en que se quedan sin champán, y Claude Rains baja a la bodega y sorprende a Cary Grant?

—No lo será cuando acabe con ella —dije yo—. El champán se convertirá en helado. ¿Qué te parece, escondemos el uranio en el congelador o en la bolsa de sal?

Ella me miró con seriedad.

—Creo que pasa algo raro. ¿Qué es?

—Llevo cuatro semanas de retraso en la lista de Mayer, y me está apretando los tornillos, eso es lo que pasa. ¿Estás segura de que son ridigraña? —pregunté, mirando las cápsulas—. No están marcadas.

—Estoy segura —contestó, mirándome con recelo.

Me metí las cápsulas en la boca y extendí la mano hacia el bourbon.

Heada me quitó la botella de la mano.

—Se toman con agua.

Entró en el cuarto de baño y oí el borboteo del bourbon al caer por el desagüe.

Salió del baño y me tendió un vaso de agua.

—Bebe tanto como puedas. Así te desintoxicarás antes. Y ni una gota de alcohol. —Abrió el mueble, rebuscó dentro, sacó una botella de vodka—. Ni una gota de alcohol —repitió, quitando el tapón, y volvió al cuarto de baño para vaciarla—. ¿Alguna otra botella?

—¿Por qué? —dije, sentándome en la cama—. ¿Has decidido cambiarlo por chooch?

—Ya te lo dije: lo he dejado. Levántate.

Obedecí; ella se arrodilló y empezó a rebuscar debajo de la cama.

—Ya conozco los efectos de la ridigraña —dijo, sacando una botella de champán—. Querrás un trago, pero ni hablar. Lo echarás. En serio. —Se debatió con el tapón de la botella—. Así que no bebas. Y no intentes hacer nada. Tiéndete en cuanto empieces a sentir algo, dolor de cabeza, temblores. Y quédate aquí. Podrías tener alucinaciones. Serpientes, monstruos…

—Conejos de metro ochenta llamados Harvey.