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La gran ruta hacia China —digo, y lo cancelo antes de que tenga tiempo de aparecer—. Exhibición simultánea. Pantalla uno, Templo maldito. Dos, Cantando bajo la lluvia. Tres, Buenas noticias…

Pronuncio la letanía, y Alis aparece en las pantallas, una tras otra, con pantalones de baile y polisones y chalequitos verdes, con coleta y rizos rojos y trenzas. Su cara tiene en todas la misma expresión intensa, alerta, concentrada en los pasos y la música, inconsciente de que está conquistando codificaciones, comprobaciones brownianas y tiempo.

—Pantalla dieciocho —ordeno—. Siete novias para siete hermanos. —Ella gira por el suelo y salta en brazos de Russ Tamblyn. También él ha conquistado el tiempo. Todos lo han hecho, Gene y Ruby y Fred, a pesar de la muerte del musical, a pesar de los ejecos de los estudios y los hackólitos y los tribunales, han conquistado el tiempo con un giro, una sonrisa, un paso, han capturado por un momento eterno lo que anhelamos y no podemos tener.

He estado trabajando demasiado tiempo en los melodramas. Necesito continuar con el asunto que tengo entre manos, escoger un avión, ahorrar el sentimiento para la Gran Despedida de mis amantes.

—Cancela todas las pantallas —digo—. Pantalla central, La gran ruta hacia… —De pronto me interrumpo y me quedo mirando la pantalla plateada, como Ray Milland deseando un trago en Días sin huella—. Pantalla central. Fotograma 96-1100. Sin sonido. Melodías de Broadway 1940 —digo, y me siento en la cama.

Bailan los dos muy juntitos, vestidos de blanco, perdidos en la música que no puedo oír y los pasos sincronizados que tardaron semanas en practicar, bailando fácilmente, sin esfuerzo. El pelo castaño claro de ella captura la luz de algún sitio.

Alis realiza un giro, su falda blanca traza el mismo arco que la de Eleanor (comprobación y comprobación Browniana), y es evidente que habrá tardado semanas en conseguir eso.

Junto a ella, indiferente, elegante, ajeno a copyrights y opas, Fred marca un triple zapateo, y Alis lo responde, y se vuelve a sonreír por encima de su hombro.

—Congela —ordeno, y ella se detiene, aún girando, la mano extendida y casi tocando la mía.

Me inclino hacia delante, mirando el rostro que he visto desde aquella primera noche en que la contemplé desde la puerta, el rostro que reconocería en cualquier parte. Siempre nos quedará París.

—Avanza tres fotogramas y retiene —digo, y ella me dirige una sonrisa encantada, infinitamente prometedora—. Avanza en tiempo real. —Y allí está Alis, como tenía que estar, bailando en las películas.

THE END

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