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—Me pregunto cuál de éstos es hielo —prosiguió Hedda, rebuscando de nuevo en su mano—. Se supone que hace que el destello vaya más rápido. Quiere bailar en el cine.

—Creo que ya has tomado bastantes pastis —dije, intentando cogerle la mano.

Ella la cerró, protegiendo las pastillas.

—No, de verdad. Es bailarina.

La miré, preguntándome cuántas píldoras sin marca había tomado antes de que yo llegara.

—Nació el mismo año en que murió Fred Astaire —dijo, haciendo un gesto con el puño cerrado—. Lo vio en el enlace de fibra-op y decidió venir a Hollywood para bailar en las películas.

—¿Qué películas?

Ella se encogió de hombros, concentrada de nuevo en su mano.

Observé a la muchacha. Seguía absorta en la pantalla.

—Ruby Keeler —dije.

—¿Eh? —preguntó Hedda.

—La bailarina animosa de La calle 42 que quiere ser una estrella.

Sólo que llegaba veinte años demasiado tarde. Pero justo a tiempo para un ñaca, y si era lo bastante ingenua para creer que podría aparecer en las películas, llevármela al catre estaría chupado.

No tendría que explicarle el viaje temporal, como el ejeco, que hablaba muy entretenido con una Marilyn vestida de negro que empuñaba un ukelele. Con faldas y a lo loco.

—Verás, me rechazas en este tempomento —decía—, pero en un tempomento paralelo ya estamos ñaqueando. —Se acercó más—. Hay cientos de miles de tempomentos. ¿Quién sabe qué estamos haciendo en uno de ellos?

—¿Y si le rechazo en todos? —replicó la Marilyn.

Pasé rozando su vestido, pensando que me podría valer si Ruby pasaba de mí, y me dirigí hacia la pantalla atravesando la multitud.

—¡No! —dijo Hedda en voz alta.

Al menos media sala se volvió para mirarla.

—¿No qué? —dije, volviendo con ella. Miraba a Alis, y su cara tenía la expresión alerta y ligeramente aturdida que produce el klieg.

»Acabas de destellar, ¿verdad? —le pregunté—. Ya te dije que era klieg. Y eso significa que yo haré lo mismo dentro de poco, así que si me disculpas…

Ella me agarró el brazo.

—Creo que no deberías… —dijo, todavía mirando a Alis—. Ella no… —Me miraba, preocupada. Mildred Natwick en La legión invencible, diciéndole a John Wayne que tuviera cuidado.

—¿No qué? ¿No hará ñaca conmigo? ¿Te apuestas algo?

—No —dijo ella, sacudiendo la cabeza como si quisiera despejarla—. Tú… ella sabe lo que quiere.

—Yo también. Y gracias a tu política de ruleta rusa respecto a los productos químicos, promete ser una experiencia inolvidable. Si puedo llevarme a Ruby a mi habitación en los próximos diez minutos. Ahora, si no hay más objeciones… —dije, y empecé a marcharme.

Ella alargó la mano, como si quisiera agarrarme la manga, y luego la dejó caer.

El ejeco hablaba de regiones de materia negativa. Lo sorteé y me acerqué a la pantalla, donde Alis miraba la cara de Fred, las escaleras, la falda con orilla negra de Ginger, la mano de Fred.

Era tan bonita en primer plano como en plano general. Su pelo echado hacia atrás capturaba la luz aleteante de la pantalla y su rostro tenía una expresión intensa, concentrada.

—No deberían hacer eso —dijo.

—¿Qué? ¿Pasar una película? Hay que pasar una película en una fiesta. Es la ley de Hollywood.

Ella se volvió y me sonrió encantada.

—Conozco esa línea de diálogo. Es de Cantando bajo la lluvia. No me refería a la película, sino a montarla así. —Miró de nuevo hacia la pantalla. Ahora mostraba un cenital, y lo único que se podían ver eran las coronillas de Fred y Ginger.

—¿He de suponer que no te gusta el programa montador de Vincent?

—¿Vincent?

Señalé con la cabeza al de la gorra de béisbol, que estaba en un rincón haciéndose una raya de illy.

—¿No te recuerda a Vincent Price en Los crímenes del museo de cera?

El programa montador volvió a mostrar planos rápidos: los pasos, la cara de Fred, primerísimo plano de un paso. La escena del cochecito del bebé de El acorazado Potemkin.

—En más de un sentido —añadí.

—Fred Astaire siempre insistió en que rodaran sus coreografías en plano secuencia general —dijo ella, sin apartar los ojos de la pantalla—. Decía que era la única forma de filmar los bailes.

—Eso decía, ¿eh? No me extraña que me guste más la original —comenté—. La tengo en mi habitación.

Y eso la hizo apartarse del rápido analítico de los pies, el hombro y el pelo de Ginger para mirarme. Era la misma expresión intensa y concentrada con que había contemplado la pantalla, y sentí que los bordes empezaban a difuminarse.

—Nada de cortes, ni de ángulos de cámara —dije rápidamente—. Nada preprogramado. Toma continua y en plano general. ¿Quieres subir y echarle un vistazo?

Ella miró la librepantalla. El pecho de Fred, su cara, sus rodillas.

—Sí —accedió—. ¿Tienes la película de verdad? ¿Sin colorear ni nada?

—La de verdad —aseguré, y la conduje escaleras arriba.

RUBY KEELER [Nerviosa]: Nunca había estado en un apartamento de soltero.

ADOLPHE MENJOU [Sirviendo champagne]: Nunca habías estado en Hollywood. [Le tiende una copa.] Ten, querida, esto te relajará.

RUBY KEELER [Deambulando cerca de la puerta]: Dijo usted que tenía una solicitud para una prueba. ¿No debería rellenarla?

ADOLPHE MENJOU [Reduciendo las luces]: Más tarde, querida, cuando hayamos tenido ocasión de conocernos.

—Tengo todo lo que quieras —le prometí a Alis mientras subíamos—. Todas las bibliotecas de la ILMGM, y la Warner y la Fox-Mitsubishi, al menos todo lo que ha sido digitalizado, que debería ser todo lo que quieres. —La conduje por el pasillo—. Las películas de Fred Astaire y Ginger Rogers eran de la Warner, ¿verdad?

—RKO.

—Es lo mismo. —Abrí la puerta—. Ya hemos llegado —anuncié, y le mostré mi habitación.

Ella dio un confiado paso al interior y luego se detuvo al ver las tres paredes cubiertas con pantallas de espejo.

—¿No me habías dicho que eras estudiante?

Ahora no era el momento de decirle que no había asistido a clase en más de un semestre.

—Lo soy —dije, adelantándome a ella para que avanzara, y cogiendo una camisa—. Ropas por todo el suelo, la cama sin hacer. —Tiré la camisa a un rincón—. Andy Hardy va a la universidad.

Ella miraba el digitalizador y el conector del enlace de fibra-op.

—Creía que sólo los estudios tenían Crays.

—Trabajo para ellos para pagarme los estudios —expliqué. Y para surtirme de chooch.

—¿Qué clase de trabajo? —preguntó, contemplando el reflejo de su propio rostro en las pantallas plateadas, y ahora tampoco era el momento de decirle que me especializaba en conseguir ñaquis para los ejecos de los estudios.

—Remakes —dije. Alisé las sábanas—. Siéntate.

Ella se quedó en el borde de la cama, con las rodillas muy juntas.

—Muy bien —sonreí, sentándome ante el comp. Pedí el menú de la biblioteca Warner—. El Continental es de Sombrero de copa., ¿no?

La alegre divorciada —dijo ella—. Casi al final.

—Pantalla principal, fotograma final y vuelve a 98 —ordené. Fred y Ginger saltaron a la pantalla y subieron a una mesa—. Reb a 96 fotogramas por segundo. —Y saltaron de la mesa y fueron hacia atrás del desayuno al salón de baile.