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Rebobiné hasta el principio del número y lo dejé en marcha.

—¿Quieres sonido? —pregunté.

Ella sacudió la cabeza, absorta ya en la pantalla. Tal vez esto no había sido una buena idea. Se inclinó hacia delante, y la misma expresión concentrada de antes asomó a su rostro, como si estuviera intentando memorizar los pasos. No me hacía ni caso, lo cual no era exactamente la idea al invitarla.

—Menú —dije—. Películas de Fred Astaire y Ginger Rogers. —Apareció el menú—. En pantalla uno, Al compás de la música —ordené. Normalmente había un gran baile final en estas películas, ¿no?—. Fotograma final y vuelve a 96.

La había. En la pantalla superior izquierda, Fred con frac hacía girar a Ginge y su vestido plateado.

—Fotograma 102-044 —dije, leyendo el código al pie—. Avanza en tiempo real y repite. Bucle continuo. Pantalla dos, Sigamos la flota, pantalla tres, Sombrero de copa, pantalla cuatro, Descuidada. Fotograma final y vuelve a 96.

Impuse en todas bucles continuos y repasé el resto de la lista de Fred y Ginger, llenando la mayoría de las pantallas de la izquierda con sus bailes: giros, zapateos, vueltas, Fred con frac, con uniforme de soldado, botas de montar, Ginger con largos vestidos de seda que destellaban bajo la rodilla en un remolino de plumas, piel y abalorios. Bailaban valses, zapateaban, se deslizaban con el Carioca, el Yam, el Piccolino. Y todos en plano general. Todos sin cortes.

Alis contemplaba las pantallas. La expresión atenta y concentrada había desaparecido, y sonreía encantada.

—¿Algo más?

—Sí. Ritmo loco —me dijo—. El número del título. Fotograma 87-1309.

La puse en marcha en la fila de abajo. Fred de punta en blanco, bailando con un coro de rubias vestidas de satén negro y velos. Todas llevaban máscaras con el rostro de Ginger Rogers, y se las ponían y alejaban de Fred, las máscaras tan estiradas como rostros.

—¿Alguna otra película? —dije, llamando de nuevo el menú—. Quedan pantallas de sobra. ¿Qué tal Un americano en París?

—No me gusta Gene Kelly.

—Vale —dije, sorprendido—. ¿Qué tal Espérame en San Luis?

—No hay bailes excepto el número «Under the Banyan Tree», con Margaret O'Brien. Es por culpa de Judy Garland. Bailaba que daba pena.

—Muy bien —dije yo, aún más sorprendido—. ¿Cantando bajo la lluvia? No, espera, no te gusta Gene Kelly.

—El número de «Good Morning» está bien.

Escruté en el menú películas donde no aparecieran Gene Kelly ni Judy Garland.

¿Buenas noticias?

—El «Varsity Drag» —asintió ella—. Está justo al final. ¿Tienes Siete novias para siete hermanos?

—Claro. ¿Qué número?

—El de la construcción del granero. Fotograma 27-986.

Lo llamé. Busqué algún pasaje donde apareciera Ruby Keeler.

—¿La calle 42?

Ella sacudió la cabeza.

—Es de Busby Berkeley. No tiene bailes excepto al fondo de una toma de ensayos y unas diecisiete barras en el número «Pettin' in the Park». Nunca hay bailes en las de Busby Berkeley. ¿Tienes Un día en Nueva York?

—Creía que no te gustaba Gene Kelly.

—Ann Miller. El número del Hombre Prehistórico. Fotograma 28-650. Técnicamente es muy buena cuando se dedica al claque.

No sé por qué estaba tan sorprendido o qué esperaba. Adoración total, supongo. A Ruby Keejerniurmurando: «¡Dios, señor Ziegfield, un papel en su espectáculo! ¡Qué maravilla!» O a Judy Garland tal vez, mirando embelesada la foto de Clark Gable en Melodías de Broadway de 1938. Pero a ella no le gustaba Judy, y había rechazado a Gene Kelly con tanta indiferencia como si fuera una chica que se presenta a una prueba para el coro en una de Busby Berkeley. Que, por cierto, tampoco le gustaba.

Llené las pantallas de Fred Astaire, que sí le gustaba, aunque ninguna de sus películas en color eran tan buenas como las de blanco y negro, ni tampoco sus compañeras. La mayoría se quedaban colgadas mientras él giraba alrededor, o adoptaban una pose y le dejaban bailar en círculos, literalmente, a su alrededor.

Alis no las contemplaba. Había vuelto a la pantalla central y observaba a Fred, en plano general, levantando del suelo a una ingrávida Ginger.

—¿Es eso lo que quieres hacer? —pregunté, señalando—. ¿Bailar el Continental?

Ella sacudió la cabeza.

—Todavía tengo que aprender mucho. Sólo conozco unos cuantos pasos. Podría hacer eso —dijo, señalando el «Varsity Drag», y luego al número de cowboys de Cabecita loca—. Y tal vez eso. Coro, no principal.

Y eso tampoco era lo que yo esperaba. Lo único que tienen en común las caras bajo sus lunares de Marilyn es la absoluta convicción de que cumplen todos los requisitos para convertirse en una estrella. En la mayoría de los casos no es así: no saben actuar o mostrar emoción, ni siquiera pueden hacer una razonable imitación de la voz sensual de Norma Jean y su vulnerabilidad tan sexy, pero todas creen que lo único que se interpone entre ellas y el estrellato es la mala suerte, no la falta de talento. Nunca había oído a ninguna decir: «Tengo que aprender mucho.»

—Voy a necesitar un profesor de baile —decía Alis—. ¿Conoces alguno?

¿En Hollywood? Era tan probable que encontrara alguno como que se encontrara con Fred Astaire. Menos.

¿Y qué si era lo bastante lista para conocer sus propios fallos? ¿Qué si había estudiado las películas y las criticaba? Nada de eso iba a hacer volver los musicales. Nada de eso iba a hacer que ILMGM empezara a rodar vivacciones otra vez.

Miré las pantallas. En la fila de abajo Fred intentaba encontrar a la auténtica Ginger entre las máscaras. En la tercera pantalla, fila de arriba, intentaba seducirla: ella se apartaba, él avanzaba, ella regresaba, él se inclinaba, ella se inclinaba lánguidamente.

Lo cual me recordó que sería mejor que continuara con lo mío o iba a destellar con Alis allí sentada al borde de la cama, completamente vestida y las piernas bien apretadas.

Pedí sonido en la pantalla tres y me senté junto a Alis en la cama.

—Creo que eres bastante buena —dije.

Me miró, confundida, y entonces advirtió que estaba contestando a sus palabras de «Todavía tengo que aprender mucho» de antes.

—No me has visto bailar —contestó.

—No hablaba de baile —señalé, y me incliné hacia delante para besarla.

La pantalla central destelló en blanco.

—Mensaje de Heada Hopper —anunció.

Deletreaba Hedda con «a». Me pregunté si había tenido otro destello revelatorio y me interrumpía para comunicármelo.

—Mensaje anulado —dije, y me levanté para despejar la pantalla, pero era demasiado tarde. El mensaje ya estaba allí.

«Mayer está aquí—decía—. ¿Lo envío arriba? Heada.»

Sólo hubiera faltado eso. Tendría que hacer una copia del pastiche y llevárselo.

—Archivo River Phoenix —le dije al ordenador, y metí un opdisk en blanco—. Donde están los muchachos. Graba remake.

Las pantallas con los bailes se pusieron en blanco y Alis se levantó.

—¿Quieres que me vaya?

—¡No! —exclamé, buscando un mando a distancia. El comp escupió el disco, y lo recogí—. Quédate aquí. Ahora mismo vuelvo. Tengo que darle esto a un tipo.

Le tendí el mando.

—Toma. Pulsa M para menú y pide lo que quieras. Si la película que pides no está en ILMGM, puedes llamar a las otras bibliotecas pulsando Archivo. Volveré antes de que acabe el Continental. Lo prometo.