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Fergus, con ayuda de Miriam, estaba atendiendo a la madre y el chico que llevaba a la niña en brazos no parecía saber qué hacer.

– ¡Mami! -seguía gritando la niña, alargando los bracitos hacia la ambulancia.

– El doctor Fergus está cuidando de tu mamá -intentó consolarla Ginny. Pero la cría no parecía escuchar nada-. Dámela -murmuró, entonces, apretándola contra su corazón.

Fergus sacudió la cabeza después de conectarla al monitor de cardio… Y Ginny sabía lo que significaba ese gesto. Había trabajado en la UCI de un hospital durante tres años y lo sabía muy bien.

Los pies de la niña sangraban profusamente y su terror era palpable. A menos que Fergus dijera algo, debía quedarse con ella.

– Te has cortado los pies. ¿Qué has estado haciendo, cielo?

– Quiero a mi mamá…

– El doctor Fergus está cuidando de tu mamá y yo voy a cuidar de ti. Pero tenemos que vendarte los pies.

– ¡Mami, mami! -la voz de la niña era un grito de terror.

Fergus levantó la mirada entonces y sacudió ligeramente la cabeza.

«Sácala de aquí», parecía decir.

– Vamos -le dijo al chico de la ambulancia-. Tráeme todo lo necesario para darle puntos de sutura. Ahora mismo.

* * *

Tardaron casi una hora en limpiar las heridas de la niña y darle los puntos necesarios. La pobre lloraba y lloraba y, al final, Ginny decidió administrarle un sedante. Por fin, cuando se quedó dormida, pudieron meterla en una cama.

El chico que la había ayudado había desaparecido y a su lado había otro que se presentó como Tony. Tony no era el tipo de enfermero al que ella estaba acostumbrada. Era altísimo y llevaba puesto el uniforme del equipo de fútbol manchado de barro. No parecía en absoluto un enfermero, pero hacía bien su trabajo.

– ¿Alguien sabe lo que ha pasado?

– Sólo sé lo que me han contado -contestó él-. La madre se desmayó al volante del coche a un kilómetro del campo de fútbol. Quizá le dijo a su hija que buscara ayuda o la niña salió del coche por su cuenta… no sé. Por cómo tiene los pies debió de correr descalza hasta allí.

– Eso parece -murmuró Ginny-. Pobrecita… ¿sabemos qué le pasa a la madre?

– Cardiomiopatía -oyeron entonces la voz de Fergus-. Y la hemos perdido.

– Pero…

– Sufrió un infarto cuando te fuiste. No habrías podido hacer nada, te lo aseguro.

– Cardiomiopatía. ¿Cómo lo sabes…?

– Un policía encontró sus informes médicos en el coche. Debía de llevarlos por si acaso. Además, viajaba con una botella de oxígeno y medicinas suficientes para llenar un botiquín. Estaba muy enferma.

– ¿Y por qué iba conduciendo en ese estado?

– Buscaba a Richard Viental -contestó Fergus-. ¿Es tu… Richard?

– ¿Mi Richard? No entiendo…

– ¿Y crees que yo sí? -la interrumpió Fergus. Acababa de perder a una paciente. Una joven madre que debería haber vivido cincuenta años más. ¿Alguien se acostumbraba a eso alguna vez?

– Esta carta estaba dentro del historial médico. El policía la leyó… y yo también -suspiró, mirando a la niña dormida-. Va dirigida a Richard Viental, pero quizá tú también deberías leerla.

– Yo… ¿no debería llamar a Richard por teléfono?

– Léela.

Atónita, Ginny tomó el papel. Iba dirigida a su hermano Richard. Pero ¿cómo era posible? Nerviosa, empezó a leer…

Querido Richard:

Espero que no tengas que leer esto. Espero poder decírtelo en persona. Por favor, Dios mío, que no sea demasiado tarde. He estado esperando, esperando…

Quizá ya ni te acuerdes de mí. Estuvimos juntos en el hospital hace cinco años. Tú ibas para un examen después de tu transplante de pulmón y yo recuerdo que sentí celos. A mí estaban tratándome para un futuro transplante de corazón y pensé: ¿no sería maravilloso que ya me lo hubieran hecho? Pero entonces los médicos me dijeron que mi viejo corazón aún aguantaría un par de años. Para morirse de risa, ¿no? Un par de años… cinco años y una hija después, sigue latiendo. Más o menos. Afortunadamente, porque no hay un corazón nuevo para mí.

En fin, hace cinco años salimos del hospital juntos. Fuimos a tomar una copa y recuerdo que tú estabas fenomenal. Yo me sentía casi normal, contenta al saber que no necesitaba un transplante inmediato. Las mujeres me miraban porque iba contigo… y yo pensé que parecían celosas. A lo mejor me emborraché un poco.

A lo mejor nos emborrachamos los dos.

Al día siguiente me preocupó haber quedado embarazada, pero recuerdo que a ti te dio la risa. Me dijiste que, debido a tu enfermedad, no podías tener hijos, que eras estéril. Lo miré en Internet y tenías razón. La posibilidad de quedar estéril en un caso de fibrosis quística era de un noventa y ocho por ciento.

Madison debe de ser el resultado de ese dos por ciento milagroso.

¿Debería habértelo dicho?

Bueno, quizá debería, pero cuando descubrí que estaba embarazada había investigado algo más sobre mi problema y… no sé, supongo que estaba huyendo. Todo el mundo me decía que debería abortar, que debía pensar en mi salud antes que nada. Y pensé que si tú también me decías lo mismo sería horrible. Yo apenas te conocía y tú tenías tantos planes… cosas que hacer con tus nuevos pulmones. Atarte a una mujer enferma habría sido…

No. Habría sido una canallada.

No sé, quizá pensé que tener a Madison me mataría y quizá eso no me pareció mal.

¿Fue absurdo por mi parte, perverso? Es posible.

En cualquier caso, salí viva del embarazo y del parto. Después, cuando me di cuenta de que había hecho algo maravilloso, de lo especial y lo preciosa que es Madison, intenté ponerme en contacto contigo. Llamé por teléfono al número que me habías dado, pero contestó tu hermana. O, al menos, creo que era tu hermana. Me dijo que estabas en el hospital y que había problemas con el transplante.

Colgué sin decirle quién era. Lo último que necesitabas en ese momento era una hija sorpresa.

Mi madre decía que todo iba a ir bien. Mi madre siempre estará ahí para Madison, pensaba yo.

Pero claro, los finales felices no existen. Mi madre murió de cáncer el mes pasado y, con la angustia de su muerte, mi corazón empezó a dar problemas otra vez. Sufrí un infarto y, aunque conseguí salir con vida, ahora tengo que usar oxígeno, pero sé que esto no va a durar. No debería conducir, pero…

Volví a llamar a tu casa y un hombre contestó al teléfono. Me dijo que te habías ido, que habías dejado el apartamento para irte al campo, a la granja de tus padres. Me dio la dirección y pensé: en fin, al menos está con sus padres en una granja. ¡Una granja! A Madison le encantan los animales.

Richard, Madison necesita a alguien. Sé que debería consultar con un asistente social y organizar algo para ella y no esperarlo todo de ti, pero la última vez que me puse enferma la llevaron a un orfanato y la pobrecita lo pasó muy mal. No podría soportarlo otra vez.

Richard, tú eres su padre. Por favor, cuida de nuestra niña.

Si recibes esta carta, eso significa…

No puedo ni pensar en lo que significa. Por favor, quiérela mucho por mí. Y gracias por darme este regalo maravilloso.

Tuya, con amor y gratitud,