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– Pero tienes razón, Henk… es una línea de investigación que debemos explorar -dijo Fabel, a quien le parecía útil alentar las contribuciones positivas del miembro más reciente de su equipo.

Se acercó a Maria, que estaba junto al tablero, y estudió los detalles de los dos hombres; las fotografías de ellos en la vida y en la muerte. La única imagen de Griebel con vida era una ampliación de alguna clase de foto grupal. El científico estaba ubicado con una actitud rígida entre dos colegas de batas blancas, y tanto su postura torpe como su tensa expresión comunicaban a las claras la incomodidad que le producía que lo fotografiaran. Fabel se concentró en los granulosos detalles de la misma cara larga y delgada con las gafas en precario equilibrio que lo había contemplado desde debajo de la parte superior expuesta del cráneo. ¿Por qué Griebel se sentiría tan intranquilo delante de una cámara? Las palabras de Holger Brauner interrumpieron sus pensamientos.

– Creo que deberíamos hablar sobre las evidencias forenses que se han recuperado -dijo Brauner-. O, mejor dicho, la falta de ellas. Por eso hemos venido Herr Grueber y yo. Creo que esto le interesará.

– Cuando usted dice falta de evidencias forenses, entiendo se refiere al primer asesinato… donde Kristina Dreyer destruyó todas las pruebas, ¿verdad?

– Bueno, ésa es la cuestión, Jan -dijo Brauner-. Eso se aplica a las dos escenas. Al parecer el asesino sabe cómo eliminar su presencia forense… salvo por lo que quiere que encontremos.

– ¿Y qué es?

Brauner depositó las dos bolsas de recolección de pruebas sobre la mesa de conferencias.

– Como usted ha dicho, Kristina Dreyer destrozó todos los rastros en la primera escena, salvo este solitario pelo rojo. -Empujó una de las bolsas hasta el otro lado de la mesa-. Pero yo sospecho que no había nada para que ella destruyese. No hemos logrado encontrar nada en la segunda escena, y sabemos que era reciente y que estaba intacta. Es prácticamente imposible que alguien ocupe un espacio sin dejar alguna evidencia forense recuperable. A menos que, desde luego, él o ella realicen esfuerzos considerables para ocultar su presencia. Incluso en ese supuesto, deberían saber cómo hacerlo.

– ¿Y este tipo lo sabe?

– Parece que sí. Sólo encontramos un rastro que no pertenece a la escena ni a la víctima. -Brauner empujó la otra bolsa a lo largo de la mesa-. Y es éste… un segundo pelo.

– Pero eso es una buena noticia -dijo Maria-. Si estos pelos coinciden, entonces seguramente eso significa que tenemos evidencias para conectar ambos asesinatos. Y un rastro de ADN. Es evidente que el asesino se ha descuidado.

– Oh, los dos pelos coinciden, claro que sí -dijo Brauner-. La cuestión, Maria, es que este pelo tiene exactamente la misma extensión que el primero. Y no tiene folículos en ninguno de los extremos. No sólo son de la misma cabeza, sino que se cortaron exactamente al mismo tiempo.

– Fabuloso… -dijo Fabel-. Tenemos una firma.

– Todavía hay más -dijo Frank Grueber, el asistente de Brauner-. Es cierto que ambos pelos se cortaron de la misma cabeza en el mismo momento… pero ese momento fue entre veinte y treinta años atrás.

5

Lunes 22 de agosto de 2005, cuatro días después del primer asesinato

11.15 h, Marienthal, Hamburgo

Fabel estaba solo en el jardín trasero de la mansión del difunto doctor Griebel, entrecerrando los ojos para protegerlos del fuerte sol. La casa tenía paredes blancas y estaba estructurada en tres plantas bajo un amplio techo de tejas rojas que caía a ambos lados hasta llegar al piso. El diseño de las casas vecinas era diferente sólo superficialmente. Detrás de Fabel había otra hilera de mansiones también impresionantes, dándole la espalda y los jardines.

El jardín de Griebel era una gran extensión de césped con algunos tupidos arbustos y un grupo de árboles que proporcionaban un poco de cobertura. Pero se veía desde todos lados. El asesino no había entrado por allí. De todas maneras, parecía incluso más difícil entrar desde la parte delantera de la casa o los lados, a menos que el homicida fuera tan habilidoso en el robo con allanamiento como lo era para borrar todo rastro forense. Y Brauner y su equipo aún no habían encontrado ninguna evidencia de que hubiera entrado forzando alguna puerta o ventana ni en esa casa ni en el apartamento de Hans-Joachim Hauser.

– Te dejaron entrar -dijo Fabel al jardín vacío, al fantasma de un asesino que se había marchado mucho tiempo antes de la escena. Dio la vuelta a la casa resueltamente hasta llegar a la parte delantera y se detuvo ante la puerta principal, que estaba cruzada por tiras de la cinta roja y blanca de la policía y que tenía un anuncio policial prohibiendo la entrada-. Nadie te vio aquí. Eso significa que Griebel te dejó entrar muy rápidamente. ¿Te esperaba? ¿Habíais quedado en veros?

Fabel sacó su teléfono móvil, apretó el botón de memoria con el número de la brigada de Homicidios y pidió hablar con Anna Wolff.

– Necesito los registros telefónicos de Griebel del último mes. Todo lo que podamos conseguir. De la casa, de la oficina, del móvil. Necesito nombres y direcciones de todos con los que habló. Comienza a partir de la semana pasada. Y quiero que Henk haga lo mismo con las llamadas de Hauser.

– De acuerdo, chef, ya mismo nos ponemos a ello -dijo Anna-. ¿Vas a volver al Präsidium?

– No. Entrevistaré a los colegas de Griebel esta tarde. ¿Cómo les está yendo a Maria y Werner con el seguimiento de Hauser?

– No lo sé, chef. Ellos siguen en el Schanzenviertel. La razón por la que te pregunté si volverías es que te ha llamado un tal doctor Severts.

– ¿Severts? -Fabel quedó desconcertado por un momento, luego recordó al arqueólogo joven y alto cuya piel, pelo y ropa parecían haber adoptado la tonalidad de la tierra con la que trabajaba. Apenas habían pasado tres días desde que Fabel había contemplado el cuerpo momificado de un hombre congelado en un momento que había tenido lugar más de sesenta años antes. Y sólo habían transcurrido cuatro días desde que Fabel se había sentado a la mesa en el restaurante de su hermano en Sylt y había charlado sin preocupaciones con Su-sanne sobre cosas sin ninguna importancia.

– Ha preguntado si podrías encontrarte con él en la universidad. -Anna le dio a Fabel el número del teléfono móvil de Severts.

– De acuerdo, lo llamaré. Mientras tanto, consigue los registros telefónicos.

– Por cierto -añadió Anna-, ¿has visto los diarios esta mañana?

Fabel sintió que su corazón daba un vuelco por anticipado.

– No… ¿Por qué?

– Al parecer tienen mucha información sobre las escenas de los crímenes. Saben que había un pelo teñido y también que a las víctimas les habían arrancado el cuero cabelludo. -Anna hizo una pausa, luego añadió, en tono vacilante-: Y le han puesto un nombre al asesino:«Der Hamburger Haarschneider».

– Brillante. Totalmente brillante, carajo… -dijo Fabel, y colgó.

«El peluquero de Hamburgo». Un nombre perfecto para aterrorizar a toda la población de la ciudad.

13.45 h, Blankenese, Hamburgo

Scheibe colgó el teléfono. El miembro de la comisión encargado de darle la buena noticia había quedado claramente sorprendido con su reacción. O la falta de ella. Scheibe se había mostrado cortés, contenido; casi modesto. Cualquiera que conociera aunque fuera un poco al egocéntrico Paul Scheibe se hubiera asombrado ante esa respuesta tan apagada a la noticia de que su concepto para el KulturZentrumEins había ganado la licitación arquitectónica para el área del Überseequartier.

Pero Paul Scheibe absorbió este triunfo, que apenas unos días antes habría sido un glorioso broche de oro para su carrera, como un impacto vago y sordo en lo profundo de sus entrañas. Una amarga victoria; casi un insulto, considerando su situación actual. Scheibe estaba demasiado consumido por una emoción más inmediata y más elemental -el miedo- como para siquiera fingir algún entusiasmo.