– Bueno, Ronni, me siento desilusionado. -Avanzó hacia la puerta sin estrecharle la mano-. Después de todo, está claro que tienes un buen oído para la música. El derecho, quiero decir…
10.30 h, Universitátsklinikum, Hamburg-Eppendorf, Hamburgo
Estaba claro que el profesor Von Halen consideraba que debía quedarse durante toda la entrevista, como un adulto responsable que está presente mientras la policía interroga a dos niños. Sólo cuando Fabel pidió hablar a solas con Alois Kahlberg y Elisabeth Marksen, los dos científicos que trabajaban con Gunter Griebel, accedió a regañadientes y abandonó la oficina.
Ambos científicos eran más jóvenes que Griebel y durante el interrogatorio de Fabel había quedado claro que los dos sentían una elevada estima por su colega fallecido. Admiración, casi. Alois Kahlberg tenía unos cuarenta y cinco años y era un hombre pequeño que se asemejaba a un pájaro, y que acostumbraba a echar la cabeza hacia atrás para ajustar el ángulo de su visión, en lugar de empujar sus gafas grandes, pasadas de moda y de gruesos lentes, por el puente de la nariz. Elisabeth Marksen tendría unos diez años menos y era una mujer nada atractiva y excepcionalmente alta cuyo cutis estaba siempre ruborizado.
Fabel los interrogó sobre los hábitos de su colega muerto, su personalidad, su vida privada; lo único que obtuvo fue un retrato bidimensional de Griebel. No importaba cuánta luz enfocase uno sobre éclass="underline" no se formaba ninguna sombra, no surgía ninguna sensación de profundidad o textura. Sencillamente, jamás había tenido ninguna conversación ni con Marksen ni con Kahlberg que no estuviera relacionada con el trabajo o no fuera la menos importante de las charlas sin importancia.
– ¿Y qué hay de su esposa? -preguntó.
– Murió hace cinco años. De cáncer -respondió Elisabeth Marksen-. Era profesora, creo. Él nunca hablaba de ella. La vi una vez, más o menos un año antes de que muriera, en una recepción. Era callada, como él… no parecía cómoda en un entorno social. Era una de esas recepciones de la empresa a las que estamos todos más o menos obligados a asistir, y Griebel y su esposa pasaron la mayor parte del tiempo en un rincón, hablando entre sí.
– ¿Su muerte tuvo un gran impacto en él? ¿Hubo algún cambio significativo en su comportamiento? ¿Se deprimió de una manera excesiva?
– Siempre era difícil saberlo con el doctor Griebel. No dejaba salir mucho a la superficie. Sé que visitaba la tumba todas las semanas. Está enterrada cerca de Lurup, de donde era su familia. O bien en el Altonaer Hauptfriedhof o en el Flottbeker Friedhof.
– ¿No tenían hijos?
– Él nunca lo mencionó.
Fabel recorrió con la mirada la elegante oficina de Von Halen. En una de las vitrinas vio una pila de folletos satinados, y supuso que los usarían para presentar las instalaciones a inversores y socios comerciales.
– ¿Cuál era exactamente la clase de investigación que realizaba el doctor Griebel? -preguntó-. El profesor Von Halen me lo comentó pero en realidad no lo entendí.
– Epigenética -respondió Kahlberg desde detrás de sus gruesos lentes-. Es un área de la genética, muy reciente y muy especializada. Estudia la manera en que los genes se activan y se desactivan y la forma en 'que eso afecta a la salud y la longevidad.
– Alguien habló una vez sobre la memoria genética. ¿Qué es eso?
– Ah… -La actitud de Kahlberg se modificó un poco y Fabel supuso que eso era lo más parecido a una demostración de interés que aquel hombre podía expresar-. Ese es el área más reciente de la investigación epigenética. En realidad, es muy simple: cada vez hay una evidencia mayor de que podemos caer víctimas de enfermedades y trastornos que no deberíamos padecer… que en realidad pertenecen a nuestros antepasados.
– Me temo que no suena tan simple para mí. -De acuerdo, déjeme explicárselo de otra forma… Básicamente hay dos causas de enfermedades: están los trastornos para los que tenemos una predisposición genética, una tendencia congénita. Luego existen las causas ambientales de una enfermedad: fumar, la polución, la dieta, etcétera… Éstas siempre se consideraron totalmente diferentes, pero las últimas investigaciones han demostrado que en realidad podemos heredar trastornos de causa ambiental.
Fabel parecía que seguía sin comprender, de modo que Elisabeth Marksen retomó el hilo.
– Todos pensamos que estamos separados de nuestra historia, pero se ha descubierto que no es así. En el norte de Suecia hay un pueblo pequeño que se llama Overkalix. Es una comunidad muy próspera y tanto la calidad como el nivel de vida son muy elevados. Sin embargo, los médicos locales notaron que la población tendía a sufrir problemas de salud que por lo general sólo se relacionan con la desnutrición. Hay dos factores más que también hacen peculiar a Overkalix. Primero, se encuentra al norte del círculo polar ártico y se ha mantenido relativamente aislado durante toda su historia, lo que significa que la población actual tiende a descender de las mismas familias que estaban allí cien o doscientos años atrás. Segundo, Overkalix mantiene con un rigor muy poco común sus registros parroquiales y cívicos. Asientan no sólo los nacimientos y las muertes, sino también las causas de las muertes y las buenas y malas cosechas. El lugar se convirtió en el objetivo de un importante proyecto de investigación y los resultados demostraron que hace un siglo y medio la población, cuya subsistencia dependía de la agricultura, sufrió varias hambrunas. Muchos murieron por ello, pero entre los supervivientes, un número todavía mayor sufrió trastornos relacionados con la desnutrición. Después de comparar los registros médicos contemporáneos con los históricos, se hizo evidente que los descendientes de las víctimas de las hambrunas exhibían exactamente los mismos problemas de salud, aunque ni ellos ni sus padres habían pasado hambre en toda su vida. Eso era una prueba de que nos equivocábamos al pensar que transmitimos a nuestros hijos sólo los cromosomas y genes con los que nacemos, completos e inalterados. El hecho es que lo que experimentamos, los factores ambientales que nos rodean, pueden tener un efecto directo en nuestros descendientes.
– Increíble. ¿Y esta teoría se basa exclusivamente en ese pueblo sueco?
– Sólo al principio. Luego se amplió el alcance de las investigaciones y se encontraron numerosos ejemplos más. Se ha comprobado que los descendientes del Holocausto suelen ser susceptibles a los trastornos relacionados con el estrés y las situaciones traumáticas. Una, dos y tres generaciones más tarde sufren de síntomas de estrés postraumático relacionados con un acontecimiento que ellos mismos no han experimentado. En un primer momento se suponía que eso era resultado de que sus padres o abuelos les habían contado detalles de sus experiencias, pero luego se descubrió que los mismos indicadores de estrés, incluyendo una cantidad elevada de Cortisol en la saliva, aparecían en descendientes que no habían escuchado ningún relato personal de supervivientes del Holocausto.
– Sigo sin entenderlo -dijo Fabel-. ¿Cómo se transmite eso de una generación a la otra?
– Depende del género. En los varones, la respuesta transgeneracional está mediada por el esperma; en las mujeres se encuentra en la programación fetal.
Fabel volvió a parecer desconcertado.
– Los factores ambientales y experimentales que se transmiten son, específicamente, los experimentados por los varones antes y durante la pubertad, y por los fetos femeninos en la matriz. Básicamente, los «datos», por falta de una palabra mejor, se almacenan en el esperma que se forma en la pubertad. Las niñas nacen con todos sus óvulos, de modo que el momento crucial para un bebé femenino es cuando aún está en la Matriz. Lo que la futura madre experimenta durante el embarazo se transmite al feto, que entonces almacena ese recuerdo genético en sus óvulos, que están formándose.