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Bajó en el ascensor hasta la cafetería del Polizeipräsidium y puso un bocadillo y un café en su bandeja. La cafetería estaba Prácticamente vacía y se dirigió hacia la ventana para elegir una mesa. Fue entonces cuando vio a Maria sentada con Tur-chenko. El detective ucraniano estaba inclinado hacia atrás en la silla, mirando la taza de café que tenía delante sobre la mesa, y Parecía estar dando una detallada explicación. Maria seguía con concentración las palabras del ucraniano. Había algo en esa imagen que no le gustó a Fabel.

– ¿Les molesta que me siente con ustedes? -preguntó.

Turchenko alzó la mirada y le dedicó una amplia sonrisa. -Para nada, Herr Kriminalhauptkommissar. Adelante. Maria también sonrió, pero su expresión daba a entender que la interrupción la irritaba.

– Usted habla un alemán excelente, Herr Turchenko -dijo

Fabel.

– Lo estudié en la universidad, además de la carrera de Leyes. Pasé un tiempo en la ex Alemania Oriental como estudiante. Siempre me he sentido fascinado por Alemania, y eso me convirtió en una elección obvia cuando buscaron a alguien que viniera aquí a rastrear a Vitrenko.

– ¿También tiene experiencia en fuerzas especiales? -preguntó Fabel.

Turchenko se echó a reír.

– Por Dios, no… De hecho, hace poco que soy agente de policía. Era abogado penalista y civil en Lviv. Después de la Revolución Naranja, en la que yo participé activamente, pasé a ser fiscal de lo penal y luego fui contactado por el nuevo gobierno. Me preguntaron si estaría dispuesto a supervisar una nueva brigada contra el crimen organizado que se encargaría específicamente del contrabando de personas y la prostitución forzosa. Básicamente, mi trabajo consiste en frenar lo que se ha convertido en el nuevo comercio de esclavos. Me escogieron a mí porque no tengo conexiones con el viejo régimen. -Entiendo que las cosas están cambiando en Ucrania. Turchenko sonrió.

– Ucrania es un país hermoso, Herr Fabel. Uno de los más bellos de Europa. Aquí la gente no tiene la menor idea. También es un país repleto de todo tipo de recursos naturales… una tierra de una fertilidad increíble, que alimentaba a toda la ex URSS. Además posee ricos yacimientos de toda clase de minerales y tiene un gran potencial turístico. Yo amo a mi país y tengo grandes esperanzas para su futuro. Creo que se convertirá en una de las naciones más exitosas y ricas de Europa-Hará falta más de una generación para lograrlo, desde luego» pero ocurrirá. Y los primeros pasos ya se han dado… la democracia y la liberalización. Pero hay problemas. Ucrania esta dividida. En el oeste, miramos a Occidente para fijar nuestro futuro. Pero en Ucrania oriental todavía hay gente que cree que tenemos que mantener cierta unidad con Rusia. -Turchenko hizo una pausa-. Ustedes, los alemanes, tendrían que poder entenderlo. Su país ha renacido muchas veces, y no todas las reencarnaciones han sido positivas. En Ucrania estamos atravesando un renacimiento. Nuestro país está empezando una nueva vida, una vida que creamos nosotros en la calle. Y las personas como Vasyl Vitrenko no tienen nada que hacer en ella.

– Vitrenko es una presa extremadamente peligrosa -dijo Fabel-. Tendrá que tener mucho cuidado.

– Yo soy cauteloso por naturaleza. Y tengo a su policía aquí, para protegerme. -Turchenko hizo un amplio gesto con el brazo, como si abrazara a la totalidad del Polizeipräsidium-. Tengo un guardaespaldas de la GSG9 conmigo todo el tiempo. -Lanzó una risita y se llevó un dedo a la sien-. No soy un hombre de acción. Soy un hombre de pensamiento. Creo que la manera de encontrar y capturar a este monstruo es pensar mejor que él.

Fabel sonrió. Aquel pequeño ucraniano le caía bien; era un hombre que claramente creía en lo que había dicho, que sentía entusiasmo por su trabajo profesional. Fabel se dio cuenta de que lo envidiaba.

– Le deseo suerte -dijo.

15.40 H, HOHENFELDE, HAMBURGO

– ¿Cómo ha ido? -dijo Julia frunciendo el ceño. A Cornelius le molestó el hecho de que ese entrecejo fruncido creara tan pocas arrugas en su frente, como si su juventud se negara a rendirse a su preocupación. A Cornelius le parecía que estaba rodeado de juventud. Y que ésta se burlaba de él fuera donde fuese.

– No ha ido. -Cornelius arrojó las llaves sobre la mesa y se quitó la chaqueta.

Julia tenía treinta y dos años; Cornelius, exactamente treinta años más. Había dejado a su mujer por Julia tres años antes, en las vísperas de su cumpleaños número cincuenta y nueve. Su matrimonio había vivido casi tanto como la mujer por la que le había puesto fin y la edad de Julia era más cercana a la de sus hijos que a la suya. En aquel entonces, Cornelius supuso que estaba recuperando una percepción de juventud, de vigor. Pero ahora se sentía cansado todo el tiempo; cansado y viejo. Se sentó a la mesa.

– ¿Qué te ha dicho? -Julia le sirvió una taza de café y se sentó al otro lado de la mesa.

– Ha dicho que mi momento ha pasado, básicamente eso. -Contempló a Julia como si estuviera tratando de deducir qué estaba haciendo ella en su cocina, en su apartamento. En su vida-. Y tiene razón, ¿sabes? El mundo ha seguido andando. Y en algún lugar del camino me dejó atrás.

Cornelius apartó el café. Sacó un vaso y una botella de whisky de un armario y se sirvió una generosa cantidad.

– Eso no te va a ayudar… -dijo Julia.

– Tal vez no cure la enfermedad. -Bebió un sorbo importante e hizo un gesto torciendo la cara-. Pero seguro que ayuda con los síntomas. Me anestesia.

– No te preocupes. -La sonrisa reconfortante de Julia no sirvió para otra cosa que irritar a Cornelius todavía más-. Te ofrecerán algo interesante pronto. Ya lo verás. Por cierto, alguien te ha llamado por teléfono cuando no estabas, hace unos quince minutos.

– ¿Quién?

– Al principio no ha querido dejar ningún nombre. Luego ha dicho que te dijera que era Paul y que te llamaría más tarde.

– ¿Paul? -Cornelius frunció el ceño como si estuviera tratando de pensar quién podría ser Paul, luego le restó importancia encogiéndose de hombros-. Voy a mi estudio. Y me llevo mi anestesia.

Fue otro el nombre que llamó su atención. Cuando se puso de pie, vio un ejemplar del Hamburger Morgenpost sobre la mesa. Cornelius dejó el vaso y cogió el periódico. Lo contempló fijamente durante un largo momento.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Julia-. ¿Algún problema? Cornelius no respondió y siguió concentrado en el artículo. Nombraba a alguien que había muerto asesinado. Pero el nombre llevaba veinte años muerto para Cornelius. Era la noticia de la muerte de un fantasma.

– Nada -dijo, y dejó el periódico sobre la mesa-. Nada de nada.

Fue entonces cuando dedujo quién era Paul.

19.40 H, ESTACIÓN DE FERROCARRILES DE NORDENHAM, 145 KILÓMETROS AL OESTE DE HAMBURGO.

Era un atardecer hermoso. Los rescoldos del sol flotaban en el horizonte detrás de Nordenham y el Weser resplandecía en silencio en su camino hacia el Mar del Norte. Paul Scheibe nunca había pisado Nordenham antes, lo que era irónico, considerando la forma en que aquel pequeño pueblo de provincias había proyectado una sombra gigantesca en su vida.

Durante un momento, Scheibe volvió a ser exclusivamente un arquitecto, mientras contemplaba la estación de ferrocarriles de Nordenham. Arquitectónicamente no era su estilo; aun así, era un edificio sorprendente, aunque tuviera el tradicional estilo sólido, a veces austero, del norte de Alemania. Recordó haber leído que tenía más de cien años y que poco tiempo antes lo habían declarado patrimonio oficial.

Aquí.

Había ocurrido aquí, sobre este andén. Este era el escenario en que se había desarrollado el drama más importante de su vida, y él no había estado presente. Ni tampoco los otros. Seis personas, a 150 kilómetros de distancia, habían tomado la decisión de sacrificar a un ser humano sobre este andén. Una vida que llegaba a su fin, seis vidas libres para volver a empezar. Pero no había sido sólo una vida la que se había perdido en este sitio. Piet también había muerto aquí, al igual que Michaela y un policía. De todas maneras, Paul Scheibe nunca había sentido culpa sobre esas vidas perdidas; todo había quedado eclipsado por la intensa sensación de alivio, de liberación, que llegaba de saber que todo había terminado. Pero no había terminado. Algo, alguien, había regresado de aquella época oscura.