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De todas maneras, el primer concepto era imperfecto. Beate no tardó en descubrir que una vez que ayudaba a su cliente a descubrir una «vida anterior», éste se marchaba contento, y con él una fuente de ingresos. Entonces se dio cuenta de que debía añadir otra dimensión a su «terapia», algo que prolongara el tratamiento. Fue entonces cuando se le ocurrió tanto la idea de la página web como el concepto de un «renacimiento integral de la persona». El principio era que para estar «completo», uno debía dejar al descubierto todas las vidas anteriores, combinarlas con la existencia actual y luego experimentar un «renacimiento», después del cual uno se volvía íntegro y dejaba atrás todo su pasado para empezar nuevamente. Una verdadera vida nueva.

A Beate no se le escapaba la ironía. Allí, en esa sala de su apartamento, soltaba una mezcla casera de paparruchadas New Age e idioteces psicológicas sobre la reencarnación y el renacimiento. Al igual que los otros miembros del grupo, ella se había reinventado, poniendo distancia entre sí misma y su vida anterior. Pero, a diferencia de algunos de ellos, había decidido mantener el perfil más bajo posible. Mientras algunos del grupo se habían sentido evidentemente inmunes a que los descubrieran, ella había buscado el anonimato. Aun así, parecía que mantener un perfil bajo no garantizaba ninguna protección. Hans-Joachim Hauser siempre había sido un egocéntrico arrogante que se exhibía todo el tiempo; pero, según creía, Gunter Griebel había elegido, como ella misma, una vida lo más reservada posible. Sin embargo, alguien lo había descubierto.

Echó una mirada al reloj de la pared. Esa sesión parecía interminable. El joven paciente estaba convencido de que tenía múltiples vidas anteriores que descubrir; sin embargo, sostenía que había algún obstáculo en el camino, algo que no podía esquivar. Beate suspiró pacientemente y trató de facilitarle el camino a través de los años, a través de los siglos, para averiguar quién había sido antes, y cuándo.

En ocasiones sentía el impulso de gritarles a sus clientes en la cara que todo aquello era un timo, un fraude; que no había nada que poner al descubierto salvo sus propias deficiencias y su incapacidad de reconciliarse con el hecho de que este mundo, hoy, era todo lo que había en la vida. Siempre divertía a Beate el hecho de que la mayoría de sus clientes exhibieran la misma falta de precisión cronológica y técnica que los típicos escritores de novelas baratas cuando descubrían sus vidas anteriores. La mayoría eran mujeres de mediana edad que cumplían alguna fantasía recordando una vida anterior en la que habían sido hermosas cortesanas, voluptuosas aldeanas o princesas de cuentos de hadas. Pocas «vidas anteriores» tenían que ver con las Pestes, las enfermedades, las hambrunas y la pobreza extrema que habían sido tan habituales en toda la historia.

Pero este joven era diferente. Había encarado todo el proceso con entusiasmo. Desde el primer momento, había hablado con convicción sobre su necesidad de visitar una vida previa. Era como si buscara alguna forma de verdad. Un pasado real. Una vida verdadera.

Lo único que Beate no podía entregarle.

– ¿Puedes ver algo? -preguntó.

El joven frunció el ceño, y su pálida frente se arrugó en un gesto de concentración. Beate había notado lo atractivo que era desde su primer encuentro. Y también había tenido la extraña sensación de que lo conocía de algún lugar. En otra época, podría haber sido suyo. En otra época, ella podía poseer a cualquier hombre. Cualquier cosa. El mundo se desplegaba como una alfombra delante de ella, amplio y nuevo y limpio, esperando sus pisadas. Luego todo se había convertido en polvo.

– Veo algo -dijo él, con vacilación-. Sí, veo algo. Un lugar. Estoy delante de un gran edificio, y estoy esperando algo, o a alguien.

– ¿Es en esta vida, o en una época anterior?

– Anterior. Fue antes. '

– Describe el edificio.

– Es grande. De tres plantas. Tiene una fachada amplia con varias puertas. Yo estoy de pie, fuera. – El joven mantuvo los ojos cerrados, pero de pronto hubo una gran urgencia en su voz-. Lo veo. Lo veo todo muy claro.

– ¿Qué ves? -Beate volvió a echar un vistazo al reloj de la pared. Si él había visto una vida anterior, entonces mejor que fuera corta, o tendría que pagar una hora extra.

– Dos vidas. Tres, contando ésta. Todo está muy claro, y veo cada una como si estuviera recordando el día de ayer. – ¿Tres vidas, dices?

– Tres vidas, pero una. Un continuo. La muerte no fue el fin; no fue más que una breve interrupción. Una pausa.

«Eso -pensó Beate-, tengo que recordarlo: "Un continuo con la muerte como una breve interrupción". Brillante. Puedo usarlo.»

– Continúa -urgió al joven cliente-. Háblame de tu primera vida. ¿Esa es la época en que estabas delante de este gran edificio?

– No… no, ésa fue la segunda vez. Aquello fue antes.

– Háblame de tu primera vida. ¿Dónde estás? ¿Quief1 eres? -Beate se esforzó por ocultar la impaciencia de su voz-

– No es importante. Mi primera vida fue simplemente un preparativo… Me estaban preparando.

– ¿Cuándo ocurrió esto?

– Hace un milenio. Más. Me sacrificaron y me dejaron en la ciénaga, bajo el agua llena de barro. Luego depositaron ramas de avellanos y hayas sobre mí y agregaron piedras encima. Hacía mucho frío. Estaba todo muy oscuro. Mil años en la oscuridad y el frío. Entonces renací.

– ¿Como quién renaciste?

– Alguien… -La arruga en la frente del cliente se hizo más profunda-. Alguien… que usted conoció.

– ¿Yo te conocí? -Ella posó la vista sobre su cliente y estudió la cara. Sus ojos seguían cerrados. Por alguna razón, aquella afirmación la había perturbado. Todo aquello era una tontería, desde luego, pero volvió a recordar la primera sesión con aquel joven. Desde un principio le había parecido que lo reconocía, que lo había visto antes en alguna parte. Pero luego se dio cuenta de que, sencillamente, le recordaba a otra persona, alguien a quien, en ese momento, no lograba identificar del todo.

– Estoy allí ahora. El edificio. Puedo verlo claramente… -El joven no prestó atención a la pregunta. Abrió los ojos, miró el techo, pero su mirada estaba fija en otro lugar, en otro tiempo-. Es una estación de ferrocarril. Puedo verlo. Estoy en una estación de tren. Es una estación pequeña, pero el edificio detrás de mí es grande y viejo. Delante de mí, más allá del andén que está al otro lado, la tierra está vacía y plana. Hay un río ancho…