La línea enmudeció. El teléfono hizo un pitido y la pantalla le indicó a Fabel que había recibido un mensaje con imágenes. Abrió el mensaje y sus entrañas dieron un vuelco repentino e intenso.
– Cabrón… -Fabel sintió que las lágrimas le ardían en los ojos mientras pasaba las imágenes.
Volvió a mirarlas todas. Fotografías de una muchacha con el pelo largo y castaño rojizo. Fotografías de ella al volver de la escuela; de ella con sus amigas; de ella de compras en las tiendas de Neuer Wall junto a su padre.
21.15 h, Hammerbrook, Hamburgo
La calle entera se había convertido en un decorado de cine. Fabel estaba sentado, entrecerrando los ojos para protegerlos de las deslumbrantes luces de arco voltaico, montadas en soportes altos, que se habían instalado en torno a su coche. El área había sido evacuada por completo y Fabel se dio cuenta de que le preocupaba lo que le habrían dicho a Herr Dorfmann para hacerlo salir de su casa: esperó que fuera cualquier cosa, excepto que había una bomba en su calle.
La primera persona en hablar con Fabel fue el comandante del LKA7, la brigada de artificieros, quien se acercó al coche solo. El comandante le habló en un tono tranquilo, pero a alto volumen, para que Fabel pudiera oírlo a través del cristal de la ventanilla, que seguía cerrada, y le pidió que recordara absolutamente todo lo que el que lo llamó le había dicho sobre el dispositivo, así como cualquier otra cosa que pudiera darles una pista sobre dónde podría estar escondida la segunda bomba. Fabel tenía la boca seca y sentía náuseas, pero trató de mantenerse sereno y de concentrarse mientras recordaba cada uno de los detalles.
El comandante de los artificieros le escuchó, asintió, tomó notas y le habló todo el tiempo en un tono de calma que le había dado la experiencia, pero eso sólo sirvió para poner a Fabel más nervioso sobre la situación. La aparición misma del jefe de la brigada tampoco había hecho mucho para tranquilizarlo: había aparecido detrás del coche de Fabel con un amplio delantal de grueso Kevlar, dividido en segmentos articulados, encima de su mono negro, con la cabeza protegida por un pesado casco y la cara cubierta por un grueso visor de Perspex. El especialista se agachó hacia el suelo y se tumbó de costado junto al coche, extendió un tubo telescópico negro con un espejo en la punta y, lenta y cuidadosamente, lo deslizó bajo el vehículo de Fabel. Después de un momento, volvió a aparecer en la ventanilla, gruñendo por el esfuerzo de incorporarse.
– De acuerdo… -Sonrió tristemente-. Me temo que no es ninguna broma… por lo que puedo ver. A menos que sea una bomba falsa muy convincente, al parecer tenemos una cantidad muy importante de explosivos de gran potencia sujeta a la parte inferior de su coche. Lo sacaremos de ésta, Herr Kriminalhauptkommissar. Puedo prometérselo. Pero tendrá que quedarse quieto un rato.
Fabel sonrió débilmente, apoyó la cabeza en el reposacabezas y cerró los ojos. Se sentía impotente e indefenso. Él sabía que tenía prácticamente una obsesión con el control, con reducir al mínimo los elementos azarosos. Pero en ese momento se encontraba en una situación de la que no tenía ningún control. Trató de no pensar en los explosivos que estaban debajo de él ni en el hecho de que su vida estaba en las manos de los especialistas que desactivarían la bomba, como si fueran cirujanos y él yaciera en un quirófano. Lo único que podía hacer era quedarse allí sentado, sin moverse, y esperar a que lo liberaran.
Al menos eso le daba tiempo para pensar.
Sabía que los miembros de su equipo estarían en el perímetro de la zona evacuada, esperando. Cuando llamó al Präsidium, habló primero con la brigada de artificieros y luego pidió que le pasaran a la Mordkommission, pero los del escuadrón le habían dicho que no hiciera más llamadas con su móvil y que lo apagara tan pronto colgara. Fabel podría haber dejado alguna clase de mensajes, pero finalmente decidió no hacerlo. Todavía no sabía qué diría a sus colegas. Ver las fotografías de Gabi le había asustado terriblemente.
Era evidente que aquel tipo le había seguido. Le había acechado. Eso explicaría, tal vez, cómo se había enterado de lo de Leonard Schüler; ese arrogante hijo de puta debía de haber encontrado la manera de rastrear todos los movimientos hechos por los miembros de la Mordkommission. Incluso podría haber seguido a Schüler desde el Präsidium. No. Eso no encajaba. ¿Cómo se habría enterado de lo de Schüler? A aquel delincuente de poca monta lo había traído un agente uniformado. Una vez dentro del edificio del Polizeiprásidium, los únicos que lo habían visto eran los miembros de la Mordkommission. Una idea empezó a formarse en el cerebro de Fabeclass="underline" Leonard Schüler no había sido del todo honesto respecto de lo que había visto, respecto de lo que sabía del asesino. ¿Por qué les había ocultado cosas? ¿Habría participado de los asesinatos, después de todo? ¿Habría estado en esto junto con el tipo de la voz del teléfono? Tal vez el radar de Fabel esta vez había fallado.
Tres artificieros del LKA7 se sumaron a su comandante. Traían consigo cuatro grandes bolsos de lona que colocaron a unos metros del coche. Sacaron sus materiales y los depositaron en el suelo. Fabel se sintió reconfortado por la metodología experimentada y los movimientos decididos y tranquilizadores de los miembros de la brigada. Dos agentes sacaron algo que parecía un macizo ordenador portátil, demasiado grande, junto con unos cables, y se ubicaron debajo del coche, fuera de la vista de Fabel.
Se quedó sentado en el BMW descapotable que tenía desde hacía seis años y esperó. Mientras tanto, hizo todo lo que pudo para pensar en una manera de salir de aquel enredo.
Gabi. Fabel había reprimido el instinto de sentir pánico y pedir a la brigada de artificieros que les dijeran a los miembros de la Mordkommission que fueran a protegerla. Si lo hubiera hecho, le habría enseñado las cartas al asesino, quien sabría que Fabel había divulgado toda la conversación a sus superiores. Por ahora, Gabi estaba a salvo; fuera cual fuese el asunto del que el Peluquero de Hamburgo tenía que ocuparse esa noche, tenía que ver con una de las personas de su lista. Gabi era su carta de triunfo, que por el momento no usaría. Fabel sabía que, si bien había dado la impresión de que el asesino le había dicho más de lo aconsejable, en realidad le había contado sólo lo que quería que Fabel supiese. Al menos Fabel sabía con seguridad que todo esto estaba relacionado con el pasado de las víctimas.
Empezó a oír unos golpecillos debajo del coche, cuando los especialistas en desactivar bombas comenzaron a trabajar. Eran golpes muy delicados, pero para los sentidos agudizados de Fabel, cada golpecito reverberaba a través del vehículo y de su cuerpo como un martillo golpeando una campana.
Podía hacerlo. Abandonar el caso. De hecho, si le contaba al Kriminaldirektor Van Heiden exactamente lo que el asesino le había dicho, lo más probable era que su jefe insistiera en que le pasara el caso a otro. Fabel reflexionó amargamente sobre la verdad de la lógica del asesino: esas personas no significaban nada para él; su hija lo significaba todo. Abandona el caso. Deja que lo siga otro.
Más golpecitos. Fabel sintió la boca todavía más seca. Miró su reloj: eran las 23:45. Llevaba tres horas sin poder abrir una puerta o una ventanilla y, en consecuencia, no había tenido acceso a agua. Tal vez todo terminaría allí. Un falso movimiento de un par de alicates, un corte en la conexión equivocada, y todo habría terminado. Ese podría ser el final del camino que había tomado tantos años atrás, después del asesinato de Hanna Dorn. El camino equivocado.