Ya lo creo que anoche era como deslizarse furtivamente a escudriñar los surcos del retrato que el radiante, el indemne Dorian Gray ocultaba a los ojos de todos sus amigos en aquella buhardilla polvorienta, idéntico placer clandestino y morboso. Yo todos estos años he sentido literalmente que aquí, en este escondite perdido del mundo, el rostro de Juana y su cuerpo pagaban tributo por la belleza y juventud que los míos iban conservando a base de cuidados, de gimnasia y dinero, un tributo que me envilecía y del que era consciente a mi pesar muchas noches cuando me miraba al espejo después de darme los cosméticos; y otras, cuando alguien que acababa de conocerme me calculaba diez o quince años menos de los que tengo, sentía casi indefectiblemente un trallazo angustioso y al tiempo placentero, una especie de gratitud canalla hacia aquel otro yo que recibía los dardos de mi putrefacción, que pagaba los gastos de mi edad verdadera. "Menos mal que no conocen a Juana -pensaba-, menos mal que no la han visto", exactamente como Dorian Gray; pero los ojos del retrato aquel no creo que vivieran y acusaran igual que los de Juana, no sé si te has fijado en los ojos que tiene.
Ya la última vez que pisé por aquí hace más de veinte años, me asustaron sus ojos. Creo que también es el último verano que viniste tú, tendrías tres años, tu madre estaba embarazada de la niña y había colgado los estudios poco antes de casarse, ya sabes que hicimos parte de la carrera juntas; a mí ese año me habían dado una beca para Grenoble y pasé por aquí a despedirme, no me apetecía nada venir pero me sentía un poco en la obligación; ya por entonces veía menos a tus padres y llevaba dos años sin venir a Louredo, me recibieron con alegría, con bromas, como al hijo pródigo. Era mi época rebelde, no entendía la sumisión de tu madre a tu padre ni de la mía al mío, no aguantaba esta casa ni los noviazgos ni los matrimonios ni nada que entrañara compromiso, estaba tan empapada del deseo de romper amarras, de cancelar toda fidelidad al pasado y al mundo establecido que veía muros y cerrojos por todas partes, era ya una paranoia, me parecía que hasta al reírme o al mirar o incluso simplemente respirando cualquiera de vosotros iba a notarme las ganas de escapar que tenía, lo convencional de mi visita, pero la que más miedo tenía de que me lo notara era Juana. A lo largo de aquellos tres días que se me hicieron interminables de nada quería huir con más afán que de sus ojos. No es que hablara mucho conmigo, aunque desde luego algo más que anoche, pero durante todo el día y hasta por la noche acostada en mi cuarto con la ventana abierta la sentía presente asediándome con la mirada escrutadora y fija de sus ojos sin sueño que se posaban en mi equipaje y mi ropa, en mis dedos cuando encendía un pitillo, en mi pelo; y yo pensando a cada momento, "me largo, me largo de viaje, trasnocharé, conoceré a gente nueva, no miraré el reloj, no me esperará nadie para comer, aquí se quedan todos, aquí se queda Juana"; y charlaba por los codos, hacía bromas, te preparaba el baño a ti, hacía postres, tocaba el piano, una actividad incesante para librarme de la opresión de la familia, pero sobre todo de aquellos ojos como dos brasas. Porque quemaban, sí, especialmente cuando nos despedimos, ahí abajo, junto al arranque de la escalera. Siempre que veo luego a Juana en sueños me mira de la misma manera que aquella tarde. Estabais todos en grupo, os había dicho ya adiós a la familia uno por uno y me acerqué a besarla a ella que se había quedado un poco rezagada: "Pero bueno, Juana, dame un beso, mujer", le prometí que volvería pronto, que le pondría postales desde Francia, luego saqué del maletín una blusa mía que le había gustado mucho y se la dejé, empezaba a necesitar pagar mi liberación al precio que fuera, y como ella no dijo más que un lacónico "gracias" y tocaba la tela de la blusa con los ojos bajos, sentí la necesidad de añadir más palabras, quería el lenitivo de su cordialidad para irme con la conciencia tranquila, y empecé a decir que en mi próxima visita haríamos en serio los planos para el campo de tenis y la piscina, antiguos proyectos de la abuela para los que nunca había encontrado eco eficaz en nosotros, saqué a relucir aquello de un modo que a mí misma me sonaba inarmónico, traído por los pelos, sobre todo porque no lograba ver encenderse en los ojos de Juana la menor lucecita de credulidad, me taladraban serios, desarticulaban mi mentira; pero yo no podía callarme, menos mal que mamá intervino: "Vamos, hija, no hagas tantos planes, anda, déjalo estar", es la persona que más y mejor quiso a Juana nunca, aunque hacía menos alharacas que nosotros; y me acarició el pelo, pero en su voz había un ligero reproche. Estaba ya muy delicada del corazón, se murió de repente aquel mismo verano, pero yo aquí no tuve que volver, el cadáver lo trasladaron en seguida a Madrid, aquella fue la última vez que vi a mamá, la última advertencia que me hizo, y Juana me miraba y me miraba. Siempre asocio sus ojos con la última vez que vi a mamá, con la última vez que vine aquí, con esa despedida, y tú también estabas, pequeñín, comiéndote unas uvas, os seguí viendo a todos un rato todavía por la ventanilla trasera del coche de alquiler que había venido a buscarme para llevarme al tren, se fue quedando atrás, pequeñita, la escena mientras me alejaba y os decía aún adiós con la mano. Y algún tiempo más tarde aquel alivio con que os había perdido de vista a todos, el regodeo en dar por cortado el cordón umbilical que me ataba a Louredo, se me mudó por dentro en un acíbar raro, taimado, traicionero, que en mis sueños se vierte de los ojos de Juana silenciosos y enormes a mi cuerpo anegándolo. A Andrés se lo he tratado de explicar muchas veces recién despierta de mis pesadillas y nunca lo entendía bien del todo, como que los sueños es absurdo pensar que otro los va a entender: "¿Pero se vierte qué?; ¿ya estás con aquello?", y yo le decía que era una especie de veneno que destilaba Juana, pero que en el fondo quería decir otra cosa, un recado que no lograba entender; y una vez, hace relativamente poco, perdió la paciencia porque yo últimamente a Andrés le irritaba mucho con mis machaconeos explicativos, esa manía egocéntrica de que los demás compartan mis sensaciones y les den importancia, y me dijo que iba aviada si pretendía llegar a un mediano racionalismo dando pábulo a semejantes mensajes oníricos, que me iba a volver retrasada mental, y dejé de contarle esas pesadillas, pero no de tenerlas; al contrario, durante este último año se me han redoblado. Te digo de verdad, Germán, que la frecuencia con que Juana se me aparece en sueños y se pone a mirarme fijamente igual que aquella tarde de nuestra despedida es cosa de psiquíatra; por regla general se suele presentar en medio de argumentos que no tienen que ver nada con ella, que pueden ser incluso divertidos, pero de pronto, ¡zas!, una persona cualquiera de las que hay por allí se queda clavada mirándome y noto como un aviso angustioso que coincide casi exactamente con la transformación de aquel rostro en el de Juana, y otras veces es mitad ella y mitad mi madre, pero en cualquiera de los casos se acabó la placidez y se nubló la historia, con esa mudanza entra un viento cargado que lo empaña todo, digo "ya está, ya está", y me despierto después de un trabajo mortal para salir de aquella escena, siempre igual, con el corazón del revés como enganchado en no sé qué zarzas, y nunca entiendo por qué me he sobresaltado tanto, me queda sólo una sensación oscura de urgencia, y mientras exploro la penumbra y vuelvo a darme cuenta de donde estoy, lo único que sé es que la aparición de Juana significa un toque de alarma sobre algo que a mi alrededor se concluye o se transforma sin que yo me esté dando cuenta, que sus ojos me avisan. Pero ¿de qué?, ¿de qué concretamente?, y pugno por preguntárselo a ella, la veo aún durante un lapso de tiempo dibujada y detenida en el aire con esa belleza tétrica que la caracteriza y nada; sí, belleza, Germán, ya sé que a ti te ha parecido una bruja de Macbeth, el reuma la tiene deformada y además ahora bebe sin parar, pero si te fijas bien es guapa todavía; lo que pasa es que nos hemos acostumbrado a considerar la belleza detentada por rostros sin conflicto ni historia, de esos que nos anuncian detergentes con sonrisa entre sexy y persuasiva y no nos saques de ahí, otra cosa de más fuste ya no la admitimos. Pero sí, Juana ha sido de morirse de guapa, pregúntaselo a tu padre, yo no creo que ninguna mujer le haya levantado de cascos como ella cuando volvieron a verse después de la guerra, tres o cuatro veranos le duraría el enamoramiento, poco le gusta acordarse de eso ahora. Yo no noté tanto el crecimiento de Juana porque la seguí viendo, pero él la había dejado de ver de once años y se la encontró de catorce muy alta y muy mayor; me acuerdo perfectamente de aquella tarde en septiembre del treinta y nueve, ya sabes que él y mi padre habían pasado la guerra en zona republicana; el reencuentro familiar había tenido ya lugar, pero a Louredo venían aquel año más tarde que nosotras, la guerra les había unido mucho en aficiones y en todo y se habían hecho como dos bloques: Germán con papá y yo con mamá. Era una tarde muy bonita, había llovido y olía a tierra mojada, habíamos estado merendando en la huerta y luego subí aquí a darle clase de francés a Juana; abajo estaban mamá y la abuela con la tía Aguedita haciendo labor y yo me sentía alegre y tranquila en el seno de aquella espera que para mí no tenía nada de problemática: iban a venir papá y Germán como otros años, la guerra se había terminado, y me gustaba haber hecho tantos progresos en el francés como para poder darle clase a mi amiga; pero ella no paraba en la silla ni atendía, a cada momento le estaba pareciendo oír el motor de un coche, hasta que se impacientó y la reñí porque tradujo maison por guerra, a pesar de estar mirando el diccionario; me desesperaba que se fijara tan poco, que no tuviera interés. "¿Y cómo quieres que lo tenga -estalló llena de cólera- si todo me importa un bledo? ¡Libros, libros, libros, siempre lo mismo! Parece mentira que hoy tengas ganas de libros, eres como de palo; hoy era día de tirarse al monte, de esperar a Germán en una peña de las de abajo con banderas o algo, ¿no ves que podía haberle pillado una bomba por ahí en estos años, que podía no haber vuelto a pisar esta casa?, es que no te das cuenta de nada, ¿de qué servirán los libros?, leer, leer, alguna vez hay que celebrar fiestas también, ¿no?, cuando hay motivo. Eres una egoísta, claro, como tú ya lo has visto. Bien que llorabas cuando no sabíais nada, pues yo igual, para mí es como si siguiera la guerra, hasta que no lo vuelva a ver es como si no supiera nada, sólo me lo creeré cuando le vea la cara, me enseñas un papel con letra suya y no me creo nada en absoluto, nada, patrañas, verle la cara es lo que quiero." Le brillaban los ojos de pasión y de ira y se escapó corriendo no sé si para que no la viera llorar o porque en ese momento se estaba oyendo abajo el ruido del coche que los traía y la voz de mamá llamándonos; seguramente se fue a esconder, que eso lo hacía ella mucho. Me di cuenta de que tenía una belleza montaraz y salvaje y me impuso respeto aquel fuego de sus ojos; nunca había visto a Juana como mujer y me impresionó, me sentí una niña pequeña a su lado, no fui capaz de llamarla ni de detenerla. Y es muy curioso porque luego tu padre, que tuvo que andar buscándola mucho rato por la casa, tardó tanto en aparecer que creímos que se habría ido a saludar a sus amigos del pueblo y nos sentamos a cenar sin él; por la noche vino a mi cuarto a verme y no hacía más que decir: "Pero ¿qué le ha pasado a Juana?, ¿te das cuenta de cómo está?, yo no he