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Y ya lo creo que me he acordado, miles de veces me he acordado -"te tiene que bastar"-, pero no me bastaba; casi en seguida me di cuenta de que conocer su alma repliegue por repliegue era prácticamente imposible. Yo me he pasado la vida hablándole de mí, explicándole mi conducta sin que me lo pidiera, no ha tenido nada que investigar, tan misteriosa y desconcertante como les he parecido a otros hombres, él en cambio me debe conocer como a la palma de su mano; y es un vicio que se queda para siempre ese de pretender aclararse para otro, porque sigue pareciéndome insoportable que le falten datos acerca de mí, se los hago llegar como puedo, por los caminos más estrafalarios, confiando en los amigos comunes, en la fuerza expansiva de los chismes y él como si nada, ya has visto su actitud la tarde de la capa, y eso que tenía que saber de mí montones de cosas, pues no suelta prenda, pero tampoco creo que sea por táctica, no sé por qué es, no sé nada, hemos vivido juntos diez años y de su alma no tengo ni idea, quiero decir de esas últimas motivaciones que llevan a la gente a escoger una cosa en vez de otra o a cambiar de humor, nada, ni siquiera conozco bien sus gustos, bueno sé que le gusta estudiar y hablar bien y que la guerra no le gusta, ni las mujeres gordas… pero poco más, no te creas. Por ejemplo, viajar; ¿tú crees que te puedo yo decir si le gusta a Andrés viajar o no le gusta, a pesar de la cantidad de trenes, aviones y barcos que hemos cogido juntos?, pues no te lo puedo decir. Y la cuestión es que nunca se oponía, trato de acordarme de cómo se decidían nuestros viajes de placer y no logro reconstruir su actitud, pero no creo que se opusiera abiertamente a nada, bien es verdad que en esos primeros años era yo también muy egocéntrica, no me acuerdo más que de la fuerza de mi capricho, cuando Andrés decía que bueno no me paraba a investigar más, daba por hecho que su mayor placer era el de darme gusto, ahora es cuando me despierta una curiosidad de pesquisa policíaca que me muero, ¿qué cara ponía?, ¿qué palabras dijo exactamente? y se me borra, pero propiamente indiferencia nunca le noté tampoco en esas decisiones, creo más bien, a la luz de interpretaciones posteriores, que aceptaba en la seguridad, que la he tenido siempre, de que cualquier lugar él puede hacerlo suyo al poco tiempo. De hecho nos íbamos de los sitios cuando él empezaba a encontrarse a gusto, de eso sí me acuerdo bien, de la mirada extrañada con que solía preguntar: "¿Pero cómo, que nos vamos ya?", como si no lo comprendiera, "¿y por qué nos vamos?". "Porque no nos vamos a quedar siempre, porque ya lo hemos visto", yo quemaba los lugares mucho antes que él, y es curioso, parecía además que me había enterado mejor porque contaba más cosas. La situación de aquel día en el comedor de tu casa era muy frecuente: a él le gustaba oírme hablar de nuestros viajes como si no los hubiera hecho conmigo, ¿cómo no me extrañaría?, se fundía con los demás oyentes, y si yo intercalaba un "¿te acuerdas?" a mí misma me sonaba raro, me acostumbré a viajar para contárselo, a él sobre todo, era uno de los mayores alicientes, entonces me bastaba, pero ahora echo de menos las versiones suyas que eran mucho más sobrias y yo apenas las atendía; es como haber conservado solamente las propias cartas de una correspondencia larga con otro.

Y ya te digo, si te hubiéramos llevado con nosotros en algunos de esos viajes, no sé qué tipo de relación habrías tenido con él, conmigo desde luego buena, pero superficial. Por miedo a comprometerme con nada ni con nadie, que era ya una obsesión la que tenía por esos años de no quererme parecer a mi madre, pobre mujer, como si en ella la tendencia a la dulzura y a la sumisión no hubiera sido también una reacción contra la tiranía con que su propia madre trató al abuelo Ramón toda la vida, todas las exageraciones son malas y por no querernos parecer a los padres damos el salto atrás y monstruos por la otra punta, qué más da, todo queda en la familia, luego dirán que la familia está superada, ya ya, eso se dice en los libros. Y yo a ti te quería, siempre te he querido, no sabes cuántas veces he pensado en ti, pero me parecía una debilidad enternecerme por tu suerte, y ese día de mi regreso de sobra capté el fluido que había entre tus miradas y las mías allí en el comedor, ya lo creo, me di cuenta casi tanto como esta noche de lo mal que tenías que haberlo pasado sin tu madre y tuve mala conciencia, por eso evitaba mirarte. Porque reconocía mi incapacidad, sabía que de madre no te habría podido servir, me daba miedo penetrar tu tristeza por eso que te digo, porque echaba el cierre a todo lo incómodo; me habría podido ocupar de ti en el plano material, tratarte a cuerpo de rey, hacerte regalos, pero eso tampoco es lo que te faltaba sustancialmente con Colette, te faltaba la palabra, las historias que habrías querido oír, ese tiempo reposado para hablar, para echar raíces en otro, y eso yo no te lo hubiera dado entonces tampoco, historias de las que aturden y divierten son las que te habría contado, de las que te hacen perder el hilo de la propia identidad y nunca recobrarlo, no quería recobrar nada. Y tú, bien lo noté, me pedías cuentas. Sí, Germán, la ausencia hay que dejarla doler lo que ella pida y transformarla en bien, ahora lo sé, no se trata de sustituirla atolondradamente por otras presencias sino de vivirla y dejar que destile conocimiento y bien, a palo seco, lo que tú hiciste, rechazar los sucedáneos. No es que yo a tu madre, por ejemplo, la hubiera sustituido por nadie, eso que has dicho tú de que sustituí a una cuñada por otra no es cierto, me costaba trabajo olvidarla, aceptar a Colette sentada en su sitio, y si evitaba tu mirada era también por lo mucho que me ha recordado siempre la de ella, el pelo y los ojos los tienes idénticos, pero pensaba que los muertos y los ausentes no existen, que no tienen sentido. Olvidarlos y prescindir de cualquier afecto perturbador, no dejarme encadenar por conflictos ajenos, largarme, no cogerle cariño a nada, partir de cero a cada instante, no rechazar ningún placer, tal era mi retórica de entonces.