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G. Uno

– Quítate la mano de la frente, anda, no tienes arrugas tú, no te empeñes en tenerlas. Te aseguro que ahora, a esta luz, eres exactamente la amiga de mamá que estaba abrazada a ella junto a las rocas de una playa que nunca he sabido cuál sería, las dos tan jóvenes, yo os veía como niñas; era una foto preciosa, no sé si sabes cuál te digo, estáis en una carretera delante del acantilado con dos bicicletas apoyadas y se ve el mar detrás, papá la tuvo muchos años en su despacho, luego la he dejado de ver, la quitaría Colette. Pero ya Ves, aunque me encantaba, no he querido andar volviendo a buscarla, y con esa historia que me has contado de la herencia del baúl menos ganas me dan; es un morbo muy malo el de las fotos, yo siempre que pierdo alguna pienso: "podía no haberse hecho esa foto, no llevar nadie máquina aquel día", y con eso me consuelo, porque no vas a llorar por todas las sonrisas y los gestos que se han quedado sin fijar, no haría uno más que llorar en ese caso, claro que da mucha rabia perder una foto, pero yo mismo, si ahora encontrase esa que te digo, con lo que la he echado de menos, seguro que la miraría como un tesoro y me empeñaría en legarle a mis hijos la emoción con que de niño, recién muerta mamá, me levantaba algunas noches a buscarla para dormir con ella debajo de la almohada; total que ese rectángulo de cartulina podría llegar a ser un agobio para alguien, igual que para ti lo son ahora esa caterva de entes desteñidos que almacena la abuela en el baúl, y no hay derecho a cargar a nadie con emociones ajenas; así en cambio, habiéndola perdido de vista, la compañía que me hizo muchas noches de invierno no morirá jamás, mientras yo no me muera, quiero decir, porque a otros siempres y jamases es tontería andar aspirando. Me parece que os estoy viendo a las dos a la luz de mi lamparita de noche: surgíais allí delante del mar, tú pensativa y como misteriosa, mamá no, ella muy alegre, su gesto era perfectamente descifrable para mí, se la sentía totalmente congraciada con el paisaje, tan entregada a aquel momento en que la estaban retratando que daba confianza ver su sonrisa, le duraba la sonrisa de aquel día, a mí me llegaba entero él beneficio, te lo aseguro, por mucho que llegara de un lugar tan remoto; pensaba, no sé, que más lejos está el sol y lo tomas y siempre te calienta. Tú, en cambio, me producías una especie de inquietud, me perturbabas, hacía poco que te habías ido al extranjero y luego oí que te habías casado, recordaba perfectamente tus manos y tu voz, algunas conversaciones que habíais tenido papá y tú a raíz de la muerte de mamá aquel verano en Torrelodones sobre la conveniencia de tomar una institutriz para nosotros, que, por cierto, luego un día le dije yo a Marga: "si ella hubiera seguido aquí, nos habría elegido una cosa mejor que Colette" porque Colette vino, creo, por un anuncio; recordaba también tus caricias muy apasionadas sobre mi pelo, besos que nos habías venido a dar cuando estábamos en la cama y algo de tu risa, pero el perfil completo de tu persona no lo lograba coger, se me iba. Papá sacaba a relucir muchas veces tu nombre pero las cosas que contaba resultaban confusas para mi inteligencia que andaba a esa edad a la caza y captura de imágenes claras. La tuya estaba completamente desenfocada, tal vez por eso me atraía. No lograba, por ejemplo, saber si eras mala o buena, si eras inteligente o no, si papá te apreciaba o te tomaba un poco a beneficio de inventario. Pero tu nombre levantaba como por encanto las conversaciones que estaban decayendo y él se animaba al instante, gesticulaba y se ponía de pie como si necesitara espacio para imitar tu voz y tus ademanes. Entrabas en el relato teatralmente, a lo grande. "Y en esto entró Eulalia"; y abría él de verdad la puerta y se le veía irrumpir a pasos grandes -que en eso de las zancadas no te tenía que imitar porque andáis los dos igual-, indignado o riéndose o como entrases tú el día que fuera, y empezaba la función, y allí todos callados, no por cumplir, a ningún amigo de papá de los que han presenciado estos números le noté nunca que fuera por cumplir, es que disfrutaban, yo por lo menos pensaba eso, juzgaba por Marga y por mí que lo pasábamos genial, ya te digo, nadie metía baza como no fuera para reírse, un auténtico espectáculo, y tú la reina o el diablo o el payaso, según, y a veces se metía contigo, pero lo que se sacaba en limpio aunque sus comentarios fueran para ridiculizarte o hasta de antipatía era que tú, desde luego, no estabas entre ese grupo de gentes que pasan por la vida sin dar frío ni calor, eso quedaba perfectamente claro, son cosas que un niño coge muy bien. Siempre me acordaré de un día, era por Navidades, estaba papá de muy buen humor, de esas veces, ya sabes, que se pone encantador y querría uno que no se callase nunca, y nada, se puso a contar una riña que habíais tenido que debió ser terrible, creo que aquí en esta casa, una que terminasteis encima de la cama a patadas y mordiscos y que luego hicisteis las paces allí mismo y tú le leíste versos que habías hecho durante la guerra, y decía al mismo tiempo que los versos eran rarísimos y que tú eras unas bestia parda, que ninguna chica pegaba tan fuerte como tú, decía: "Ésa es de temer", lo decía con risa y censura y orgullo, mirando una carta con dibujos que le habías mandado para felicitarle las Pascuas y que había sido el motivo de ponerse a hablar de ti, sin dejar de beber, animadísimo, y Colette, que ya comía en la mesa, aunque era sólo nuestra institutriz, no quitaba los ojos de él y se iba poniendo cada vez más hosca, con esa mirada suya de cuando no soporta verse excluida de la conversación, y de pronto me quedé de piedra porque dijo con un tono de enfado que no venía a cuento: "Pero, Germán, usted está enamorado de su hermana", y recuerdo que, a pesar de la extrañeza, pensé: "¡qué bien! ¿será posible?", porque a esa edad, tendría yo once años, por mucho que las leyes escritas en tablas y catecismos te hagan aborrecer ciertos sentimientos como monstruosos no pasan de ser eso, letra escrita, tabús que no consiguen cuajar en la sangre ni en los sueños, y miré a papá con esperanza, a ver si su respuesta me aclaraba que, efectivamente, para él tu cuerpo y tu cara tenían un significado parecido al que tomaban para mí algunas noches cuando te miraba en la foto aquélla y me parecías tan lejana como las actrices de cine más guapas e inalcanzables; pero él apuró el vaso de vino y con una voz ya completamente distinta y, si quieres que te diga la verdad, hasta demasiado brusco el giro al tono seguro y sensato, dijo que antes le cortarían el cuello que enamorarse de bruja semejante ni de nadie que se le pareciera, que ojalá Dios quisiera tenerle reservada mejor suerte que al pobre Andrés, que fue, por cierto, la primera vez que yo oí el nombre de tu marido, y Marga dijo: "¿Cómo, está casada la tía?", pero papá ya no nos hacía caso, ni la oyó. estaba mirando a Colette, y no sé si sería por renegar de ti de esa manera por lo que Dios o el diablo le han venido a dar la suerte que le cayó encima más o menos desde entonces. Son así los quiebros de papá, de pronto se aburre de algo y se acabó, te deja tirado, y yo aquel día encontré injusto, más que lo que había dicho, el notar que con aquello de nombrar al pobre Andrés daba por zanjada una conversación que nos estaba embelesando, igual que cuando de niños nos apagaba la luz en mitad de un cuento porque se cansaba: "hala, adiós, a dormir". Aquello de Andrés lo había dicho para otro auditorio, para Colette, y ya sin transición estaba ocupándose de ella, sirviéndole vino, mirándola, sonriéndole; nos dejaba a oscuras, plantados, a nosotros y a ti, para, que a ella le pudieran volver a brillar los ojos y se le pasara aquel extraño enfado, lo nuestro nada, un manotazo, al suelo, como si no existiéramos. Y yo me levanté, tiré la servilleta y me fui rabioso a mi habitación. Menos mal que los humores de los demás te dejan de alterar con el tiempo, se acostumbra uno a que cada cual haga lo que quiera y elija lo que se le antoje, si es tu padre como si es el ministro de Educación Nacional, allá ellos, lo ves como un espectáculo. A mí ahora a veces me da pena que papá eligiera tan mal, por él sobre todo, porque le noto que empieza a darse cuenta de dónde se ha metido, pero me da igual, no sé cómo decirte, no se me ocurre pensar que ha cometido traición contra nadie, y me parece absurdo mi llanto de aquel día encerrado en mi cuarto y pensando con desesperación que mamá a Colette nunca la hubiera escogido para retratarse con ella en las rocas de aquella playa, ya ves tú qué argumento para odiarla, porque la verdad es que ése era el principal que tenía en aquel momento, aparte de recordar un gesto muy irritante que hacía con la boca y que todavía lo hace cuando viene gente, un frunce así como de hacerse la deliciosa y exquisita, no sé si te has fijado, "boca piquito" como la llamábamos Marga y yo desde que entró en casa; pero su mayor culpa era la de que, en aquel mismo instante en que acababa de descubrir de modo fulminante las relaciones entre ella y mi padre, hubiera quedado también de manifiesto su incompatibilidad como amiga de mamá. Durante mucho tiempo, todos mis sueños se concentraron en torno a vuestra amistad, en hacer conjeturas sobre lo que os habríais contado aquella tarde de la foto, adonde habríais ido luego y en imaginar de qué color serían vuestros vestidos, el tuyo era de rayas, me acuerdo, del largo que vuelve a estar de moda ahora, por media pierna, ya ves qué casualidad, parecido al que llevas en este momento, con vuelo y eso. Precisamente así, a esta luz, tienes un aire idéntico al de la foto, ese gesto que no se entiende bien pero que invita a ser descifrado, no pone la barrera como otras veces, no echa para atrás.