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Allah es rabb al-aalamin, «el Sustentador de todos los mundos», y él ya había comprobado que existían otros mundos y formas de vida distintas de las conocidas. Pero, al otro lado del Océano, los hombres seguían ignorantes de todo, por lo que ese conocimiento debía ser transmitido cuanto antes.

Tenía que regresar a Granada.

Varias semanas después, desde lo alto de un acantilado cercano a Uucil Abnal, Koos Ich contempló cómo la asombrosa nave de dos velas se alejaba, mientras una sensación de paz recorría su espíritu. Se había apartado de su senda de guerrero cuando se puso al servicio del mago. Había dejado de ser un águila para convertirse en una pluma arrastrada por el viento.

Todo lo había hecho por volver a reunirse con la mujer que amaba. Y la había perdido.

Pero él era sólo un hombre y, como cualquier otro hombre, merecía todo lo que los dioses decidieran enviarle: felicidad, alegría, angustia y remordimientos.

Su espíritu había sido dañado y debía recomponerlo. Debía buscar de nuevo la pureza, porque en la vida no hay otra tarea más elevada para un guerrero y porque no le quedaba otro remedio. No hacerlo sería lo mismo que buscar la muerte, y ésta era la tarea más absurda de todas, porque la muerte ya se ocuparía de encontrarlo a él tarde o temprano.

Ninguna emoción asomaba en su rostro tatuado. Mantuvo sus ojos fijos en aquella extraña canoa, hasta que desapareció en el horizonte.

Luego descendió del acantilado.

En la playa lo esperaban sus guerreros y Koos Ich caminó junto a ellos en silencio.

Era el año 897 Hijra. El 1492 del calendario gregoriano.

Agradecimientos

Durante cinco años estuve obsesionado con el mundo mágico que descubrió el español Gonzalo Guerrero tras naufragar en Yucatán en el año 1511. He visitado los lugares recorridos por Guerrero, he pisado las piedras y la selva que él pisó, y me he sentido tan atrapado por su magia como imagino que él debió de sentirse. Este libro tiene su origen en ese sentimiento mágico que impregna la tierra de Yucatán.

Mi compañero de viaje al principio de esa aventura fue mi admirado Rafael Marín. Agradezco, por lo tanto, su ayuda de entonces y deseo de todo corazón que ahora sea él quien lleve a buen puerto la nave de Gonzalo Guerrero.

Gracias también a los miembros de la tribu Ich Balam de los lagos de Cobá, por su amabilidad y por haberme enseñado tanto en tan poco tiempo.

Y, muy especialmente, a Alejandra Medina. Fue mi guía en México, el país que supera cualquier hazaña de la imaginación. Ahora es mi guía en mi mundo real, donde ya no podría encontrar el rumbo sin su maravilloso sentido de la orientación.