– ¿Qué pasó luego? ¿Te dejaron los turcos en libertad?
– Así es, faquih. Logré regresar a mi patria y, gracias a mis aliados otomanos, recuperé mi posición como príncipe. Entonces tuve ocasión de poner en práctica lo aprendido, pues los ÿinn y sus esbirros humanos ya habían penetrado en la Tara Romaneasca. No me siento orgulloso de muchas de las cosas que hice entonces… Dicen que para vencer a los monstruos debes convertirte en uno de ellos… y yo tuve que enfrentarme a circunstancias extremas: mi patria estaba atrapada en medio de la guerra entre húngaros y turcos, y los ÿinn asolaban mis tierras mezclados con los hombres de ambos ejércitos… Dios me dio la misión de acabar con ellos y tan sólo he cumplido Su Voluntad.
– ¿Qué quieres decir?
– He luchado contra los demonios y lo sigo haciendo. Ésa es la misión para la que he sido elegido…, por la que estoy aquí.
– ¿Qué tiene todo eso que ver con este viaje? -preguntó Lisán, mientras una sensación de profundo terror se iba apoderando de él.
– Tuvo que morir mucha gente inocente -dijo Baba-, pero finalmente logré atrapar a un ÿinn. Era una criatura muy vieja y su cuerpo parecía hecho de cuero seco. Durante años lo mantuve prisionero en la Torre del Ocaso, encerrado en una jaula de hierro.
– ¿Fue esa criatura la que te enseñó la lengua de los antiguos egipcios?
– Sí, ella misma. Me dijo que había visto construir las primeras pirámides y que más tarde, a lo largo de milenios, había sido el mago de interminables generaciones de reyes egipcios… Aprendí muchas otras cosas de él.
– ¿Aprendiste a hacer magia?
Se decía que algunos ÿinn habían comunicado a los hombres determinados conocimientos maléficos, y que también les habían dado fórmulas de encantamiento y poderes mágicos. Pero Baba eludió responder a esto.
– Cuando pensé que ya no podía obtener más información de él, clavé su cuerpo reseco en el extremo de un tronco y dejé que se consumiera bajo el sol. Pero antes de morir, mientras reía como un loco, me dijo que al otro lado del mar, allí donde «el sol muere», vivía el ÿinn más poderoso de todos los que jamás han existido, y que algún día regresaría para asolar nuestros reinos. Entonces se produciría su venganza y la victoria final sobre los hombres. Luego murió, y debo decir que no se produjo ninguna epidemia.
Lisán notó el incómodo peso en el cuello y consideró que si aquel medallón había pertenecido a un ÿinn bien podría haberles traído la desgracia que ahora padecían. Sintió el fuerte deseo de arrancarse el disco de oro y arrojarlo por la borda, pero se contuvo. Aquello era superstición, y por lo tanto ignorancia. Sólo la voluntad de Allah era decisiva.
– Me has utilizado para llevar adelante tus planes -dijo.
– Tanto como tú a mí. Supe de ti y del fantástico viaje que planeabas hacia el otro lado del mundo. Y decidí ayudarte porque creo que el Talos de tus planchas plúmbeas es ese ÿinn que huyó hacia el otro lado del mar Tenebroso.
– ¿Qué pensabas hacer? ¿Ibas a enfrentarte a él con estos pocos hombres?
Baba lo miró con intensidad antes de continuar.
– Es difícil encontrar gente en la que confiar. Descubrí que los siervos de los ÿinn están en todas partes. Mi propio hermano cayó bajo su poder y se alió con los húngaros contra mí. También están en algunos albergos genoveses. Por eso tuve que huir para salvar mi vida y por eso adopté el disfraz de mameluco. Durante estos años he aprendido mucho, y sabré cómo enfrentarme a ese ÿinn del otro lado del mundo cuando llegue el momento.
Lisán se sentía confuso, le dolía la cabeza como consecuencia del cansancio y lo que aquel hombre le acababa de contar era como niebla en su cerebro.
– ¿Cómo piensas derrotar a un ÿinn? ¿Hasta dónde llegan tus poderes sobrenaturales?
Quizás iba a responder a su pregunta, pero Baba fue interrumpido cuando sonó la voz de uno de los vigías:
– ¡Tierra!
Se volvió en la dirección que señalaba el vigía y entrecerró sus ojos de halcón.
– Quién sabe, faquih -dijo-, quizás aún tengamos una esperanza.
Luego corrió hacia la borda.
Lisán se quedó solo y contempló durante un instante el medallón. Alzó la vista y sus ojos se encontraron con los del joven Piri. ¿Ha estado escuchando la conversación?, se preguntó. Estaba muy lejos y quizás aquel encuentro de miradas era casual, pero observó al capitán turco intentando descifrar la expresión de su rostro.
4
Allí donde alcanzaba la vista, las brumas huían hacia el Poniente y se desgarraban contra las palmeras. Aquella nueva costa, azotada por la tormenta, se distinguía con dificultad entre la niebla y las cortinas de lluvia. Era como un espectro de vegetación ondulante y negras formas que apenas se intuían. Sin embargo, cuando la tempestad siguió avanzando, la playa entró en su círculo central de calma y empezó a dibujarse nítida. Desde la distancia a la que estaban, distinguieron un lugar devastado por los vientos que habían arrancando árboles enteros y esparcido sus hojas por la arena.
Baba se dirigió hacia la popa y estudió el avance del muro de nubes.
– No llegaremos -decidió al fin-, el viento es demasiado tenue y no conseguiremos alcanzar la costa.
– ¿Ahora quieres llevar la nave hasta la orilla? -le increpó Yusuf ibn Sarray, que no andaba muy lejos-. ¿Por qué no lo hicimos cuando tuvimos oportunidad? Tu error nos va a costar muy caro a todos.
Baba no le respondió, pero Lisán preguntó a su vez:
– ¿Pretendes que nos dirijamos hacia allí con este oleaje? ¿Ya no temes los arrecifes?
– Ahora son nuestra única oportunidad. Esta nave no aguantará más embates. Si conseguimos embarrancar la Taqwa, tal vez podamos llegar a tierra firme…
– Pero perderemos la nave.
– En estos momentos, es eso o la muerte.
– Tanto sufrimiento para acabar en el punto que dejamos atrás -dijo Yusuf lleno de ira-. Ahora estaríamos a salvo, de no ser por tu obstinación.
Baba dirigió al capitán de los Sarray un gesto despectivo.
– No te preocupes, puede que ya ni siquiera tengamos esa posibilidad. Estamos demasiado lejos, nos movemos demasiado lentos… -de nuevo miró hacia la popa- y esa tormenta avanza hacia nosotros como un caballo enloquecido. Guarda tus fuerzas para salvarte a ti mismo en lugar de enfurecerte conmigo. Lo hecho, hecho está.
Baba le dio la espalda y habló con Piri. Estuvo de acuerdo en dirigirse hacia la playa.
– Al menos lo intentaremos -dijo.
Largaron todas las velas y las enfocaron cuidadosamente hacia el tenue viento, pero al cabo de un instante se hizo evidente lo inútil del esfuerzo. La tormenta seguía ganándoles terreno. Baba dio un golpe en la borda y exclamó:
– ¡Demasiado lentos!
– Algo debemos hacer -dijo Yusuf-. No podemos rendirnos ahora.
– Sólo necesitamos un poco de viento… Unas míseras ráfagas y lo lograríamos -dijo Piri.
– Lo malo -señaló Baba- es que vamos a tener más viento del que podamos desear, pero entonces será demasiado tarde.
Entonces, Lisán tuvo una idea.
– Usemos el batel -propuso-. Podemos arrastrar con él a la Taqwa y ganar así la costa.
Piri dio un puñetazo en la borda y dijo con entusiasmo:
– ¡Bien dicho, faquih!
– ¿Crees que puede funcionar? -le preguntó Baba.
– No tengo ni idea, pero vamos a intentarlo. La esperanza, o va acompañada por la acción, o es una veleidad. ¡Hagámoslo!
Baba organizó inmediatamente a sus turcos y escogió a aquellos que eran más fuertes, Jabbar y Dragut entre ellos. En total doce hombres que bajaron con Baba hasta el batel.
– ¿Qué pretenden hacer? -preguntó Ahmed a su amigo.
– Van a remolcarnos hasta la playa.
– Parece una medida desesperada.
– Lo es.
– ¿Vamos a morir, hermano? -Su voz era temblorosa.
– Ciertamente, ésa es una posibilidad en nuestro futuro inmediato.
Ahmed agitó la cabeza.
– Hermano -gimió-, al menos de ti esperaba unas palabras de aliento.
Lisán sonrió y dijo:
– Está escrito que quien muere por amor a este mundo tendrá que luchar consigo mismo; quien muere con el anhelo del Paraíso es un asceta; pero quien muere enamorado de la Verdad es un sufí. Nunca te he mentido y no lo voy a hacer ahora.
– Vamos a morir.
– Quizá sí; pero también podemos salvarnos si ésa es la voluntad de Allah. Mira, todos van a estar ahora muy ocupados intentando salvar la nave del naufragio y no van a tener tiempo para rezar. Ésa va a ser nuestra misión.
– Sí, hermano -asintió rápidamente Ahmed-. A nosotros nos toca rezar. Voy a empezar ahora mismo…
– Con todas nuestras fuerzas…
– Así lo haré, hermano -dijo Ahmed mientras buscaba su takbir-. Entre todos salvaremos la nave. Allah no nos ha de abandonar en un momento como éste.
Baba se situó en el timón y sus turcos se apretaron de dos en dos frente a los remos.
– Preparaos ahora… suavemente al principio -dijo-, así. Remad.
El batel se fue alejando con parsimonia, mientras los remos batían rítmicamente el agua. Hasta que la cuerda que los unía con la Taqwa se tensó. Los turcos clavaron entonces sus palas con fuerza, para mantener aquella tirantez.
– ¡Atención ahora! -gritó Baba-, con todo vuestro hígado… ¡Remad!
Los hombres bogaron, empujándose contra la superficie líquida. Una y otra vez, con más fuerza en cada ocasión. Baba les marcaba el ritmo y, en apenas un instante, los doce remeros sudaban copiosamente.
– ¡Vamos, vamos!
Desde la Taqwa, el resto de los turcos y los Sarray les gritaban para darles ánimos. Ignacio paseaba entre aquellos hombres mirándolos atónito, incapaz de comprender todo lo que estaba pasando a su alrededor.