Sac Nicte le ofreció un poco de agua en la que había hervido alguna hierba y el andalusí se sintió inmediatamente relajado. El dolor de cabeza desapareció casi por completo y poco después se durmió.
¿Habían pasado horas o días? Había soñado que dormía abrazado a Sac Nicte… y de repente ella había desaparecido. Se había esfumado entre sus brazos, como si nunca hubiera existido. Miró a su alrededor, buscándola desesperado, y no la vio. Utz Colel conversaba con su padre unos pasos más allá. Ambos tenían una expresión desolada en el rostro.
– Tranquilízate. No temas. Todo está bien.
Sac Nicte estaba tumbada junto a él y sus palabras lo llenaron de paz.
– Pensé que…
– Sólo has tenido una pesadilla.
Estaban sobre la colina que según Sac Nicte era un gran templo enterrado, junto al campamento de los mexica. Bajo ellos se extendía la explanada donde se había celebrado el combate. Los prisioneros itzá y tutul xiu estaban diseminados por ella. Lisán calculó que cada grupo de veinte o treinta estaba custodiado por un par de guardias mexica. Pero su pequeño grupo se encontraba separado de los otros y rodeado por una guardia mucho más numerosa. Sólo una pequeña empalizaba los separaba de las tiendas de los nobles.
Sac Nicte se levantó y fue a reunirse con su padre. El andalusí pudo ver cómo intentaba consolarlo, aunque ambos formaban una imagen desesperada de la terrible derrota que había sufrido aquel pueblo.
– Al fin despiertas -dijo Piri, que yacía a su derecha.
Jabbar estaba sentado junto a él. Lisán se asombró al descubrir que seguía con vida.
– No es posible -dijo-. Pude ver cómo recibías una herida mortal en la garganta.
Por supuesto, el turco no recordaba nada, pero apartó su camisa para mostrar a Lisán que allí no tenía ni un rasguño.
– Quizá lo imaginé -dijo, llevándose la mano a la cabeza.
No era extraño, teniendo en cuenta que había pasado tanto tiempo inconsciente, podía estar mezclando los sueños con sus recuerdos.
– ¿Tú estás bien? -le preguntó Lisán a Piri.
– Sí, yo sí. Me golpearon en la cabeza, pero debo de tenerla bastante dura… -Se volvió hacia Jabbar, que lucía aquella tremenda cicatriz en el cráneo-. Bueno, a él no creo que sea posible estropeársela más de lo que ya está… -Se detuvo un momento y añadió con voz apesadumbrada-: ¿Sabes que Dragut murió?
– Sí, eso lo recuerdo.
– Luchó hasta la muerte, y quizás ha sido el más inteligente de todos. Sólo Allah sabe lo que nos aguarda. El caso es que nos dejaron sin sentido y despertamos en este lugar.
– De momento seguimos con vida, gracias a Allah, alabado sea -dijo Lisán, estremeciéndose al recordar el sacrificio en la pirámide de Amanecer.
– ¿Por qué piensas que nos han separado del resto?
– Quién sabe. -Lisán prefería no especular sobre eso.
Piri se inclinó hacia el andalusí y le susurró:
– Antes estuve escuchando cuando Utz Colel hablaba con su padre. Al parecer, el sumo sacerdote de esos tipos…, los mexica, va a casarse con ella.
– ¿Dijo eso?
– Sí. Pienso que ella se va a sacrificar por todos nosotros. Quizás ha conseguido que a cambio de contraer matrimonio con ese tipo repugnante nos perdonen la vida…
– Quizá.
– Pero no voy a permitirlo. Encontraré la forma de escapar con ella.
Lisán lo miró asombrado.
– ¿Qué estás diciendo?
– Podemos huir todos. Mañana emprenderemos el camino hasta Tenochtitlán y tardaremos treinta días en llegar. Seguro que surgirán oportunidades para escapar. Tú puedes venir con nosotros. Empezaremos de nuevo, en algún lugar lejos de aquí.
Lisán miró con tristeza al joven turco y dijo:
– ¿Has hablado con ella? ¿Le has preguntado su opinión sobre todo esto? Quizá no desee escapar… ¿Crees que ella va a abandonar a su gente para marcharse contigo?
– Estoy seguro de ello. -Lo dijo con tanta seguridad que Lisán comprendió que la conversación había terminado.
Volvió a tumbarse y apoyó la nuca entre sus manos. En esa posición, pronto quedó adormilado de nuevo, hasta que el cielo empezó a oscurecerse.
Un poco más tarde, un séquito de mexica se dirigió hacia la cerca y los guardias les franquearon el paso. Lisán reconoció a uno de los cacalpixque que habían visitado una y otra vez Uucil Abnal con sus interminables amenazas de guerra. Iba acompañado por varios sacerdotes con el cuerpo teñido de negro y el aspecto tétrico que era habitual en ellos.
– Debéis estar preparados -dijo el embajador mexica-. Mañana al amanecer partiremos hacia Tenochtitlán. Es un largo viaje, y si alguno de vosotros aún no se encuentra en condiciones de caminar, podemos traer algunos esclavos para que lo lleven.
– ¿Por qué tanta amabilidad con nosotros mientras nuestra gente permanece maniatada bajo el sol? -preguntó Sac Nicte.
El embajador se volvió hacia ella con una sonrisa en los labios y se inclinó levemente en una suave reverencia.
– Así ha sido dispuesto -dijo.
– ¿Dónde está Koos Ich, mi esposo? ¿Sigue con vida?
– El nacom sigue con vida y sus heridas han sido cuidadas.
– ¿Por qué no está aquí con nosotros?
– Vosotros sois invitados de la Triple Alianza. Él y los demás itzá y tutul xiu son prisioneros de guerra.
– Somos guerreros itzá, igual que ellos.
– Lo sabemos -respondió el cacalpixque amablemente-. Pero el tlatoani en persona os ha invitado a la Inauguración del Templo Mayor.
De nuevo se inclinó en una reverencia hacia Utz Colel.
– Y tú, señora -añadió-, contraerás matrimonio con el Mujer Serpiente durante los festejos de la Inauguración.
Lisán, incapaz de seguir esta conversación en náhuatl, se acercó a los sacerdotes y contempló de cerca a uno de ellos. Era muy anciano y delgado, casi no podía reconocerlo con toda la pintura negra que llevaba encima.
– Tú eres Namux -le dijo-. ¿No me recuerdas?
El anciano se volvió hacia el andalusí.
– Claro que te recuerdo, lo'k'in putum -dijo suavemente-. Has aprendido a hablar perfectamente nuestra lengua. Me siento honrado por haber contribuido a tu instrucción.
Lisán retrocedió un paso y estudió al anciano cubierto por la pintura ritual. Entonces recordó algo: Namux era el sabio y amable anciano que le había enseñado, pero también era el carnicero que había cortado en trozos a sus amigos al pie de la pirámide de Amanecer.
– Es extraño -dijo Lisán-. De haberte conocido en mi país, quizás hubiéramos sido grandes amigos y yo sentiría un gran respeto por ti. Eres el mismo tipo de persona que en Granada hubiera sido un qadi o un faquih, un hombre sabio y venerable… Eres el mismo hombre en un mundo distinto.
El sacerdote lo miró sin entender.
– Es extraño -repitió Lisán.
Le dio la espalda al anciano y regresó junto a sus compañeros.
8
Los cautivos que dormitaban sobre el suelo de la explanada de la batalla fueron despertados a golpes y obligados a ponerse en pie para iniciar la marcha.
Oteando desde la colina, Sac Nicte buscaba inútilmente a Koos Ich entre todos aquellos guerreros de aspecto derrotado, cubiertos de polvo y heridas.
– Los mexica dijeron que estaba bien. Tal vez cuando lleguemos a su capital nos permitan reunirnos con él -le dijo Lisán a la sacerdotisa.
Sac Nicte se volvió hacia Lisán con lágrimas en los ojos y lo abrazó. El andalusí se entregó a aquella sensación reconfortante. Sintió la respiración de la mujer contra su pecho, los latidos de su corazón y la sangre bombeada recorriendo sus venas. Hundió el rostro en el cabello negro de ella e imaginó que estaba en otro lugar, viviendo en paz con la mujer que amaba y planeando sólo el nacimiento de sus hijos. Cerró los ojos y lo deseó con fuerza, con mucha fuerza, como si eso fuera suficiente para convertir aquel sueño en realidad.
Al abrir los ojos vio que Na Itzá lo miraba fijamente, pero no supo interpretar su expresión. Entonces, los guardias mexica entraron en la empalizada y ordenaron a los cautivos que se prepararan para partir. Lisán apartó suavemente a Sac Nicte y la miró a los ojos.
– Te amo -le dijo-. Si estamos juntos, nada malo nos puede pasar. Vamos a sobrevivir, te lo juro.
Sac Nicte se limpió con el dorso de la mano las lágrimas que le resbalaban por las mejillas. Luego asintió con un gesto lleno de firmeza y acarició el rostro del andalusí.
– Seguimos juntos y eso es lo importante -dijo.
La caravana de prisioneros se puso en marcha, avanzando sobre aquella tierra como una larga fila de insectos. Dejaron atrás las marismas y se internaron en la selva.
Los mexica iban escogiendo a los cautivos en mejor estado, les entregaban una macana y los colocaban a la cabeza de la fila para que fueran abriendo el paso a través de aquella espesa textura verde. Andaban doce horas al día y, cuando la luz ya no era suficiente para ver dónde se ponían los pies, los mexica encendían antorchas para iluminar el camino, de modo que la fila de prisioneros se convertía en algo semejante a un largo gusano de fuego atravesando el bosque.
Mientras tanto, el brillo del cometa aumentaba día tras día.
– Los habitantes de las islas de hielo se acercan para contemplar nuestra desdicha -dijo Sac Nicte señalándolo.
Lisán miró hacia el cielo pero no dijo nada. Sólo él sabía que su luz era también el anuncio del Fin del Mundo.
De vez en cuando pasaban por poblados de chozas con techo de paja, semejantes a las de Amanecer o Uucil Abnal, rodeados por campos de maíz sembrado en pequeños claros abiertos en el bosque. Los mexica exigían que aquellos poblados suministraran víveres para ellos y sus prisioneros, y arrasaban hasta el último grano de maíz que los aldeanos guardaban en grandes tinajas de barro enterradas. También se llevaban algunas mujeres para que trabajaran preparando comida para los prisioneros. La caravana era como una enorme plaga que iba dejando un sendero de desolación tras ella.