– Mirándole.
– Sí. Y por un instante, me recordó un día en el que me miró del mismo modo: ella tenía cinco años y yo iba a dejarla sola en el coche para entrar un momento en una farmacia. Entonces, claro está, se echó a llorar porque yo acababa de salir de la cárcel y su madre hacía muy poco que había muerto, y creo que por aquel entonces pensaba que cada vez que la dejaba, aunque fuera por un segundo, no iba a volver. Bueno, pues ayer tenía esa mirada, ¿de acuerdo? Lo que quiero decir es que, al margen de que acabara llorando o no, era una mirada que parecía indicar que se estaba preparando para no volver a verme más. -Jimmy se aclaró la voz y soltó un largo suspiro que le ensanchó los ojos. Bien, no le había visto esa mirada desde hacía unos cuantos años, unos siete u ocho tal vez, pero el sábado, durante unos segundos, me miró de aquella manera.
– Como si estuviera preparándose para no volver a verle.
– Sí -Jimmy observó a Whitey mientras éste lo anotaba en la libreta de notas-. ¡Oiga, no se lo tome demasiado en serio! ¡Tan sólo era una mirada!
– No lo hago, señor Marcus, se lo prometo. Pero es información. Es a lo que me dedico: a recoger información hasta que dos o tres piezas encajan. ¿Ha dicho que estuvo en la cárcel?
– ¡Santo Dios! -exclamó Annabeth en voz baja, y luego movió la cabeza.
Jimmy se reclinó en la silla y exclamó:
– ¡A contarlo de nuevo!
– Solo es una pregunta -apuntó Whitey.
Seguramente haría lo mismo si le hubiera dicho que había trabajado para Sears hace quince años, ¿no es verdad? Cumplí condena por robo. Dos años en Deer Island. Apúnteselo en la libreta. ¿Cree que esa información va a ayudarle a coger al tipo que mató a mi hija, sargento?
– No sé, sólo es una pregunta.
Whitey lanzó una mirada en dirección a Sean.
– Jim, nadie tiene la intención de ofenderte -terció Sean-. Olvidémoslo y volvamos a lo importante.
– Lo importante -repitió Jimmy.
– Aparte de esa mirada de Katie -dijo Sean-, ¿recuerdas algo más que se saliera de lo normal?
.Jimmy pasó por alto la mirada de convicto-en-el-patio que le lanzó Whitey, bebió un poco de café, y respondió:
– No, nada. Bueno, un momento, hay un chico, Brendan Harris. Pero, no, eso ha sido esta mañana.
– ¿Qué pasa con él?
– Es sólo un chico del barrio. Esta mañana ha venido a la tienda y ha preguntado por Katie; me ha dado la sensación de que esperaba encontrarla allí. Pero apenas se conocían. Me ha parecido un poco raro, pero no creo que tenga ninguna importancia.
De todos modos, Whitey apuntó el nombre del chico en la libreta.
– ¿Crees que salía con Katie? -le preguntó Sean,
– No.
– Nunca se sabe, Jim -comentó Annabeth.
– Ya lo sé -remarcó Jimmy-. Pero nunca hubiera salido con un chico así.
– ¿Por qué no? -preguntó Sean.
– Porque no.
– ¿Qué te hace estar tan seguro?
– ¡Joder, Sean! ¡Me estás interrogando sin piedad!
– No lo estoy haciendo, Jim. Sólo te estoy preguntando por qué estas tan seguro de que tu hija no salía con el tal Brendan Harris.
.Jimmy espiró aire por la boca, miró el techo y contestó:
– Un padre sabe esas cosas, ¿de acuerdo?
Sean decidió dejar el tema de momento, Le hizo un gesto a Whitey para que captara el mensaje.
– Bien, ya que estamos hablando de eso, ¿con quién salía? -preguntó Whitey,
– En este momento no salía con nadie- respondió Annabeth. Que nosotros supiéramos.
– ¿Qué saben de los ex novios? ¿Es posible que hubiera alguno que estuviera resentido con ella? ¿Algún tipo que ella hubiera dejado o algo así?
Annabeth y Jimmy se miraron; Sean notó que sospechaban de alguien.
– Bobby O'Donnell-respondió Annabeth al cabo de un rato.
Whitey dejó el bolígrafo encima de la libreta, se les quedó mirando por encima de la mesa y les preguntó:
– ¿Estamos hablando del mismo Bobby O'Donnell?
– No lo sé -respondió Jimmy-. ¿Trapichea con coca y hace de chulo? ¿De unos veintisiete años?
– Es el mismo tipo -afirmó Whitey-. Le hemos detenido varias veces por delitos que ha cometido en el barrio durante estos dos últimos años.
– Pero aún no han podido acusarle de nada.
– Bien, señor Marcus, en primer lugar, soy policía estatal. Si este crimen no se hubiera perpetrado en Pen Park, ni siquiera estaría aquí. Casi toda la zona de East Buckingham está bajo jurisdicción municipal y, por lo tanto, no puedo hablar en nombre de la policía de esta ciudad.
– Se lo contaré a mi amiga Connie -dijo Annabeth-, Bobby y sus amigos le hicieron volar su floristería por los aires.
– ¿Por qué? -preguntó Sean.
– Porque ella se negaba a pagarles -contestó Annabeth.
– ¿Por qué tenía que pagarles?
– Pues precisamente para que no la hicieran saltar por los aires contestó Annabeth, y luego bebió otro sorbo de café.
«Esa mujer es muy dura. Quien se meta con ella, lo tiene jodido», pensó de nuevo Sean.
– Entonces -prosiguió Whitey-, su hija salía con él.
Annabeth asintió con la cabeza y añadió:
– Sí, pero no duró mucho. Unos cuantos meses, ¿no es así, Jimmy? Lo dejaron el noviembre pasado.
– ¿Como se lo tomó Bobby? -preguntó Whitey.
Los Marcus volvieron a intercambiar miradas; luego Jimmy dijo:
– Una noche hubo una pelea. Se presentó en casa con su perro guardián, Roman Fallow.
– ¿Y qué paso?
– Que les dejamos bien claro que debían marcharse.
– ¿Les dejamos? ¿A quién se refiere?
– Algunos de mis hermanos viven en el piso de arriba y en el de abajo del nuestro -contestó Annabeth-. Son muy protectores con Katie.
– Los Savage -le explicó Sean a Whitey.
Whitey volvió a dejar el bolígrafo encima de la libreta, se pellizcó el rabillo del ojo con las yemas de los dedos índice y pulgar, y preguntó:
– ¿Los hermanos Savage?
– Sí. ¿Qué hay de malo?
– Con el debido respeto, señora, me preocupa que esto pueda convertirse en algo muy feo. -Whitey ni siquiera alzó la cabeza y empezó a masajearse la nuca-. No tengo ninguna intención de ofenderla, pero…
– Eso es lo que suele decir la gente cuando está a punto de hacer un comentario ofensivo.
Whitey la miró con una sonrisa de sorpresa y remarcó:
– Sus hermanos, tal como ya debe de saber, tienen cierta reputación.
Annabeth, devolviéndole la sonrisa con una de las suyas, tan distantes, respondió:
– Ya sé cómo son mis hermanos, sargento Powers. No hace falta que se ande con rodeos.
– Un amigo mío que trabaja para la Unidad de Delitos Mayores me contó hace unos cuantos meses que O'Donnell armó un lío tremendo porque quería pasarse al negocio de la heroína y al de los préstamos. Y según tengo entendido, esos campos son exclusivamente territorio de los Savage.
– No; en las marismas, no.
– ¿Cómo ha dicho, señora?
– En las marismas, no -repitió Jimmy, con la mano sobre la de su mujer. Le está queriendo decir que no hacen esa mierda en su propio barrio.
– Solo en cualquier otro barrio -insinuó Whitey, y dejó aquellas palabras sobre la mesa durante un momento-, En cualquier caso, eso deja un vacío de poder en las marismas, ¿no es así? Un vacío que puede ser muy rentable. Y eso es precisamente, si no me han informado mal, lo que Bobby O`Donnell ha estado intentando explotar.
– ¿Y?- espetó Jimmy levantándose un poco del asiento.
– ¿Y?
– ¿Y qué tiene esto que ver con mi hija, sargento?
– Tiene mucho que ver -respondió Whitey, mientras extendía los brazos-, Mucho, señor Marcus, porque lo único que necesitaban ambas partes era una pequeña excusa para iniciar la batalla. Y ahora ya la tienen.
Jimmy negó con la cabeza, y una mueca de amargura empezó a aparecerle en las comisuras de los labios.
– ¿O no lo cree así, señor Marcus?