Flora no terminaba de ver el problema.
– Todas las madres quieren ser abuelas -dijo con calma.
– No con tanto empeño -Matt habló con amargura-. Se pasa la vida presentándome a la clase de chicas que cree que me gustan e ignorando mi opinión. Cada vez que me llama es para hablarme de otra «deliciosa» amiga que debo conocer. La última es la hija de una amiga, una tal Jo Beth. Al parecer es el ideal femenino, incluso hace colchas, ¡por todos los santos!
Al mirarla, Matt captó la expresión divertida de Flora.
– ¡No tiene gracia! Y ahora ésta Jo Beth viene a Londres, sin duda alentada por mi querida madre. Mi madre quería que me ocupara de ella en su estancia… Como si no tuviera otra cosa que hacer.
– ¿A lo mejor puedes pedirle a Venezia que la pasee en tu lugar? -sugirió Flora con inocencia-. Parece que se le da bien enseñar Londres, ¿no es cierto?
Matt le lanzó una mirada asesina desde el otro lado del cuarto.
– No será necesario. Le he dicho a mi madre que puede relajarse porque al fin me he enamorado y pienso casarme.
Una mano helada apretó el corazón de Flora que tuvo que tragar saliva para preguntar:
– Enhorabuena. ¿Quién es la afortunada?
Sería una de aquellas rubias despampanantes con nombres idiotas.
– Eres tú -dijo Matt.
Hubo un silencio tenso, mientras Flora recuperaba el habla.
– ¿Quién?
– Tú -repitió con impaciencia Matt-. ¿Por qué crees que te estoy contando todo esto?
– Pero -masculló Flora-… No quieres casarte conmigo…
– Claro que no -Matt la miraba como si fuera estúpida-. No quiero casarme con nadie. Esa es la cuestión. Si le digo que he encontrado a alguien, mi madre me dejará en paz un tiempo. Y deja de mirarme así -añadió en un estallido-. Sé que puedo tratar con empresarios y presidentes de todo el mundo, y una mujer de sesenta años no debería ser un problema. Sé que debería pedirle que dejara de meterse en mi vida, pero no sabes cómo es mi madre. Es inmune a todo argumento lógico.
Paseó y pensó unos segundos, antes de añadir:
– Cuando lo dije, pensé que era una idea genial para que me dejara en paz, pero resulta que se le ha ocurrido venir a Londres a conocerte.
Flora abrió la boca, no pudo pensar en nada apropiado, y volvió a cerrarla.
– ¿Por qué yo? -preguntó al fin.
– Fue idea tuya.
– ¿Qué quieres decir?
– Tú le dijiste a tus amigos que teníamos una aventura -explicó Matt como si fuera obvio.
– ¡No le dije a tu madre que nos íbamos a casar!
– Pero me diste la idea -la acusó Matt-. Y cuando mi madre insistió en que le dijera el nombre de mi novia, sólo me vino el tuyo a la mente.
Flora sintió que el calor ascendía suavemente por sus mejillas y le costaba cada vez más mirarlo a los ojos.
– Nunca se va a creer que te hayas enamorado de tu secretaria -dijo al fin, sorprendida ante su repentina ronquera.
– Tus amigos te han creído -replicó Matt con desparpajo.
– Eso es porque no te conocen -dijo Flora resentida por su frialdad-. Y además, no sé si se lo han creído de verdad.
– Lo creerán cuando nos vean juntos en el baile.
– No lo sé -incapaz de seguir sentada, Flora se puso en pie-. Es fácil engañar a los chicos que nunca preguntan, pero otra cosa son mis amigas. Jo y Sarah me conocen desde hace años. Nunca lograremos engañarlas.
Matt cruzó el cuarto hasta encontrarse frente a Flora que, sin saber adonde ir, se apoyó en su mesa. Se limitó a mirarlo con los ojos muy abiertos cuando Matt le acarició la mejilla y descendió suavemente hasta su cuello.
– Creo que podemos convencerlos si lo intentamos, ¿verdad? -preguntó con dulzura.
No había sido más que un roce leve de su mano, pero Flora sintió que le ardía la piel. Su corazón latía con fuerza y le costó un gran esfuerzo apartar la cara y separarse unos pasos.
– ¿Por qué no le pides a una de tus novias que te saque de apuros? -dijo-. Es más fácil que tu madre lo crea y no tendrás que venir a mi baile.
– Puede ser -reconoció Matt-. Pero le he dado tu nombre. Además -añadió con brusquedad-, no podría hacer esta clase de trato con otra chica.
– No sé por qué -dijo Flora aliviada por la distancia que había logrado poner entre ellos.
Matt cruzó los brazos.
– Podrían tomarme en serio. O enfadarse si se consideran manipuladas.
– Mientras que mis sentimientos no importan -concluyó Flora con indignación-. Soy la secretaria al fin y al cabo. ¿Es eso?
– Claro que no -replicó Matt-. Pero sé que no te afectará emocionalmente. Has dejado muy claro que tienes tan pocas ganas de casarte como yo. Ocurre que nuestros intereses coinciden. Tú me necesitas para callar a tus amigos y yo para apoyarme ante mi madre -hizo una pausa-. ¿No dijiste una vez que estábamos hechos el uno para el otro?
Flora recordó sus impertinentes palabras del avión y cruzó los brazos, defensivamente.
– Era una broma.
Matt suspiró.
– Escucha, sólo te pido que hagas lo mismo que tú me pedías a mí -la miró con seriedad-. Te propongo algo más: te pagaré el precio de un billete para dar la vuelta al mundo a cambio de que me dediques unas horas cuando mi madre llegue.
Flora estaba boquiabierta.
– ¿Lo dices en serio?
– Es justo -repitió Matt con altivez.
Al darse cuenta de que Matt pensaba que iba a pedir más dinero, Flora se explicó:
– No, si es más que justo. Lo que me extraña es que te importe tanto.
– Ya lo sé -y para su consternación, Matt le dedicó una de sus sonrisas irresistibles-. Tendrás que conocer a mi madre para entenderlo, pero créeme, valdrá la pena cada dólar que te dé si la convences de que me deje en paz durante una temporada.
– Tendrás que decirle la verdad algún día -Flora estaba intentando recuperarse del efecto de su sonrisa.
Matt se encogió de hombros.
– Cuando Paige regrese y tú te marches a dar la vuelta al mundo, le diré que no salió bien. Incluso puedo pararle los pies un tiempo diciéndole que sigo enamorado de ti.
– No suena muy verosímil.
Matt se puso a andar de nuevo y miró el rostro sonrojado de Flora.
– Cosas más raras se han visto.
Hubo una pausa llena de electricidad. Flora quería mirar a otro lado, pero no podía, mientras algo en su interior crecía como una planta malsana.
– ¿Qué dices? -preguntó Matt suavemente.
– No… lo sé -Flora rompió el encantamiento moviendo los brazos y poniéndose a andar a su vez.
– ¿Qué problema ves? Es un trato claro. Yo simulo estar enamorado de ti durante una velada y tú haces lo mismo por mí.
– No es lo mismo -dijo Flora-. Tú serás uno más en una multitud. Yo tengo que conocer a tu madre y mentirle cara a cara. Eso no me gusta.
– Pero no te importó engañar a tus amigos.
– Es diferente -repitió Flora con cabezonería-. Para mis amigos será una broma cuando les explique la verdad. Pero no creo que a tu madre la haga mucha gracia. Ojalá nunca hubiera dicho esa tontería -confesó mirándolo-. Fue una idiotez.
– ¿Por qué? -siguió Matt-. No hacemos daño a nadie. Mi madre se sentirá mejor sabiendo que existe al menos la posibilidad de que me enamore. El resultado de todo esto es que yo obtengo paz y tú le das una lección a tu novio. Eso querías, ¿no?
Flora vaciló.
– ¿Puedo pensarlo unos días?
– Claro -y Matt añadió tras unos segundos-. ¿Me lo puedes decir el viernes como muy tarde?
Su interés la desconcertó. Durante los dos días que siguieron no hizo mención de su charla y no la presionó lo más mínimo. Ojalá lo hubiera hecho. En realidad, era una broma estupenda para Seb.
El problema era su madre. En el baile bastaría con que bailaran un par de veces, pero la madre de Matt la sometería a un interrogatorio. Por otra parte, no esperaría escenas de amor en público, así que bastaría con poner cara de tonta y mirar a Matt con adoración durante un par de cenas.