– Puedes quedártelo -dijo pensando en otra cosa.
– No puedo hacer eso -Flora lo miró con horror, mientras corría a su lado para no quedarse atrás-. ¡Es demasiado caro!
Matt sabía que no tenía ni idea de hasta qué punto era caro, y no pensaba decírselo.
– Considéralo una bonificación por horas extras -dijo de mal humor-. Si mi madre se marcha convencida de nuestro compromiso, te lo habrás ganado.
Nell les esperaba ya en el restaurante y se fijó en el anillo antes de verlos a ellos.
– Oh, es una belleza -exclamó, tomando la mano de Flora para admirarlo de cerca-. ¡Debe encantarte, Flora!
– Sí -dijo ella con la voz ronca-. Me encanta.
– Espero que estés satisfecha -dijo Matt tomando asiento.
– Oh, desde luego -Nell ignoró la ironía de su voz-. Es perfecto. ¿No te alegra que te empujara un poco en la buena dirección?
– Si es que puede llamarse «empujar un poco» a mostrarme cada cartel de joyas de la ciudad, arrastrarme a cada joyería de Londres y dejar caer la palabra «anillo» en la conversación una vez cada minuto.
Pero Nell no le escuchaba. Estaba mirando a Flora con curiosidad.
– Es absolutamente maravilloso -insistió-. Tienes suerte, Flora.
Esta se obligó a sonreír.
– Lo sé -dijo y era verdad. Nunca había tenido algo de tanto valor. Tendría que haberse sentido feliz.
– ¿Te habrá dado las gracias como mereces? -preguntó Nell burlándose de Matt. Este sucumbió a la tentación y acarició la barbilla de Flora.
– Ahora que lo dices, creo que no -dijo suavemente y se permitió mirar los profundos ojos azules-. ¿De verdad te gusta? -lo preguntó con tanta sinceridad que Flora hubiera jurado que su respuesta le importaba de verdad.
– Me encanta -dijo-. Gracias.
Y porque las palabras sonaban a poco, porque era lo que hubiera hecho una novia y porque tenía ganas de hacerlo, Flora tomó la mano de Matt y la besó, antes de reclinar la cabeza sobre su hombro.
Cuando éste giró la cabeza hacia ella y sus bocas se encontraron, sólo pretendía ser un beso ligero, pero la sorpresa de los sentidos les asaltó con familiar intensidad.
La boca de Matt era tan cálida, tan conocida y segura, tan perfectamente adecuada que Flora se deshizo en el beso y cuando al fin se separaron para respirar, los dos se miraron con temor de leer en los ojos del otro la extraordinaria dulzura del beso compartido.
Nell parecía encantada.
– Esto merece champán -declaró y llamó al camarero-. Oh, por cierto, ¿os molesta si no me marcho el jueves? He pensado que podría quedarme unos pocos días más.
– ¿Cómo? -Matt había olvidado la presencia de su madre y su última declaración le hizo saltar.
– Me lo estoy pasando tan bien -dijo Nell-. Y como estáis todo el día en la oficina, apenas he podido veros. No te molesta, ¿verdad, Flora?
Se giró hacia la joven, cambiando la línea de ataque.
Flora miró con impotencia a Matt.
– ¿Qué pasa con tus amigos de Italia? -dijo éste, buscando argumentos, pero su madre hizo un gesto displicente con la mano.
– Van a estar todo el verano y puedo unirme a ellos cuando quiera. Sólo tengo que llamarlos. Pero si os parece demasiada molestia -prosiguió con un leve suspiro de martirio-, por supuesto debéis decirlo.
– No eres ninguna molestia -dijo Flora, y qué otra cosa podía hacer-. Nos encanta tenerte aquí.
– ¿No te importa seguir con la farsa? -le preguntó Matt más tarde nada más volver a la oficina-. Si quieres que lo dejemos, lo comprenderé.
– No, no me importa -respondió Flora y alzó su anillo-. Y además, aún tengo que ganarme la bonificación.
– ¿Segura? -Flora asintió-. Te pagaré lo mismo que acordamos.
Pero Flora tenía un gesto firme.
– No quiero más dinero. Ahora lo haré por tu madre -intentó sonreír y parecer risueña-. Además, ya he ganado lo suficiente como para dar la vuelta al mundo, empezando por Australia. ¿Qué más puedo pedir?
La pregunta retórica creó un silencio tenso entre ellos. Matt miró por la ventana.
– ¿Significa eso que ya no vas directamente a Singapur?
Flora miró a su vez en dirección a la calle.
– No tengo ninguna razón particular para ir allí.
Hubo una larga pausa. Flora miró de soslayo en el preciso instante en el que Matt la miraba e intercambiaron unos segundos de indecisión. Matt, sin razón alguna, se sintió de pronto mucho mejor.
Flora dedicó la tarde a recuperar el tiempo perdido durante la comida, de manera que no salieron de la oficina hasta las ocho.
– Y ahora nos espera un sermón de mamá sobre lo malo que es trabajar tanto -dijo Matt mientras le abría la puerta de la suite.
Pero Nell estaba esperándolos, lista para salir a la calle.
– ¡No sabes a quién me he encontrado esta tarde, Matt! -exclamó la mujer besando a su hijo-. ¡Los Lander!
– Qué bien -dijo Matt que no tenía ni idea de quiénes eran.
– ¿No es fantástico? -asintió Nell, complacida-. Me han invitado a cenar para charlar un poco. Sé que no os importa, así podréis estar un rato a solas. Oh, es tardísimo -añadió besando rápidamente a Flora-. ¡Tengo que correr!
– Si tenía tantas ganas de que estuviéramos a solas, ¿por qué se ha empeñado en quedarse una semana más? -masculló Matt nada más cerrar la puerta-. A veces, la mataría -suspiró y fue hacia el salón donde Flora esperaba, sin saber muy bien qué hacer-. Claro, que de nada serviría. Podría poner mis manos alrededor de su garganta y ella diría «¡No sé por qué te lo tomas todo tan a pecho, querido!».
Imitó a su madre con tan malvada perfección que Flora se echó a reír y una vez que empezó, siguió riendo. Matt la miró un instante con sorpresa, pero las carcajadas eran contagiosas y se puso a reír también.
– ¡Para ti es gracioso! -dijo-. Como no es tu madre.
Flora logró hablar:
– Es una maravilla.
– No es una maravilla -dijo Matt-. Se impone una semana para estar con nosotros y ¿qué es lo primero que hace? Se las arregla para encontrarse a no sé quién y dejarnos solos.
– A lo mejor lo hace por discreción -la defendió Flora que seguía sonriendo y cometió el error de mirar a Matt a los ojos. Al instante, la idea de lo que estarían haciendo si fueran realmente amantes abandonados a solas por discreción materna vibró en el aire como una imagen virtual.
Matt debió sentir lo mismo, pues su sonrisa se borró lentamente. Habían logrado superar la increíble tensión erótica nacida durante el beso del restaurante, la percepción aguda, casi dolorosa, de cada gesto del otro, pero allí estaba de nuevo, temblando en el aire y deslizándose por sus venas.
– Bueno -Matt fue el primero en romper el contacto-. Parece que tenemos la noche libre. ¿Quieres salir a cenar fuera?
– No tengo hambre -dijo Flora.
– Yo tampoco.
Hubo otra pausa llena de sobreentendidos, y después ambos hablaron a un tiempo.
– Podría…
– Yo…
Ambos se pararon.
– Habla tú -dijo Matt.
– Sólo iba a decir que me gustaría ducharme -vaciló-. ¿Te parece bien?
– Claro -Matt miró a su alrededor como buscando inspiración-. Yo iba a ofrecerte algo de beber y pensaba ponerme a trabajar después.
Flora declaró que ella leería y fue a ducharse, esperando que la tensión nerviosa partiera con el agua. Pero seguía viendo a Matt como si estuviera en el baño con ella, tan cercano que el deseo le atenazó la garganta y corrió por sus venas, persiguiendo las pulsaciones de su cuerpo.
En el salón, Matt miraba por la ventana la oscuridad de Central Park e intentaba desterrar la imagen de Flora desnuda de su mente. Escuchaba el agua caer, y la veía bajar por sus senos, entre sus muslos, y tuvo que ponerse un segundo whisky para romper el hilo de sus pensamientos.