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Flora sabía que cuanto más se quedara, más difícil sería marcharse luego. Pero sabía que iba a ser muy desgraciada cuando se separaran, ¿cómo negarse a unas semanas más de felicidad?

– ¿Hasta que vuelva Paige? -preguntó para estar segura de no alimentar falsas esperanzas.

– Hasta que vuelva Paige.

Flora lo miró y supo que se quedaría tanto tiempo como él le pidiera.

– ¿Qué dices? -la voz de Matt era tranquila, pero Flora sentía su tensión y la seguridad de que la quería con él, aunque fuera sólo un tiempo, le bastaba.

Sonriendo, Flora abrazó la cintura de Matt y dejó que la fortaleza de su cuerpo ahuyentara el temor al futuro.

– Quiero quedarme -dijo.

Al día siguiente fueron a comer con Nell para despedirla. La mujer estaba tan brillante y feliz como siempre y Flora, resplandeciente de alegría, no pudo evitar tomar su mano impulsivamente para estrecharla.

– Vamos a echarte de menos -dijo con afecto.

– Pronto volveré -dijo Nell, emocionada-. Y la próxima vez, quiero escuchar planes de boda reales -miró a su hijo con severidad-. Nada de tonterías sobre el final de un negocio.

– No, mamá.

Nell alzó los ojos al cielo ante su tono obediente.

– A veces me pregunto si te das cuenta de la suerte que has tenido al conocer a Flora.

Matt miró a Flora, luego a su madre y la mirada burlona se evaporó de sus ojos.

– Lo sé -dijo, y Nell asintió, satisfecha por su respuesta.

Entonces se inclinó y sacó una caja de piel de su bolso.

– Quiero que guardes esto -dijo tendiéndosela a Flora.

– ¿Qué es?

– Ábrelo.

Dentro del estuche reposaba un hermoso colgante de diamantes con una cadena de oro bruñida por años de uso.

– Scott me lo regaló cuando nació Matt -dijo Nell con una sonrisa temblorosa-, Pero mi cuello es demasiado viejo para eso y me parece que tú deberías tenerlo, Flora. Quiero que Matt y tú seáis tan felices juntos como lo fuimos Scott y yo.

– Oh, Nell -los ojos de Flora se llenaron de lágrimas. Odiaba aceptar algo tan importante para la madre de Matt, pero cómo podía negarse sin confesar la verdad y herirla profundamente.

– Gracias -fue todo lo que dijo, pero Nell supo que Flora entendía lo que significaba el colgante para ella.

– No te pongas a llorar o me emocionaré -dijo Nell-. Y este es un día feliz. Por fin os deshacéis de mí. Me extraña que no pidas champán, Matt -añadió con una sonrisa irónica.

Matt alzó la mano para atraer la atención del camarero.

– Vamos a tomar champán -esperó a que lo sirvieran y sólo entonces prosiguió, alzando la copa-. Por ti, madre. Gracias -añadió mirándola a los ojos.

– Es gracioso, pero la echo de menos realmente -dijo Flora horas más tarde cuando descansaban en la cama, enlazados-. Apenas nos hemos visto, pero me dolió despedirme.

Matt hizo un sonido poco convencido y Flora lo miró.

– Oh, vamos, no disimules. Tú la adoras. ¿Por qué no puedes decirlo?

¿Por qué? Matt cruzó las manos detrás de su cabeza.

– Supongo que crecí pensando que los hombres no muestran sus emociones -dijo lentamente-. Mi madre siempre se extrañó de que no llorara más cuando murió mi padre, pero tenía miedo de que ella se asustara si le decía cuánto lo echaba de menos.

Flora se acomodó contra su costado y puso la cabeza en su hombro. Matt le pasó el brazo por la espalda para acercarla a él.

– ¿Cómo era? -preguntó Flora.

Matt frunció el ceño.

– Era un hombre ocupado, algo distante. Salvo con mi madre. Incluso de muy pequeño yo era consciente del amor que sentían el uno por el otro. Y pensándolo ahora, creo que me sentía excluido de su intenso vínculo. No digo que mi padre me ignorara, pero no recuerdo gestos afectuosos por su parte. Sólo recuerdo la sensación de que debía hacerlo todo tan bien como él.

Hizo una pausa, recordando el pasado, sintiéndose extrañamente reconfortado por la presencia de Flora a su lado.

– Mi madre conoció a un hombre muy diferente, pero para mí, él siempre fue inaccesible. Lo malo era que yo interpretaba su reserva como indiferencia.

– Estoy segura de que te quería -dijo Flora cariñosamente.

– Desde luego, pero pasé treinta años de mi vida creyendo que no -explicó Matt con una sombra de amargura-. El año pasado un gran amigo de mi padre murió y me dejó sus cartas y al leerlas me di cuenta de lo importante que yo era para él. Le decía a su amigo que me quería, que estaba orgulloso de mí, pero a mí no podía decírmelo.

Flora escuchó el dolor antiguo en su voz y deseó poder consolarlo.

– Tu padre era de otra generación -dijo con la mayor suavidad-. No sabía expresar sus emociones. Mi padre es igual. Le entra sudor frío si alguien empieza a hablar de sentimientos. Si tu padre hubiera vivido te hubiera mostrado de mil maneras lo que eras para él.

Matt guardó silencio, pero Flora sabía que la escuchaba atentamente.

– Es muy triste que tu padre no supiera expresar su amor por ti, pero lo importante era que te quería. No tienes por qué cometer el mismo error que él.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Matt con repentina tensión.

– Tú siempre lo guardas todo dentro de ti, como hacía tu padre. Él al menos hablaba con tu madre y tú no confías en nadie.

Matt pensó que a ella le había contado lo que no había contado a nadie, pero la idea le hizo sentirse incómodo y vulnerable. El problema era que no sabía cómo se sentía y no quería decírselo a alguien que en pocas semanas se habría marchado. En lugar de decir que odiaba la idea de que ella se marchara, habló para poner distancia.

– No he encontrado a nadie en quien confiar -dijo fríamente.

«En mí puedes confiar», quiso decirle Flora. Pero sabía que Matt había ido demasiado lejos al hablar del niño herido por la frialdad paterna y prefirió añadir:

– Ojalá lo encuentres.

Sucedió un par de días después. Matt regresaba de una reunión en el barrio financiero y tenía la cabeza llena de cifras cuando Flora le recibió en el despacho con una serie de recados urgentes.

– Ah, y también Tom Gorsky. Si no quieres llamarlo, puedo hablar con él -dijo Flora mirando sus anotaciones.

Matt no contestó. Se quedó mirándola, asombrado por la repentina conciencia de lo enamorado que estaba de ella. Recordó las palabras que le había dicho a su madre: la miré un día y supe que era la mujer que quería a mi lado.

Se sintió como si alguien le hubiera golpeado en el estómago, dejándolo sin aire. ¿Por qué acababa de darse cuenta? Recordaba tantos momentos en que tendría que haberse dado cuenta de que la quería. Cuando volvían al hotel y Flora se soltaba el pelo y luego lo miraba sonriendo y se lanzaba a sus brazos. Pero no, había tardado semanas en verlo y tenía que ser en el momento en que Flora estaba pensando en citas y compromisos.

– ¿Estás bien? -Flora lo miraba con curiosidad y Matt tuvo que volver al mundo.

– Estoy bien -dijo-. Luego hablaré con Tom.

Estaba a punto de decirle a Flora que la quería, pero le había silenciado su aparente frialdad. Olvidó que habían acordado ser impersonales mientras estuvieran trabajando. En aquel momento, sólo sabía que deseaba abrazarla y no dejarla marchar nunca.

– Tengo que ir a Recursos Humanos -dijo Flora-. No tardaré, pero dime si quieres que haga algo antes.

«Quiero que dejes de ser eficaz», quería gritar Matt. «Quiero que vengas aquí y me beses. Quiero pedirte que te quedes conmigo y te olvides de Australia.»

Flora se puso en pie.

– Pondré el contestador para el teléfono -dijo, interpretando el silencio de Matt como reprobación.

– Puedo contestar yo -replicó éste.

Flora lo miró con desconcierto, pero decidió que era mejor no comentar nada.

– Volveré en diez minutos -dijo y salió del despacho.