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– ¡Oh, Dios mío! -Flora se llevó la mano a la boca y se dejó caer en la silla, abrumada-. ¡Han hablado con mi madre! ¡Va a matarme! -alzó los ojos horrorizados hacia Matt cuyo rostro parecía esculpido en granito-. ¿De dónde han sacado todo esto?

– Esa es mi pregunta -dijo Matt con voz glacial y Flora abrió la boca al darse cuenta de lo que insinuaba.

– ¿No pensarás…? ¡No puedes creer que yo tengo algo que ver con esto!

– Bueno, yo desde luego no he hecho confidencias a Sebastian Nichols -dijo Matt, escupiendo cada palabra como si le asqueara pronunciarlas.

– ¿Seb? ¿Qué tiene que ver él? -la mirada asustada de Flora fue hasta el pie de la noticia. Allí, blanco sobre negro, estaba el nombre de su amigo-. Oh, ¿cómo ha podido? ¿Cómo ha podido?

La boca de Matt mostró todo su desprecio.

– ¿Qué te extraña? ¿Creíste que no lo contaría? Nadie puede ser tan idiota como para pensar que un reportero no va a contar una noticia tan buena.

– Pero yo no le dije nada. Nunca le conté a Seb que lo nuestro no era real.

– ¿Lee la mente, entonces? -Matt estaba pálido y su única intención era soltar toda su amargura y su decepción-, ¿Por eso quería hablar contigo? ¿Para comentar los detalles? ¿Quería saber el nombre de mi padre o preguntarte si ponía que estoy traumatizado o sólo deprimido?

Flora se llevó las manos a los oídos para no seguir escuchándolo.

– Matt, escucha -dijo con desesperación-. Lo siento mucho, pero Seb no lo obtuvo de mí.

– No te creo -dijo Matt sin pestañear-. Sólo tú y yo sabemos los detalles de esta historia -las arrugas de su rostro se habían acentuado-. Es irónico que la primera vez en que hablo de mi padre, lo haga con alguien que salta de la cama para contárselo todo a un periodista.

Se dio la vuelta, incapaz de soportar el dolor del rostro de Flora. Le estaba mintiendo, como le había mentido desde el principio.

– Toda tu simpatía para que abriera mi corazón funcionó, ¿verdad?

Flora sintió que estaba atrapada en una pesadilla.

– Escucha, todo esto es un error terrible…-comenzó, pero Matt no la dejó continuar.

– Sí, desde luego -su voz era tan hiriente que Flora cerró los ojos-. He cometido un gran error al confiar en ti.

– Matt, por favor…

– ¡No! -la palabra escapó de sus labios, como un estallido y se volvió hacia ella-. ¿Cómo crees que va a sentirse mi madre cuando lea esto? ¡Todos sus amigos deben estar llamándola a Italia para decírselo! Pero a ti, ¿qué te importa? -añadió furiosamente-. Te marchas a viajar con Seb que sin duda ha pagado el billete con toda esta basura.

– No me voy -dijo Flora, que empezaba a marearse de desesperación. No podía creer que aquel hombre extraño e implacable, aquel enemigo, era Matt, el mismo que la había abrazado toda la noche y que le había hecho el amor con una ternura que casi la hace llorar.

– ¡Pues eso le estabas diciendo a Paige hace un momento! -Matt la miró con creciente desprecio-. ¿O es que vas a negar lo que he escuchado?

– No… esto, sí, oíste eso, pero no era…

– No sé qué me extraña tanto -la interrumpió Matt con amarga burla-. Nunca has ocultado lo que querías, ¿verdad, Flora? Incluso te vi con Seb en la calle. Pero todo el tiempo pensé como un imbécil que las semanas que pasamos juntos contaban más que el dinero fácil para marcharte. Supongo que yo tengo la culpa.

Sin esperar una respuesta, fue hasta su despacho, seguido por Flora que temblaba y seguía sin creer lo que estaba sucediendo.

– Matt -dijo con impotencia, pero él ya estaba garabateando algo en un cheque, antes de arrancarlo con furia.

– Toma -dijo, casi tirándoselo-. Creo que te parecerá justo. Incluso he incluido todas esas noches de trabajo extra. Espero que estés fuera de Londres al menos hasta que yo me marche a Nueva York.

El color se retiró del rostro de Flora.

– ¿Eso es todo? -preguntó sin mirar el cheque que sostenía.

– ¿Quieres más?

– Sólo he pedido la oportunidad de explicarme -y de pronto, la rabia tomó el lugar de la desesperación y Flora gritó a su vez-: Tienes razón, ¿para qué voy a explicar nada? No te importa otro punto de vista que el tuyo. En ningún momento has supuesto que puedas estar equivocado, ¿verdad, Matt?

Matt quiso hablar, pero la furia de Flora se había desatado.

– Si de verdad crees que soy capaz de llamar a un reportero y contarle todos nuestros secretos, ¡perfecto! Prefiero no verte más. Pero te diré algo -añadió con el mismo enfado-: Jamás hubiera contado la historia de tu padre porque no tiene el menor interés. Es patético que un hombre adulto sea incapaz de expresar la menor emoción. Echas la culpa a tu padre, pero eso es la salida fácil. ¡Mucha gente crece con problemas más graves sin volverse un monstruo arrogante y egoísta!

– Ya has dicho lo que querías -dijo Matt-. Será mejor que te marches.

– No te preocupes, me marcho -Flora estaba tan indignada que no veía, pero buscó su pasaporte entre sus papeles y lo guardó.

Después estudió el cheque con deliberada atención.

– No es exactamente dinero fácil -dijo con maldad-. Pero me vendrá bien.

En la puerta, Flora lo miró por última vez. Matt estaba apoyado en la puerta de su despacho, con un aspecto de tristeza como no había visto nunca. Sintió el impulso ridículo de correr a consolarlo, pero supo que la rechazaría con odio. Quería perderla de vista, nada más.

– Adiós, Matt -dijo, asombrada de la calma fría que había en su propia voz-. Sabes, me alegro de que esto haya sucedido. Tenía miedo de haberme enamorado de ti, pero ahora sé que eran imaginaciones. No eres capaz de expresar emociones, porque no las sientes. Por eso, es imposible quererte -dijo y se dio la vuelta, saliendo del despacho.

– ¡Flora! -Matt corrió tras ella, sin saber qué quería decirle, consciente sólo del temor a perderla-. ¡Flora! -gritó de nuevo, pero ella estaba ya en los ascensores y ni siquiera se había vuelto.

Matt soltó un taco y volvió a su despacho, cerrando con un portazo que hizo temblar el edificio. No iba a correr detrás de ella. Él no tenía nada que reprocharse y era Flora la que le había traicionado. Y luego se había ido sin una disculpa.

El artículo seguía sobre la mesa de Flora. Matt lo arrugó con un gesto de rabia y luego, repentinamente hundido por la desesperación, cayó sobre un asiento y se escondió la cara entre las manos.

Tenía que hablar con su madre y contarle los hechos antes de que leyera el artículo. No sabía qué iba a decirle. Sólo sabía que una hora antes Flora canturreaba alegremente en la oficina y que ahora se había marchado para siempre.

Flora esperaba sus maletas en el aeropuerto de Sydney. «Estoy en Australia» se repetía una y otra vez, pero no podía aceptarlo. Tantos meses, años incluso, soñando con sus viajes y lo único en lo que pensaba era en lo lejos que estaba de Matt.

Tocó el anillo que llevaba colgado del cuello como si fuera un talismán. Su primer impulso había sido enviárselo a Matt, pero él había insistido en que se lo quedara. Tampoco podía llevarlo en el dedo, de manera que decidió colgárselo del cuello, y allí estaba mientras el recuerdo de Matt se retorcía en su interior como un cuchillo.

Desde que Flora salió aquella terrible tarde, ocho días atrás, de las oficinas de Elexx, había estado sumida en tal desesperación que apenas si había sido consciente de sus movimientos y decisiones. Se sentía anestesiada mientras guardaba su ropa en el hotel, tomaba un taxi a la estación y el primer tren a Yorkshire. Su tristeza era tan honda que ni siquiera lloró cuando su madre fue a recogerla en su pueblo.