Y la misma tristeza la había mantenido sin lágrimas durante el viaje agotador hasta Sydney. Nada le parecía real. Lo único real era Matt, el calor de su sonrisa, sus manos y sus ojos. Flora se sentía completamente separada del mundo si estaba lejos de él y ya no sabía ni sentir algo que no fuera dolor.
Le dolía su ausencia con un dolor tan agudo y persistente que a veces le impedía respirar. El dolor era lo único que vivía en ella, y temía que un día desapareciera, dejando sólo el vacío y la inexistencia.
Había dejado a Matt atrás, eso lo sabía. Él no había intentado buscarla cuando se marchó. Y si de verdad creía que ella tenía algo que ver con el artículo, Flora prefería que no la encontrara.
Eso se dijo cuando llegó al aeropuerto de Londres y vio que Matt no estaba. Era una locura, pero hasta el último momento había esperado que él la buscara y le impidiera marcharse. Y allí estaba, en Australia, intentando recordar cómo era antes de conocer a Matt, cuando podía vivir sola y disfrutar de la vida.
Por fin apareció su maleta y Flora tiró de ella para ponerla en el carrito. No tenía ni idea de cuál era el paso siguiente y de pronto le entró un pánico tan profundo que sólo pudo aferrarse al carro, mirando al vacío. ¡No quería estar allí! Quería estar en Londres, con Matt, abrazada a él en la cama.
Se dio cuenta de que varios viajeros la miraban con curiosidad. Flora hizo un esfuerzo sobrehumano para moverse. No podía seguir allí. Así que suspiró y se dirigió hacia la salida. No tenía nada que declarar, salvo un corazón roto, y no creía que el policía de aduanas estuviera interesado en eso.
Y después salió, indiferente a los gritos y empujones de la gente que había ido a esperar a familiares y amigos. Ella bajó la vista y empujó el carro, segura de que nadie la esperaba.
El dolor atenazó su corazón como una garra cruel, pero se esforzó en no llorar. Había pasado días con un frío glacial que le impedía llorar y no iba a empezar en Australia. Tenía que resistir.
– ¿Flora?
Junto con su nombre reconoció la voz americana, tan parecida a la de Matt que su corazón dio un vuelco. Se estaba volviendo loca, hasta el punto de tener visiones. Apretó el paso, intentando escapar de los fantasmas de su mente.
– ¡Flora! -esta vez había alguien a su lado, y una mano tocaba su hombro.
Flora se quedó helada. No podía ser Matt. Se giró muy despacio, temiendo la terrible decepción. Pero allí estaba, tan alto y guapo como lo recordaba. Los mismos ojos verdes, el mismo gesto severo que tanto le gustaba. Nadie tenía una boca como aquella.
Lo miró, incrédula, renuente a reconocer que estaba allí, con la expresión incierta, como si él tampoco creyera que la había encontrado.
– ¿Matt? -la voz de Flora era un hilo y tenía los nudillos blancos de tanto apretar el carrito.
Matt asintió. No podía hablar. Sólo podía mirarla, mirar su rostro más delgado, sus ojos oscurecidos por la tristeza. Pero era Flora, al fin.
– Tenía miedo de que te escaparas -dijo de pronto. Carraspeó, pero había empezado y ya no quería callarse-. Llevo horas esperando que atravieses esa puerta. Empezaba a creer que no te había visto, que habías salido entre la multitud y que te había perdido para siempre.
Flora se sentía desconectada del mundo. Oía sus palabras, pero no las entendía. Nada tenía sentido. Se humedeció los labios.
– ¿Qué haces aquí?
– Tenía que verte -dijo Matt, olvidando que estaban en medio del vestíbulo, molestando a la gente-. Tenía que explicarme, disculparme -de pronto, cerró los ojos, agotado-. Dios mío, cómo me alegro de verte. Te he echado tanto de menos. Tenía que verte para decirte cuánto te quiero.
Y de pronto, tras haber dicho lo que había ido a decir, se quedó callado, mirando a Flora con los ojos oscurecidos por la ansiedad.
– Oh, Matt… -Flora susurró mientras sus palabras iban entrando poco a poco en su cerebro y en su corazón y empezaba a creer que era verdad. Las lágrimas que había contenido tanto tiempo se deslizaron por sus mejillas. ¡La quería! ¡Había dicho que la quería!-. Oh, Matt… -no podía decir otra cosa. Dejó el carrito y dio un paso hacia él, tan insegura como si fueran sus primeros pasos, asustada de estar soñando, o engañándose-. Oh, Matt… -repitió y lo buscó ciegamente y sintió su abrazo, tan fuerte que no podía respirar, pero no quería respirar, sino colgarse de él como si pudiera desvanecerse.
Tenía el rostro hundido en su hombro y Matt besaba su cabello con desesperación.
– Te amo, te amo, te amo -repitió con voz llena de emoción-. No puedo creerme que te abrace de nuevo. Por fin. He recorrido medio mundo para encontrarte, Flora -dijo-. Dime que tú también me quieres.
– Te quiero -exclamó Flora, pero no dejaba de llorar, besando su cuello, su mejilla, cuanto alcanzaba de él-. Oh, Matt, he sido tan desgraciada. Sólo he pensado en ti y ahora estás aquí y no puedo ni creerlo. Sé que es el momento más feliz de mi vida y no puedo dejar de llorar.
Matt se separó para mirarle el rostro lleno de lágrimas. Muy dulcemente, le limpió las mejillas con los pulgares.
– Dilo otra vez -pidió-. Dime que me quieres.
– Te quiero -repitió con más firmeza Flora y por fin Matt comprendió que todo podía salir bien. Sus ojos se iluminaron y sonrió, exultante, antes de besarla con fuerza, un beso tan frenético y profundo que hablaba de toda su soledad y su temor, y el sufrimiento de la separación.
– Flora, siento tanto lo que te dije -reconoció Matt cuando pudo hablar, sujetándola por las manos.
– No importa -comenzó Flora, pero él la detuvo.
– Sí importa. Debí haber confiado en ti. Sé cómo eres y que nunca harías algo así. Pero cuando me dijeron lo de Seb y el artículo, la ira me impidió pensar.
Apretó las manos de Flora, deseando que comprendiera.
– Nunca le había hablado a nadie de mi padre. Me pareció que cuando empezaba a confiar en alguien, me traicionaba. Pero sobre todo estaba enfermo de celos -sonrió con ironía-. Llevaba días reuniendo el valor para decirte que te quería, y de pronto te oigo contarle a Paige que te marchas con Seb. Y un minuto después me hablan de un artículo en el que Seb habla de nosotros, todo parecía tan coherente.
– Matt -dijo Flora suavemente-, ¿cómo podías creer que quería estar con otro después de las semanas que habíamos pasado juntos? ¿No te bastaba con besarme para saber cuánto te quería?
– No estaba seguro -admitió Matt abrazándola de nuevo y apoyando la mejilla en su pelo-. No me atrevía a hablarte de mis sentimientos. ¿Te acuerdas de lo que dijiste al marcharte? ¿Que no era posible amarme? -acalló la protesta de Flora-. Sé que no querías decir eso, pero es lo que he creído siempre desde que murió mi padre. Crecí pensando que él no me había querido y que nadie lo haría.
– Matt, lo siento tanto -murmuró Flora-. Yo sólo buscaba algo que te hiciera daño, porque me habías herido.
– Ya lo sé -repitió Matt besando su cabello-. Pero no tardé mucho en comprender que te equivocabas. Sí que tengo sentimientos y todos te pertenecen.
Flora echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.
– Cuando me oíste hablar con Paige no decía la verdad. Sólo quería asegurarle que no pensaba quedarme con su trabajo.
– Ya me lo dijo -dijo Matt y Flora lo miró con sorpresa.
– ¿Te lo dijo? ¿Has hablado con Paige de esto?
– He aprendido a expresar mis emociones y ya no paro -rió Matt-. Estaba desesperado por encontrarte y pensé que ella me ayudaría.
Al darse cuenta de que estaban entorpeciendo el tráfico, Matt empujó el carrito sin soltar por ello a Flora.
– Salgamos de aquí -dijo-. Te contaré el resto camino del hotel.
– Tardé una noche en comprender cuánto te necesitaba -prosiguió Matt cuando se encontraron en el interior de un taxi-. Me daba igual el artículo, tu relación con Seb, todo. Sólo quería verte.