Contrariamente, Stephen estaba mostrando un gran interés por Andrew y Nathan, primero acompañándoles a pescar y ahora embarcándose con ellos en una extraña aventura.
En la cena del día anterior Hayley se había sentado a la mesa dominada por los nervios anticipatorios, preguntándose si se volvería a encontrar a solas con Stephen. La cabeza le decía que se mantuviera alejada de él, pero su corazón le imploraba con la misma insistencia que lo buscara.
No tuvo que tomar ninguna decisión al respecto porque Stephen se excusó poco después de cenar y se retiró a su alcoba. Ella pasó todo el tiempo comprendido entre la cena y la hora de acostarse trabajando en el despacho, intentando con todas sus fuerzas no sentirse decepcionada o confundida. Seguro que era mejor así.
– Andrew y Nathan parecen haberle cogido mucho cariño al señor Barrettson -comentó tía Olivia, interrumpiendo los pensamientos de Hayley.
– Sí, es verdad.
– Y el señor Barrettson también parece haberse encariñado con ellos -añadió Pamela, volviéndole a llenar a Hayley la taza.
– ¡Que me aten al travesaño del puerto y me golpeen con el sextante! -dijo Winston a voz en cuello-. ¿Por qué no iban a gustarle los muchachos? Son buenos chicos, como su padre, que en paz descanse. Porque, si a ese asqueroso gorrón no le gustaran los chicos, le obligaría a andar por el tablón de cubierta. -Luego dirigió una mirada fulminante a Grimsley-. ¿Acaso estás buscando la forma de llevarme la contraria, enano escuálido?
Grimsley se arregló la chaqueta.
– Desde luego que no, aunque no me puedo imaginar dónde vas a encontrar un tablón de cubierta donde hacerle andar.
– Tú no verías un tablón de cubierta aunque te golpearas la cabeza con uno -masculló Winston.
– Yo sé dónde hay una tabla -intervino inesperadamente Callie mientras acunaba a la señorita Josephine en sus brazos-. Hay una tabla grande ahí fuera, cerca del corral de las gallinas. -Se volvió hacia Winston-. La vimos el otro día, Winston. Usted se tropezó con ella y se cayó de morros sobre las cacas de las gallinas, ¿no se acuerda? Y entonces gritó: «¡Asquerosamente condenado trozo de madera! Menudo hijo de…»
– ¡Callie! -se apresuró a interrumpir Hayley-. Estoy segura de que Winston no quería decir unas palabras tan inapropiadas. -Lo miró con seriedad- ¿Verdad que no, Winston?
El ceño de Winston indicaba claramente que quería decir cada una de las palabras que dijo y algunas más, pero suavizó su expresión cuando miró a Callie.
– Lo siento -susurró-. Me olvidé de que la chiquilla andaba cerca.
Grimsley murmuró algo entre dientes y empezó a quitar la mesa. Hayley soltó un profundo suspiro, rogó a Dios que le diera paciencia y cambió de tema.
– ¿Qué creen que tienen pensado hacer hoy? -preguntó-. Espero que Andrew y Nathan no hayan pensado en nada demasiado cansado desde el punto de vista físico. Estoy segura de que a Ste… al señor Barrettson todavía le duelen las costillas, y el hombro aún no se le ha curado por completo.
– El señor Barrettson parece un ejemplar de lo más saludable -dijo Pamela con una risita guasona-. Estoy segura de que puede seguir el ritmo de Andrew y Nathan.
– Ya lo creo que sí -añadió tía Olivia-. El señor Barrettson es realmente un buen ejemplar. Tan viril, tan apuesto y tan ancho de hombros. ¿No te parece, Hayley, querida?
En los pómulos de Hayley empezaron a arder las llamas del infierno.
– Bueno… sí. Es bastante… eso, un buen ejemplar.
– Y es muy simpático; encantador, de hecho -prosiguió tía Olivia, obviamente sin darse cuenta de lo violenta que se sentía Hayley.
– No sabía que usted hubiera pasado tanto rato con él, tía Olivia -dijo Hayley levantando un poco la voz.
Tía Olivia cogió sus agujas de hacer punto para proseguir con su labor.
– Oh, sí. Pasamos un rato muy agradable ayer por la tarde. Mientras tú estabas en el establo con los niños, el señor Barrettson me ayudó con mis tareas domésticas.
Hayley y Pamela intercambiaron una mirada de extrañeza.
– Pero a usted le tocaba sacar el polvo de la biblioteca -dijo Pamela.
Una sonrisa de oreja a oreja iluminó el rostro de tía Olivia.
– Exactamente. Y el señor Barrettson utiliza el plumero bastante bien, y llega mucho más alto que yo. Bueno, he de admitir que al principio se mostró algo reacio, horrorizado, en realidad, pero el muchacho enseguida le cogió el tranquillo.
– ¿Cómo consiguió convencerle para que sacara el polvo? -le preguntó Hayley entre risas.
– Bueno, me limité a pasarle el plumero y a pedirle que me ayudara. -Tía Olivia dirigió una mirada directa a Hayley y añadió-: Cuando uno quiere algo, mi querida Hayley, necesita expresar sus deseos. Después de todo, el señor Barrettson no sabe leer la mente.
Hayley miró fijamente a su tía y se preguntó si seguían hablando de quitar el polvo. Antes de que tuviera la oportunidad de contestarle, tía Olivia volvió a concentrarse en su labor, y Hayley prefirió dejar el tema antes de que empezaran a arderle literalmente las mejillas.
Al poco tiempo, Pamela y Hayley salieron del comedor y, seguidas de Callie, se dirigieron hacia el lago. Callie abrió su caballete y Hayley y Pamela se sentaron en la hierba, disfrutando de la cálida brisa y de una paz y un silencio poco habituales y bien recibidos, gracias a la ausencia de los chicos.
– ¿Te hace ilusión ir a la fiesta de Lorelei Smythe? -preguntó Pamela, arrancando una larga brizna de hierba y jugueteando con ella entre los dedos.
Hayley puso mala cara y miró al cielo.
– Antes preferiría bañar a Stinky. Cada vez que me la encuentro, esa mujer me hace sentir como una gran intrusa, aparte de torpe, maleducada y que está de más. -Dirigió una mirada de reojo a Pamela-. Por supuesto, haré el sacrificio de soportar su compañía por ti. Nunca te negaría el placer de asistir a la fiesta, sobre todo teniendo en cuenta que asistirá un joven y apuesto médico.
Las mejillas de Pamela se sonrojaron intensamente.
– Oh, Hayley, casi me muero de vergüenza cuando Marshall me vio el otro día en el lago con el aspecto de un gato ahogado. Sabe Dios lo que debió de pensar de mí.
– No podía quitarte los ojos de encima -le aseguró Hayley.
– No podía creerse que estuviera tan horrible.
– No podía creerse cómo podías estar tan hermosa, incluso calada hasta los huesos y vestida con una vieja sábana.
– ¿Lo crees realmente? -preguntó Pamela con los ojos esperanzados.
– Es tan evidente que te adora, Pamela, que hasta Grimsley se ha dado cuenta, sin tener que ponerse las gafas. Confía en mí. Marshall Wentbridge está loquito por ti. -«Y pronto estarás felizmente casada, llevando una vida normal, lo que más deseo para ti.»
Pamela se abrazó a sí misma y emitió un hondo suspiro.
– Ay, hermanita, espero que tengas razón. Es el hombre más maravilloso. Tan atento y tan apuesto. Me deja… -Su voz se fue desvaneciendo poco a poco.
– ¿Sin aliento? -Hayley completó la frase que su hermana había dejado a medias.
– Exactamente.
– Y se te acelera el pulso, se te desboca el corazón y apenas puedes pensar con claridad cuando él está cerca -susurró Hayley con dulzura, mientras dejaba vagar la imaginación. Una cascada de imágenes de Stephen la asaltó súbitamente: Stephen sosteniendo un hilo de pescar del que colgaban peces, Stephen riéndose, Stephen inclinándose sobre ella para besarla…
– Sí-dijo Pamela, trayendo a Hayley de nuevo al presente-. Así es exactamente como me hace sentir Marshall. ¿Cómo lo sabes?