Выбрать главу

– ¡Hayley, Hayley! ¡Por fin te encuentro!

Hayley fue corriendo hasta la pequeña, se arrodilló ante ella y ésta se le abrazó fuertemente.

– ¿Qué pasa, cariño? ¿Te duele algo?

Callie se aferró al cuerpo de su hermana mayor y sollozó en su cuello.

– He tenido una pesadilla, con monstruos peludos que se comen a las niñas pequeñas. Te he buscado por todas partes, pero no te encontraba. Estaba muy asustada.

– Oh, mi preciosidad. Lo siento. Lo siento mucho. Ahora ya me has encontrado.

Hayley miró a Stephen con ojos afligidos. Él casi podía leerle el pensamiento… «Mira lo que he hecho. Yo aquí, comportándome como una fresca mientras Callie me necesitaba. Le he fallado. ¡Qué tremenda equivocación! ¿Y si nos hubiera interrumpido hace cinco minutos?»

Hayley miró inequívocamente hacia la puerta y Stephen supo que ella quería que se fuera antes de que Callie se percatara de su presencia. Sin decir nada más, Stephen se fue, cerrando la puerta silenciosamente detrás de él y sabiendo que dejaba un trozo de su alma allá dentro.

Capítulo 16

– ¿Interrumpo algo? -preguntó Justin al día siguiente por la tarde. Entró en el patio de la casa de los Albright y enseguida se dibujó una mirada entre incrédula y divertida en su rostro.

Stephen trató de mirar a su amigo con mala cara, pero era sumamente difícil parecer amenazante con una diminuta tacita de té entre los dedos. Todavía resultaba más difícil teniendo en cuenta que estaba sentado a una mesa de tamaño infantil, con el cuerpo replegado sobre sí mismo, con las rodillas en contacto con el mentón y las nalgas apretadas en una diminuta sillita. Dirigió a Justin la mirada más seria que logró esbozar en tales circunstancias.

– ¿Por qué? No, qué va, Justin. No interrumpes nada. De hecho, llegas justo a tiempo para unirte a nosotros. -Señaló una sillita vacía levantando levemente la barbilla-. Por favor, toma asiento.

Stephen casi se ríe a carcajadas al ver la expresión de horror en el rostro de Justin.

– Oh, no -dijo Justin-. No es nece…

– No digas tonterías -le interrumpió Stephen-. Insistimos. Justin, permíteme que te presente a la señorita Callie Albright, la mejor anfitriona de todo Halstead. Callie, te presento al señor Justin Mallory, un buen amigo mío.

Callie miró a Justin desde debajo del ala de un inmenso sombrero adornado con plumas de colores.

– Encantada, señor Mallory -le dijo con una dulce sonrisa-. Siéntese, por favor. Estábamos a punto de empezar a tomar el té. -Rodeó la mesa y sacó una sillita para Justin-. Puede sentarse aquí, al lado de la señorita Josephine Chilton-Jones.

Stephen vio cómo la mirada de Justin deambulaba entre la minúscula silla, la muñeca no demasiado limpia y la expresión expectante de la pequeña Callie. Consciente de que había perdido la batalla, Justin se acercó a la diminuta silla y se sentó con suma cautela. Las caderas le chocaban con los brazos de madera y, al igual que Stephen, las rodillas le llegaban a la altura del mentón.

– ¡Maravilloso! -exclamó Callie, batiendo palmas entusiasmada-. Serviré el té mientras esperamos a que Grimsley nos traiga las pastas. -Callie vertió el té ceremoniosamente en cuatro tazas y se las pasó a sus cuatro invitados. Justin miró perplejo su taza, del tamaño de un dedal, y contuvo la risa.

Grimsley llegó con una bandeja de pastas y la dejó en el centro de la mesa.

– Buenas tardes, señor Mallory.

Justin miró hacia arriba desde su postura encorvada.

– Buenas tardes, Grimsley.

– ¡Qué suerte que haya llegado a tiempo para tomar el té! -dijo el lacayo con expresión de absoluta seriedad. Hizo una reverencia y salió del patio.

Callie pasó la bandeja de pastas a los invitados, sin dejar de conversar, y fue rellenando las tacitas en cuanto se vaciaban -con un sorbo bastaba-, comportándose como una perfecta anfitriona. Cuando se dio cuenta de que la tetera estaba vacía, se excusó para volverla a llenar.

Solos en el patio, Justin miró a Stephen de soslayo.

– No lo digas, Justin.

– ¿Que no diga qué?

– Lo que estás pensando.

Justin miró a su amigo entornando los ojos.

– De hecho, me estaba preguntando qué diablos te ha pasado en la cara.

Stephen lo fulminó con la mirada.

– Me he afeitado, por si te interesa.

Justin se quedó boquiabierto.

– ¿Que te has afeitado? ¿Con qué diablos lo has hecho? ¿Con un hacha oxidada?

– Con una navaja de afeitar. Y te diré una cosa, creo que he hecho un buen trabajo. No es nada fácil afeitarse solo. Te recomiendo que valores más a tu ayuda de cámara. En cuanto llegue a Londres, pienso doblarle el sueldo a Sigfried.

– ¿Y por qué no te has limitado a dejarte barba? -preguntó Justin pasándoselo en grande.

Stephen suspiró para sus adentros y deseó que Justin se limitara a guardar silencio.

– Tía Olivia me prefiere recién afeitado -dijo entre dientes-. Y Callie también.

– Ah, ya entiendo -dijo Justin asintiendo con la cabeza. Luego miró la mano de Stephen-. ¿Y ese rasguño en la mano? ¿Otra marca de la batalla contra la barba?

– Es un recuerdo del día que salí a pescar con los chicos.

Justin enarcó las cejas.

– ¿A pescar?

– Sí, pesqué ocho peces y sólo me caí dos veces al río.

A Justin casi se le salen los ojos de las órbitas. Luego estalló en carcajadas. Rió hasta que empezaron a caerle lágrimas por las mejillas.

– ¡Santo Dios, Stephen! -dijo por fin, secándose las mejillas con una servilleta de lino-. Pero… ¿qué demonios te está pasando? Tomas el té con niñas pequeñas. Te vas de pesca con muchachos. Te destrozas la cara. ¡Dios mío! Pero si no tienes ni idea de afeitarte, ni de pescar. Aún tienes suerte de no haberte rebanado el cuello. O de haberte ahogado en el río. ¿Acaso sabes nadar?

Sintiéndose insultado, Stephen contestó:

– Por supuesto que sé nadar.

Justin volvió a estallar en carcajadas.

– Justin -el tono de aviso de la voz de Stephen era inconfundible.

– ¿Sí?

– La única razón de que no te haya lanzado de bruces contra el suelo es que tengo el culo permanentemente pegado a esta maldita sillita de muñecas. Tal vez no pueda volverme a levantar nunca más. Pero, si lo hago, ten por seguro que haré que te arrepientas de tu falta de respeto.

Justin dio un mordisco a una pasta, haciendo caso omiso de las amenazas de su amigo.

– Lo dudo. Podría sacarte hasta la última libra que posees haciéndote chantaje con lo que he visto hoy. A propósito, estas pastas están para chuparse los dedos -añadió guiñando exageradamente el ojo a Stephen.

Callie regresó con una tetera humeante, y el grupo se pulió una taza tras otra, o un sorbo tras otro, del caliente brebaje y otra bandeja de pastas. Cuando se acabó la segunda tetera, Callie se levantó.

– Muchísimas gracias por acompañarme a tomar el té -dijo con una reverencia. Cogió a la señorita Josephine Chilton-Jones de la silla y la abrazó fuertemente-. Ahora debo acostar a la señorita Josephine. Buenas tardes, caballeros. -Y, asintiendo educadamente, salió del patio.

Stephen y Justin se miraron mutuamente. Al final, Stephen suspiró y dijo:

– Necesito levantarme de esta silla. Tengo todo el cuerpo agarrotado.

Justin intentó incorporarse, en vano.

– Me temo que el culo se me ha quedado enganchado entre los brazos de la silla.

Stephen intentó levantarse, pero no lo consiguió.

– Bueno, esto es un verdadero tostón -comentó entre dientes-. Y, encima, necesito aliviarme desesperadamente. He debido de beber por lo menos cuarenta y tres tazas de té.

Justin rió.

– Cuarenta y siete. Pero, ¿para qué contarlas?

– ¿Por qué están ahí sentados? -preguntó Andrew mientras entraba en el patio.