«Casa.» La realidad golpeó a Stephen como una descarga eléctrica. Durante las dos últimas semanas se había involucrado tanto con Hayley y su familia que casi se había olvidado de su vida en Londres, una vida que incluía a un asesino a sangre fría.
«Casa.» Una inmensa casa de ciudad en la avenida Park Lane de Londres, una casa que funcionaba a la perfección. El paradigma de la elegancia, con un personal perfectamente formado que satisfacía todas sus necesidades. Sin niños revoltosos, perros indómitos, tías sordas ni sirvientes irreverentes.
Stephen asintió lentamente.
– Sí, supongo que ha llegado el momento de volver a casa. -Aquellas palabras le produjeron una dolorosa sensación de vacío.
– Excelente. ¿Te espero mientras recoges tus cosas? ¿O prefieres que te eche una mano con la maleta? -le preguntó Justin mientras se levantaba.
Stephen lo miró sin entender nada.
– ¿Qué has dicho?
– Que si necesitas ayuda para preparar el equipaje.
Stephen se levantó lentamente mientras arrugaba la frente.
– No puedo irme hoy contigo, Justin.
Justin levantó las cajas en señal de sorpresa.
– ¿Por qué no?
– Tengo un par de cosas pendientes antes de marcharme -dijo Stephen vagamente, molesto al darse cuenta de que se estaba empezando a sonrojar.
– ¿Como por ejemplo? -Justin lo miró intrigado-. ¡Caramba, chico! Pero… ¡si se te han subido los colores!
– No es verdad -dijo Stephen irritado, mientras caminaba hacia la casa-. Sencillamente no puedo marcharme hoy.
– Está bien. Entonces mañana.
– No puedo irme hasta pasado mañana.
– ¿Porqué?
– No es de tu incumbencia -contestó Stephen de malos modos, pero luego se retractó-. Prometí a Hayley y a su hermana acompañarlas a una fiesta mañana por la noche, de ahí que te pidiera que me trajeras el vestido. No puedo faltar a mi promesa.
– Ya entiendo -dijo Justin repasándolo con la mirada-. ¿Y qué tal te llevas con la señorita Albright?
– Pamela Albright es una joven encantadora -dijo Stephen simulando haber interpretado erróneamente la pregunta de Justin mientras aceleraba el paso.
– Pamela no es la señorita Albright a quien me refería, como tú muy bien sabes -dijo Justin, siguiéndole al mismo paso.
– Hayley y yo nos llevamos bien -contestó Stephen con una brusquedad que habría disuadido a cualquiera de seguir haciéndole preguntas.
Pero Justin ignoró completamente aquel tono.
– Siento no haber podido verla esta vez.
– Ella no sabía que venías.
– ¿Ah, sí? ¿Por qué no se lo dijiste? ¿Lo hiciste a propósito para que no me cruzara con ella? ¿Acaso temías que notara algo raro en su comportamiento? ¿O tal vez en el tuyo?
Stephen se paró de golpe y dirigió una mirada pretendidamente imperturbable a su amigo. «¡Maldito seas, tú y tu condenada perspicacia!»
– No tengo ninguna intención de hablar contigo sobre Hayley, Justin.
Justin se detuvo y analizó atentamente a Stephen. Stephen intentó poner cara de póquer. Si ni tan siquiera él entendía lo que sentía por Hayley, ¿cómo iba a intentar explicárselo a Justin?.
– Como quieras, Stephen -dijo bajando la cabeza. Reanudaron la marcha-. Pero, como no quieres hablar conmigo sobre la señorita Albright, supongo que no te interesará conocer una curiosidad que he averiguado sobre ella.
– ¿Sobre Hayley? -preguntó Stephen incapaz de ocultar la sorpresa en su voz.
– Ajá -dijo Justin paseándose pausadamente delante de Stephen como si tuviera todo el tiempo del mundo.
– ¿Y bien? -preguntó Stephen impacientemente cuando comprobó que su amigo guardaba silencio.
– Creía que no querías hablar sobre ella.
– He cambiado de opinión-espetó Stephen. «¡Maldita sea! A veces Justin sabe sacarme de quicio.»
– Ah, bueno. En tal caso, te lo contaré. He hecho algunas indagaciones, con suma discreción, descuida, y he descubierto que el padre de Hayley los dejó en la ruina cuando murió.
Stephen frunció el ceño y miró a Justin con rostro preocupado.
– ¿Eso hizo?
– Sí. Al parecer, vendiendo su barco consiguieron reunir suficiente dinero para pagar las deudas de Tripp Albright. La herencia de la familia ascendía a menos de cien dólares en total.
– Entonces, ¿cómo se las han arreglado para sobrevivir? -preguntó Stephen sumido en la confusión-. Deben de recibir dinero de alguna parte. ¿Tal vez de la familia materna? ¿O de algún abuelo? ¿Quizá de tía Olivia?
– No lo creo -dijo Justin negando con la cabeza-. En ninguna de mis indagaciones averigüé nada semejante.
– Sé que no nadan en la abundancia, pero reciben dinero de algún sitio. Se te debe de haber escapado algo, Justin.
– Tal vez.
Paseando, los dos amigos habían llegado al establo. Tras desatar su caballo, un magnífico ejemplar castrado, Justin se subió a la silla de montar.
– Te espero de vuelta pasado mañana, Stephen. -Justin se ladeó el sombrero y guiñó el ojo a Stephen exageradamente-. Pásatelo bien en la fiesta.
Stephen observó cómo Justin se alejaba galopando y luego se encaminó hacia la casa, apretándose contra el pecho el paquete que le había traído Justin.
Estaría en Londres dentro de sólo dos días.
Debería estar ilusionado. Entonces… ¿por qué se sentía tan abatido?
Capítulo 17
Hayley entró en su alcoba más tarde aquel mismo día, y una expresión de confusión se dibujó en su rostro. «¿De dónde diablos ha salido este paquete?»
Cogiendo el paquete, que estaba envuelto con un sencillo papel de regalo, estiró de una tarjetita que había debajo de la cinta del paquete. Rompió el precinto lacrado del sobrecito y leyó la nota: «Para Hayley, con mi más profunda gratitud, Stephen.»
Stephen le había hecho un regalo.
Llevaba todo el día intentando quitárselo de la cabeza, a él y el apasionado encuentro de la noche anterior, pero él llenaba todos y cada uno de los rincones de su mente. Su sonrisa, sus ojos, maliciosos y juguetones en un momento, nublados por el deseo en el momento siguiente. El tacto de sus manos, el sabor de su boca… Hayley cerró fuertemente los ojos. Tenía que dejar de pensar en él. Pero ¿cómo?
Apretó el paquete contra su pecho, soltando un profundo suspiro. Volvió a dejar el paquete sobre la cama y desató la cinta con dedos temblorosos. Retiró el envoltorio, miró con admiración el contenido del paquete y luego levantó el vestido más bonito que había visto jamás. Metros y metros de una muselina del matiz más claro de azul imaginable caían sobre el suelo. El vestido tenía las mangas cortas y abullonadas, adornadas con cintas de color crema. El corpiño tenía un generoso escote y estaba adornado con una cinta color marfil justo debajo del busto, con un ribete de flores color crema y violeta oscuro.
Las flores eran pensamientos.
El mismo ribete de pensamientos adornaba el dobladillo del vestido, y había enredaderas de color verde claro bordadas a lo largo de los pliegues de la falda. Hayley se puso el vestido a la altura del cuello y miró hacia abajo sin creer lo que veían sus ojos. Parecía justo de su talla, la línea del dobladillo le rozaba la parte superior de sus sufridos zapatos marrones de piel.
Se deshizo rápidamente de su polvoriento vestido marrón y deslizó con reverencia aquella creación azul sobre su cabeza. El vestido le iba como anillo al dedo, como si se lo hubieran hecho a medida. Sin apenas poder respirar, Hayley se acercó al espejo de cuerpo entero que había en la esquina de la habitación.
El generoso escote dejaba al descubierto una considerable extensión de piel que la hizo sonrojar. El fino material le caía sobre los pies desde la cinta color marfil que había bajo el busto. Hayley resiguió con un dedo uno de los pensamientos bordados en el corpiño, todavía sin creerse que llevara puesto un vestido tan bonito. Se sentía como una princesa.