Stephen cortó en seco sus pensamientos. Las cosas no eran diferentes. Nada era diferente. Y él debía tenerlo presente.
Las risas se hicieron más fuertes, Callie corrió a toda velocidad hacia la casa, pero, justo antes de llegar a los escalones del patio, Hayley la cogió por la cintura y la levantó por los aires.
– ¡Te pillé! -anunció Hayley-. ¡Ya tengo a mi preciosidad! -Cubrió de besos la cara de Callie, y las risitas de felicidad de la pequeña resonaron en la estancia.
Stephen carraspeó, tanto para que ellas se percataran de su presencia como para deshacer el nudo de emoción que se le había formado en la garganta. Dos pares idénticos de ojos azul claro se giraron hacia él. Su mirada se cruzó con la de Hayley, y a él se le aceleró el pulso inmediatamente.
A Hayley se le habían subido los colores del esfuerzo y la piel le brillaba con un intenso color rosa. La mirada de Stephen descendió enseguida hasta la boca, aquella boca carnosa, seductora, que parecía hacerle señas, pidiéndole a gritos que se olvidara de dónde estaban y que la besara hasta la saciedad. Él supo que ella le había leído el pensamiento cuando se esfumó la sonrisa de su rostro y empezaron a temblarle los labios. Casi podía oírla decir: «Sí, quiero que me beses.» Casi podía notar el contacto de sus labios, el sabor de su lengua…
– ¡Señor Barrettson! -Callie se escabulló de los brazos de Hayley y corrió hasta Stephen-. ¡Estamos jugando a «pillar a la chica más guapa»! Yo soy esa chica.
Aquella dulce voz infantil rebosante de entusiasmo interrumpió la sensual ensoñación de Stephen. Él miró al radiante rostro de Callie y no pudo evitar devolverle la sonrisa.
– Ya lo creo que lo eres. Y ya veo que te han cogido.
– Esa es la mejor parte -le confió con un susurro lleno de complicidad.
La mirada de Stephen volvió a centrarse en Hayley.
– Sí, me lo puedo imaginar.
– ¿Le apetece jugar con nosotras? -preguntó la pequeña.
Antes de que Stephen pudiera contestar, intervino Hayley.
– Callie, tanto correr de aquí para allá podría lastimar el hombro o las costillas del señor Barrettson. Podrá jugar con nosotras dentro de una semana o dos, cuando esté completamente recuperado.
– Tal vez -susurró Stephen mientras le invadía una profunda sensación de melancolía.
A partir de pasado mañana, probablemente no la volvería a ver nunca más.
«Díselo. Díselo.» Pero tras contemplar el sonriente rostro de Hayley, radiante de felicidad, Stephen no consiguió hilvanar ninguna palabra.
«Luego. Se lo diré luego.»
– ¿Puedo hablar con usted a solas, Hayley?
Hayley se detuvo cuando se disponía a entrar en la casa. Stephen estaba apoyado en la barandilla del patio, un tobillo sobre el otro y los brazos cruzados sobre el pecho. La cálida brisa le había despeinado, y el sol proyectaba sutiles reflejos en su cabello de ébano. «¡Santo Dios! Se me hace un nudo en la garganta sólo con mirarlo», se dijo Hayley para sus adentros. Tras acompañar a Callie hasta el interior de la casa con la promesa de leerle un cuento después de la cena, Hayley se reunió con Stephen. Estaba a punto de sonreírle, cuando la seriedad de su mirada la paralizó.
Miró hacia abajo y se dio cuenta de que Stephen llevaba en la mano un ejemplar de Gentleman's Weekly. Tuvo un mal presentimiento, y se le puso piel de gallina.
– ¿Va algo mal, Stephen?
Él la miró con una expresión insondable.
– No sé cómo preguntarte esto más que preguntándotelo. ¿Qué relación tienes con H. Tripp?
Las palabras de Stephen hicieron temblar el suelo bajo los pies de Hayley y ella enderezó las rodillas para mantenerse en pie. Notó que se estaba poniendo lívida, pero hizo un esfuerzo para ocultar su angustia y su aturdimiento.
– ¿Qué me acabas de preguntar?
– H. Tripp, el escritor, ¿qué tipo de relación tienes con él?
Hayley empezó a darle vueltas a la cabeza, buscando desesperadamente las palabras adecuadas. «¿Cuánto sabe? ¿Y cómo diablos lo ha averiguado?» Tragándose la angustia y rezando por que su voz sonara serena, preguntó:
– ¿Y por qué crees que tengo alguna relación con él?
En vez de contestarle, Stephen abrió la revista y leyó.
… cuando nació cada uno de mis hijos, mi esposa y yo lo miramos y recordamos el momento en que lo habíamos concebido. […] Les pusimos nombres en honor al lugar donde nos habíamos amado. ¡Menos mal que ninguno fue concebido junto a un riachuelo o el pobre se habría llamado «Aguado» o «Riachuelo»!
Cerró la revista.
– Seguro que ahora entiendes mi pregunta.
Hayley notó que estaban a punto de fallarle las piernas y se dejó caer en una silla de hierro forjado. Abrió la boca con la intención de hablar, pero no le salían las palabras. Había guardado su secreto durante tanto tiempo que no sabía cómo reaccionar. Y, si Stephen se lo había imaginado, ¿cuánto tardaría el resto de la gente en averiguarlo? Si perdía su única fuente de ingresos… Entrelazó los dedos de ambas manos sobre el regazo y apretó fuertemente hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Aquello no podía ocurrir. Ella no lo permitiría. Pero, dadas las circunstancias, no tema ningún sentido intentar mentir a Stephen.
Cogiendo aire con fuerza en señal de determinación, buscó los ojos de Stephen y le miró sin pestañear.
– Yo soy H. Tripp.
Ella esperaba que su confesión molestara a Stephen o le disgustara, pero él se limitó a asentir.
– ¿Lo sabe alguien más?
– No. El editor me ha exigido que lo mantenga en el más estricto secreto…
– Con un buen motivo -la cortó él.
– Sí. -Ella miró a Stephen a los ojos en busca de alguna pista sobre sus sentimientos, pero su rostro seguía igual de impenetrable-. Cuando mi padre murió, necesitábamos dinero desesperadamente. Me negaba a obligar a los chicos a trabajar cuidando niños o como personas de compañía. Los ingresos que recibo de Gentleman's Weekly me permiten mantenerlos. -Restregó las palmas sudadas contra la falda-. Seguro que estás bastante escandalizado.
– No, no lo estoy.
Ella esperaba que Stephen dijera algo más, pero guardó silencio. Tal vez no estaba escandalizado, pero parecía bastante evidente que no lo aprobaba. Y la posibilidad de que su secreto se difundiera la llenaba de pavor.
– Espero que me hagas el favor de no contárselo a nadie. Mi medio de vida depende de que se mantenga mi anonimato.
– No tengo ninguna intención de hacer nada que pueda poner en peligro tu forma de ganarte la vida, Hayley. No revelaré tu secreto. Te doy mi palabra.
Hayley sintió un inmenso alivio y soltó una espiración que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba conteniendo.
– Gracias. Yo…
– No hay de qué. Por favor, discúlpame.
Antes de que ella pudiera decir una palabra más, Stephen abrió la puertaventana y entró en la casa. Hayley lo siguió con la mirada mientras se alejaba y se mordió el labio inferior para impedir que le siguiera temblando.
Aunque él no había dicho nada más, su brusca y fría despedida lo había dicho todo.
Capítulo 18
Aquella tarde, Stephen se pasó toda la cena mirando de soslayo a Hayley, que se sonrojaba cada vez que se cruzaban sus miradas. Él intentaba centrarse en la charla distendida que había a su alrededor, pero le resultaba imposible. Sus pensamientos deambulaban constantemente entre el sorprendente descubrimiento de que Hayley era H. Tripp y la conversación que sabía tenía que mantener con ella sobre su inminente marcha de Halstead.
Aquella noche Nathan se unió al resto de la familia y, como fue el centro de atención tras su accidente, Stephen no tuvo que hablar mucho. Y a él ya le iba bien así.