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– Pero no lo entiendo. Tú me ayudaste…

– Eso es porque eres especial -respondió el Susurrante.

– ¿Y Loki?

El Susurrante sonrió burlón.

– Bueno… El también era un tanto especial.

Maddy miró a su alrededor, esperando a medias descubrir que Loki había desaparecido. Lo había llevado a rastras hasta la puerta, de eso se acordaba. Pero después todo había sido muy confuso. ¿Había conseguido salvarlo al final?

Loki se encontraba tendido a su lado, con los ojos cerrados. Aunque se le veía pálido e inmóvil, tenía mucho mejor aspecto que su magullado equivalente del Averno. Maddy se sintió más tranquila. Si hubiera muerto, se dijo, su cuerpo no seguiría allí, y su sombra ya estaría recorriendo las estancias de Hel junto con los demás espectros de su familia.

Maddy respiró hondo.

– Creí que él era el traidor -confesó.

– Y él también -replicó el Susurrante con una sonrisa-. En realidad, no era más que un peón a mi servicio, como lleva siéndolo la mayor parte de estos últimos quinientos años. El muy iluso pensaba que yo era su prisionero, sin sospechar que era él quien se hallaba en mis manos. Sabía que intentaría engañarme, pero incluso un traidor podía ser útil para mis planes. Ya había sucedido así antes, en el Ragnarók… que, dicho sea de paso, fue obra mía en muchos aspectos.

– ¿Obra tuya? ¿Cómo?

– Yo manipulé a los dioses para que actuaran siguiendo mis planes. Tenté a los débiles, adulé a los fuertes, guié a sus enemigos, hice afirmaciones enigmáticas y alianzas secretas, entré en sus mentes y las sembré de ideas traicioneras. Odín nunca llegó a enterarse de cómo lo había engañado. Incluso cuando su propio hermano se volvió contra él, nunca sospechó del Susurrante que acechaba en la sombra. Y ahora todos ellos han vuelto a ser mis peones. Del mismo modo que lo has sido tú, querida.

Maddy escuchaba cada vez más horrorizada. Frente a ella podía ver a los ejércitos del Orden, que aguardaban silenciosos la Palabra. Le bastó con echar una mirada a su espalda para comprobar que el río Sueño estaba a punto de desbordarse: filamentos de energía mágica en bruto flotaban sobre sus aguas revueltas, y bajo sus profundidades ignotas se movían cosas extrañas. Pronto rebosaría sus orillas y derramaría sus pesadillas por las llanuras del Hel. Pero lo que se atisbaba al otro lado del río era todavía peor. El Averno se estaba despedazando. La ilusión de una fortaleza -o incluso de una isla- se había desvanecido hacía rato en aquel vertiginoso Caos. Las rocas orbitaban unas alrededor de otras flotando en un aire infestado de efémeros y de almas que revoloteaban como polillas alrededor de una lámpara.

– Así que Loki tenía razón -dijo en voz baja-. Has hecho un trato con el Orden, y eres tú quien controla a estos hombres de algún modo.

El Susurrante sonrió.

– ¿Un trato? -dijo con sorna-. Maddy, yo creé el Orden. Lo saqué del Caos después de la guerra. En aquella época yo era libre, pues los dioses estaban cautivos, así que recluté a mis discípulos entre la Gente. Ya sabes que entre ellos se encuentran inteligencias más que notables y perfectamente capaces de competir con los dioses en orgullo y ambición. Les entregué el Buen Libro, una colección de mandamientos, profecías y nombres de poder, y a cambio ellos me entregaron sus mentes. En el momento en que tus amigos lograron escapar del Averno, mi Orden había crecido hasta los quinientos miembros. Eruditos, historiadores, políticos, sacerdotes. Quinientos pares de ojos dispersos por todas partes, vinculados a mí a través de la comunión: los cimientos de un ejército que cambiaría para siempre los mundos. Poco a poco, sí, pero siempre a través de mí, de la serena voz interior del Innombrable.

– ¿El Innombrable? -repitió Maddy sin comprender.

El Susurrante soltó una carcajada seca y desprovista de toda alegría.

– Ya sabes que todo tiene un nombre. Los nombres son los sillares con los que se construye la Creación. Ahora, por fin, mi profecía se ha cumplido. Estoy a punto de convertirme en general de un ejército invasor. Diez mil hombres, todos ellos armados con la Palabra, todos incondicionales míos e incapaces de traicionarme. Con ellos puedo hacer cualquier cosa: resucitar a los muertos, reordenar los mundos. Esta vez ganaremos, no lo dudes. Y no habrá prisioneros.

La muchacha miró una vez más al Susurrante. Bajo este nuevo aspecto parecía insustancial, y sin embargo el poder de sus dedos era inconfundible. Zarcillos de encantamientos brotaban de ellos, y ella sabía que bastaría un solo toque de su bastón para reducirla a un montón de cenizas.

«¿De dónde extrae su poder?», se preguntó.

Comprendió cuál era la respuesta casi antes de terminar la pregunta. Se hallaba ante sus ojos, desplegada en ordenadas columnas sobre la llanura.

Maddy se levantó muy despacio, manteniendo la distancia entre ella y el Innombrable. De cuando en cuando volvía la mirada a la figura de Loki. Seguía tendido con los ojos cerrados y las manos entrelazadas sobre el pecho, que ni subía ni bajaba.

– Olvídalo. Está muerto -dijo el Susurrante.

– No -repuso Maddy-. No puede ser.

– Claro que puede ser. Muerto y acabado. ¡Descanse en paz!

Maddy extendió la mano para tocar el rostro de Loki. Seguía caliente.

– Pero él está aquí. -Su voz se quebró-. Su cuerpo está aquí.

– Sí, ya -dijo el Susurrante-. Pero me temo que ya no le pertenece. Verás, Hel y yo hemos llegado a un acuerdo. Vida por vida. Creo que es una ganga, la verdad.

Maddy se volvió hacia Hel, que le devolvió una mirada impertérrita. Tenía la mano viva sobre la muerta, y ambas posadas en el cronófago de su cuello. Quedaban trece segundos en el reloj.

– Has roto tu promesa -le recriminó Maddy, atónita.

– Por unos pocos segundos -respondió Hel.

– Por eso sigue aquí. Has hecho trampas. Le has robado tiempo…

– No seas infantil -dijo Hel, de mal humor-. Sólo son unos cuantos segundos. Habría muerto de cualquier manera.

– El confiaba en ti. Hablaba de un equilibrio…

Maddy estaba casi segura de que había visto ruborizarse la pálida piel de la parte viviente de Hel.

– No importa -repuso la diosa-. Lo hecho, hecho está. Gracias a tu amigo y a su serpiente, el Caos ya ha abierto una brecha en el Averno. No se puede abrir el Averno sin poner en peligro este mundo, y tal vez todos los mundos. Da igual que esté bien o mal, porque ya no se puede hacer nada. Ahora, Mímir -añadió, dirigiéndose al Susurrante en tono alterado-, te toca cumplir con tu parte del trato.

El Susurrante asintió.

– Bálder.

– ¿Bálder? -preguntó Maddy.

De modo que eso era lo que le había prometido a Hel. El regreso de Bálder… en un cuerpo viviente.

– Tenía que ser Loki -dijo Maddy en voz alta-. No podía ser yo, por ejemplo, ni cualquier otro visitante al azar, ya que de entre todos los æsir, Bálder el Bello es el único que se negaría a participar en la muerte de un inocente…

– Bien razonado, Maddy -dijo el Susurrante en tono seco-, pero por lo que sabemos, Loki no es inocente. Así que todos contentos. Bueno, casi todos, Surt se queda con el Averno y todo lo que hay en él, incluyendo a nuestros desertores, para los que supongo que tendrá planes más que interesantes. Hel logra cumplir el anhelo de su corazón. ¿Y yo? -Sonrió una vez más-. Yo consigo liberarme. Liberarme… de él.