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En el ejército, un grupo de examinadores se esfumó, mientras el resto cerraba filas para ocupar su hueco. Odín, atento al Innombrable, observó cómo su disparo atravesaba el cuerpo etéreo de su enemigo y dispersaba su energía mágica en aquella atmósfera muerta sin causarle ningún daño.

El Innombrable soltó una carcajada seca.

El río Sueño seguía creciendo más y más.

Con gesto torvo, Odín volvió a desenvainar su espada mental.

Capítulo 2

Los vanir oían hablar al Innombrable al otro lado del campo de batalla. Cada sílaba les llegaba transmitida por diez mil voces.

Yo te llamo Odín, hijo de Bor…

«Ya está empezando», pensó Héimdal. Ocho contra aquella multitud.

Dio un paso hacia la línea de hombres. Esta vez no le siguió ninguna mirada. Todos le daban la espalda y tenían los ojos fijos en el mismo lugar; Héimdal podía notar cuan profunda era su concentración. Sopló una racha de viento seco cargada de polvo, pero nadie se tapó los ojos. En el remolino de nubes negras brilló un intenso fulgor del color de la sangre fresca.

Le había dado su palabra a Odín de que no lo seguiría. Aquello le dolía, pero un juramento es un juramento. Sin embargo, ese juramento no decía nada acerca de los muertos que formaban en actitud pasiva, aparentemente abismados en sus pensamientos mientras contemplaban la lucha que se libraba junto a la orilla del río.

Héimdal percibía el poder de aquel cántico y sabía que cada palabra era como un golpe para Odín. Pensó que si podía romper la comunión de los muertos, tal vez conseguiría interrumpir aquel maldito himno, aunque fuese tan sólo por un instante.

Sacó un dardo mental de la runa Hagall y lo lanzó contra la columna más cercana.

No sucedió nada. Ninguno de los muertos cayó.

Frey se le unió, empuñando una espada mental, pero la hoja del Cosechador fue tan inefectiva como el arma de Héimdal y atravesó la línea de los muertos como si éstos fueran de bruma.

Llamó a Skadi y también a Njord, pero ni el látigo mental ni el tridente lograron nada, y las runas de fuego, de hielo y de la victoria también resultaron inútiles. Los oídos de los muertos eran sordos a las melodías más poderosas de Bragi, sus ojos eran ciegos a los encantamientos más seductores de Freya. Impertérritos, seguían recitando los nombres secretos del Padre de Todo.

Jalk, Ygg y Veratyr,

Vakr, Tror y Farmatyr.

Hérteir, Bíleyg, Oski y Gaut…

En medio de la consternación general y los ataques de la Palabra, pasaron doce versos más hasta que los vanir se dieron cuenta de que Parson y su aprendiz -por no mencionar al campesino, la mujer y la cerda- habían desaparecido.

Capítulo 3

Sabía que la batalla casi había terminado. Odín, que sangraba por más de diez heridas, había golpeado una y otra vez, pero no había conseguido infligir el menor daño al Susurrante. Al menos, sus ataques habían abierto una estrecha franja entre las silenciosas tropas del Orden; pero por cada hombre que caía, otro ocupaba su lugar, de modo que su espectral comunión no se rompía en ningún momento. El Tuerto luchaba como una rata acorralada, pero en el fondo de su corazón empezaba a convencerse de que aquella criatura era invencible.

El General se aproximaba a su fin. Cada nombre y cada verso le abrían una herida más profunda. Había agotado su energía mágica, su brazo derecho había quedado inutilizado y la espada mental era poco más que un muñón. Aunque había golpeado al Innombrable un centenar de veces, no había conseguido hacerle ni un solo rasguño.

Por el contrario, el Susurrante había ido acrecentando sus fuerzas conforme batallaban. Su aspecto se iba materializando de tal forma que, incluso ciego, Odín casi podía ver el rostro que se escondía bajo la capucha de ermitaño, la forma de su boca, la viva inteligencia que iluminaba sus ojos. Y en cuanto a sus colores, de sobra conocía aquella señal de óxido que en los bordes resplandecía con brillantes tonos naranja.

Pero aún no era la Palabra hecha carne. Odín sabía que con el aspecto actual el Innombrable sólo podía ejercer su poder aquí, en el país de los muertos, pero para conquistar los mundos necesitaba huesos, músculos, carne viva.

Una vida a cambio de otra.

Su carne. Sus huesos.

Te llamo Wotan. Vili y Ve.

– ¿Es esto lo que querías, Mímir, viejo amigo? Espero que disfrutes con ello. En cuanto a mí, me estoy cansando ya de este cuerpo.

El Innombrable respondió con una carcajada sarcástica.

– Oh, no. Tu cuerpo no me vale. Para nada. Hace cien años a lo mejor me habría servido, pero ahora está demasiado dañado. No, amigo mío: esto sólo lo hago por divertirme… y porque me gusta saldar viejas deudas.

Enarboló el bastón para atacar de nuevo. Odín se apartó rodando sobre sí mismo, ignorando el dolor lacerante de su hombro herido.

– Entonces, ¿en quién estás pensando? -preguntó-. Por si no te has dado cuenta, éste es el país de los muertos.

Y entonces, de repente, lo comprendió.

Una vida por otra.

Sin un cuerpo, o tan siquiera una cabeza, aquel ser nunca podría abandonar el Inframundo. De modo que, si quería conquistar todos los mundos…

Una vida por otra.

La vida de Maddy.

Ahora, al comprender el plan del Innombrable, atacó con ciega rabia y desesperación a la criatura que bailaba fuera de su alcance. Clavó una rodilla en el suelo…

El Innombrable detuvo su golpe sin ningún problema.

– Así que eso es lo que querías desde el principio -jadeó Odín, mientras atacaba de nuevo-. Reencarnarte, reconstruir Ásgard y gobernar tú solo. Convertirte en Modi, robarle su energía mágica para crear la tuya y cumplir la profecía que tú mismo debías hacer.

– Al fin te das cuenta -dijo el Innombrable-. Siempre has sido un poco lento. Bien, viejo amigo, ya sabes lo que dicen. Nunca confíes en un oráculo.

En el Libro de las Invocaciones había treinta y tres versos con los nombres de Odín el Padre de Todo y en esos momentos ya habían llegado al final. Diez mil voces recitaron los dos últimos versos.

Te nombro a ti, Guerrero, Tuerto y Vagabundo.

Tales son tus nombres y tal eres tú…

Y entonces, por fin, el General se desplomó sobre la arena, derrotado.

Capítulo 4

Ahora Maddy había escuchado la profecía. «Hablo cuando es mi deber», había dicho el Oráculo. Y aunque los había desorientado, revelándoles verdades parciales para engañarlos y retrasarlos, ella sabía que un oráculo no podía mentir.

Veo un barco funerario en las costas del Hel

y, con el perro a sus pies, al hijo de Bor en él…

Aun así, mientras contemplaba a aquellos dos adversarios tan terriblemente disparejos, Maddy no había llegado a perder la convicción de que, de algún modo, tenía que suceder algo que decantara la batalla a favor del Tuerto. Tal vez un giro inesperado de los acontecimientos, como ocurría en sus relatos favoritos.

Pero todo había terminado. Su amigo yacía boca abajo en aquel suelo gris, y sus colores se veían tan desvaídos que pensó que probablemente estaba muerto.

«No, tú no», sollozó. Se quitó de encima la mano de Bálder y corrió por la arena salpicada de sangre hasta donde yacía Odín. El Innombrable se alzaba sobre ellos con el bastón rúnico en alto y el semblante iluminado en un gesto de triunfo, pero Maddy apenas reparó en él.

Se arrodilló y tocó el cabello del Tuerto. Todavía seguía con vida.