El Innombrable profirió un alarido de rabia. Privado de su víctima, se encontró de pronto dentro del cuerpo del hombre equivocado, alguien que no poseía energía mágica ni estaba adiestrado, y al verse así actuó sin contención ni raciocinio. Su primer impulso fue aniquilar al intruso, y el segundo regresar a la seguridad de su receptáculo original…
…Pero la cabeza de piedra en la que había morado desde el principio de la Era Antigua ya no estaba allí. El Innombrable volvió a aullar, esta vez de desesperación. Sabía que sin un recipiente adecuado tan sólo sería otra alma en aquel mundo, propiedad y esclavo de Hel. Sin su caudillo, su ejército se desperdigaría como el polvo que era, y no podría cumplir su grandioso plan. Los diez mil guerreros hicieron eco a su grito cuando el Innombrable concentró todas y cada una de sus partículas de energía mágica en un objetivo desesperado y vital.
Poseer a la chica. De una vez por todas.
Fue en ese momento cuando el río se desbordó. Finalmente la Palabra, desatada y sin control, multiplicada por diez mil voces y disparada contra la brecha que se abría entre los mundos, había demostrado que era irresistible.
– ¡Todavía no, todavía no! -gimió la criatura que antaño fuera el Antiguo de los Días cuando el río Sueño se precipitó hacia ellos barriendo el desierto como un maremoto.
Ethel Parson sabía lo que eso significaba. Ignoraba cómo, pero lo cierto era que sabía que la única esperanza de los Nueve Mundos se hallaba al otro lado del río, y que casi no les quedaba tiempo.
Bolsa lo oyó y soltó la cabeza antes de cambiar de dirección y correr en sentido contrario con tanta velocidad como antes.
Odín lo oyó y pensó: «Por fin».
En la explanada, los vanir lo oyeron y se prepararon para recibir el Fin de Todas las Cosas.
En el Averno, los æsir también lo escucharon, mientras la sombra del pájaro negro empezaba a descender una vez más sobre ellos. Aferrados todavía a aquel saliente de roca, el único fragmento de materia sólida que quedaba ante sus ojos, sintieron cómo el Caos se aproximaba como un viento negro y aullante. Retrocedieron de nuevo, sin dejar de arrojar relámpagos mentales contra la tenebrosa boca de aquella criatura, hasta que se vieron literalmente empujando contra la puerta que separaba un mundo de otro y sintieron su áspero tacto en la espalda.
«Esta maldita puerta debería cobrarme alquiler a estas alturas», pensó Loki cuando de pronto la entrada se abrió y él cayó dando tumbos y de espaldas al otro lado.
El ojo vivo de Hel se abrió de golpe para posarse sobre las manecillas del cronófago, y al ver que empezaban a moverse una vez más comprendió de súbito lo que pasaba. Apenas le dio tiempo a lamentarse: «Dioses, ¿qué he hecho?», cuando el maremoto golpeó y todo el desierto quedó sumergido bajo el Sueño.
Capítulo 6
El mundo de Sueño no es del todo un mundo, sino más bien un cúmulo de todos los mundos posibles. Un lugar donde las masas terrestres van y vienen con tanta facilidad como bancos de arena en los rápidos de un río y nada es nunca lo que parece.
Tampoco el río en sí es en realidad un río. Por mucho que presente a la vista medidas fluviales, como longitud y anchura, lo que corre a lo largo de su curso es extrañamente volátil. Luminoso, mercurial, casi vivo, listo para tomar nueva forma cada vez que toca un pensamiento descarriado.
En Sueño existe poco sentido de la distancia, de la escala o del tiempo. El territorio de Sueño es rigurosamente neutral, igual que el de Muerte. Existe asimismo en el Orden y en el Caos, y en él no se aplica ninguna ley, o se aplican todas a la vez. Como el Averno, está más allá de todas esas cosas, y es diferente para cada criatura que cae bajo su influencia.
Aquí, en sus fuentes, puede ser mortal.
Loki cayó en un sueño de serpientes y se hundió luchando con ellas y esforzándose por respirar.
Tor tuvo una pesadilla en la que se encontraba completamente desnudo en una importante función, durante la cual una hermosa mujer con flores en lugar de ojos y dos bocas plagadas de colmillos de carnívoro recitaba un diálogo en un idioma que él no entendía, pero al que se suponía que debía responder.
Frig soñó con una mujer que no era joven ni hermosa, aunque sí cariñosa, y que poseía una fuerza tranquila. Llevaba una simple bata hecha en casa, y tenía una mejilla arañada y sucia. La mujer se levantó la manga y la Madre de los dioses vio energía mágica en su brazo. Todavía era débil, pero cada vez se veía más clara. Frig extendió la mano…
Maddy soñó con una roca flotante, y al encaramarse a ella entró en otro sueño. Se encontraba de vuelta en Malbry, en la colina del Caballo Rojo, y las aulagas de sus laderas estaban en flor. Sentado junto a ella vio al Tuerto. No era Odín, sino el viejo Tuerto tal como lo había conocido la primera vez, y volvía a mirarla con su peculiar sonrisa.
– ¡Tuerto! -gritó Maddy aliviada.
De repente cayó en la cuenta de que todo lo acaecido durante los últimos días había sido otro sueño, una pesadilla de la que acababa de despertar, pero cuando le tendió los brazos a su viejo amigo, él estiró una mano para evitar que se acercara.
«Ten cuidado -la previno-. Aquí estás a salvo. Pero si te encuentras con alguien, no le toques si quieres seguir siendo tú misma. Hoy se ven cosas muy raras flotando en el aire».
Maddy dijo:
– He soñado que estabas muerto.
El Tuerto se encogió de hombros.
«No sería la primera vez. Ahora tengo que irme. He prometido asistir a una cosecha en Pog Hill.»
– Pero volverás, ¿a que sí? -preguntó Maddy
«Sí, entre Beltane y el mes de la Cosecha. Búscame entonces…, en tus sueños».
Odín soñó con su hijo Tor. Era consciente de que se trataba tan sólo de un sueño, y sin embargo le vio de forma vivida. Se sumergió bajo la superficie y se encontró sentado a la sombra de un árbol en Ásgard, cuando éste aún existía, y veía pasar las nubes. Odín todavía conservaba ambos ojos, Loki no había caído en desgracia (al menos, no demasiado), y Maddy, aunque aún no había nacido, también estaba allí. Además vio a Frig, a Erda -la madre de Tor- y al propio Tor, todos ellos con el mismo aspecto que tenían quinientos años antes.
«Eso es porque estás muerto, padre», dijo Tor, como si le hubiera leído la mente.
«¿Muerto? -inquirió Odín-. Pero si esto es…»
«Considera los hechos -repuso Tor en tono amable-. Tus ojos, este lugar, nosotros. ¿Qué otra explicación puede haber?»
«Bueno, puedo estar soñando», repuso Odín.
«Tú siempre fuiste un soñador», respondió Tor.
Al sumergirse más en las profundidades de aquella visión onírica, a Odín le pareció oír la voz de Loki, que gritaba pidiendo auxilio. Comprendió que éste se encontraba dentro de otro sueño que lo estaba matando.
«Tengo que ayudarle», dijo Odín.
«Déjalo -repuso Tor-. Merece morir».
«Él te rescató del Averno», le recordó Odín.
«¡Sólo nos liberó para salvar su propio pellejo!»
Odín se dijo que ese argumento sonaba típico. Desde el principio de la Edad Antigua, Loki ayudaba a los dioses a solucionar los problemas que él mismo provocaba. Sin embargo, ¿acaso no lo sabía Odín desde el principio? Y, en su arrogancia, ¿no había estado siempre demasiado dispuesto a culpar a Loki de sus propios errores?