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Maddy despertó sollozando en la otra orilla del río Sueño, pero no podía recordar exactamente el motivo del llanto.

Frig se encontró dentro del cuerpo de una mujer que a primera vista le había parecido vulgar y entrada en años, pero gracias a la runa Ethel, que despedía destellos desde su brazo, tanto su vulgaridad como su edad se convertían en virtudes muy superiores a la más espectacular de las bellezas.

Al volver en sí, Dorian Scattergood descubrió el signo de Thuris grabado en su brazo derecho, que estaba abrasado. Ethel lo contemplaba con expresión de curiosidad en su cara; una cara que ya no era del todo la suya, pero que no obstante irradiaba belleza y amor.

– Tor -dijo, y extendió la mano para tocarle.

Cuando Adam Scattergood despertó, se encontraba perfectamente normal…, salvo por la diminuta vocecilla que susurraba y gemía dentro de su cabeza.

El valiente Tyr descubrió al despertarse que medía casi un metro menos que antes.

Bolsa se encontró apretando a Lizzy la Corda entre ambos brazos como un poseso. Durante un instante se miraron perplejos el uno al otro. Después, la cerda enana dio un chillido de rabia, mientras en torno a ella empezaba a materializarse un aspecto: el de una mujer de silueta torneada y llena de curvas, con cabello trigueño y un gesto de furia e incredulidad en el rostro.

Sif, la Reina de la Cosecha, despertó en tal estado de cólera que, de haberse manifestado en las Tierras Medias, habría derribado árboles, arruinado cosechas y marchitado todas las flores hasta Finismundi, pero el caso es que allí no había árboles ni flores. La diosa profirió un chillido tan agudo que, si hubiese tenido una copa delante, la habría hecho añicos.

– ¿Un cerdo? ¿Me has traído de vuelta como un cerdo apestoso?

Loki despertó en su propio cuerpo y se rió hasta que le dolió el estomago. Y…

– ¡Hombres! -siseó Hel.

Y cerró los ojos, mientras a su alrededor los muertos volvían al polvo para reposar en silencio durante otra larga era.

Capítulo 7

En silencio, Maddy dejó vagar los ojos por las marismas del Hel.

Aún estaban llenas de materia onírica, que tenía el mismo aspecto que los pecios y algas que pueden verse a la orilla de cualquier río o de cualquier mar, pero a nadie del pequeño grupo que se había congregado junto a la ribera del Sueño se le ocurrió acercarse para examinar los brillantes fragmentos, las rocas que no eran tales ni los seductores efluvios que habían quedado detrás.

Los vanir se habían unido a ellos desde su posición estratégica en el corazón del desierto. Durante un rato habían discutido sobre lo sucedido, pero en general no habían alcanzado ninguna conclusión. Skadi estaba especialmente resentida, ya que Odín se encontraba ya fuera del alcance de su venganza, y en cuanto a Loki…

– Básicamente, lo que me estáis diciendo es que no se me permite matarle -dijo por cuarta vez.

Ya había mantenido esta misma discusión con Njord, Freya y Bragi, y ahora el turno de aplacarla le correspondía a Héimdal, puesto que ninguno de los demás lo había conseguido.

Héimdal sonrió mostrando sus dientes de oro.

– ¿Por qué? -preguntó la Cazadora-. ¿Porque ha salvado al mundo? Si ése es tu pretexto…

– No lo es -intervino Idún, con una voz más terrenal de lo habitual en ella, lo que pilló a Skadi por sorpresa-. No puedes matar a Loki -resumió- porque Bálder quería que viviera.

Tras un prolongado silencio, Skadi se extrañó:

– ¿Bálder?

Idún asintió.

Se produjo otro silencio. Durante ese rato, Idún observó con cierta extrañeza que los ojos de hielo de Skadi parecían ligeramente empañados. No era ningún secreto que en vida Bálder era un auténtico rompecorazones, pero…

– ¿Bálder quería que viviera? -repitió Skadi con voz titubeante.

– Ha sacrificado su vida por él. Por todos nosotros -respondió Idún.

Hubo otra larga e incómoda pausa.

– Es lo más ridículo que he escuchado en mi vida -dijo Skadi-. Seguro que lo próximo que se te ocurre es que ahora Loki está al mando.

– Bueno… -respondió Idún-. Oficialmente, como lugarteniente del General…

– ¡Que me aspen! -gruñó la Cazadora.

Dejó caer su látigo mental y se alejó arrastrando los pies por la arena.

Adam contemplaba todo aquello desde la distancia. Para su propia sorpresa, no tenía miedo. Pensó que tal vez los acontecimientos de los últimos días lo habían curado para siempre de sus temores. Pero sus ojos miraban con odio, estrechos como dos rendijas, mientras su cuerpo enjuto se acurrucaba tras un peñasco a cierta distancia del lugar donde se habían congregado los dioses.

Nadie le había prestado atención, ni le habían llamado ni buscado. De hecho, ni siquiera habían reparado en su ausencia.

«Eso está bien», se dijo Adam. Si tomaba el ancho camino que atravesaba la llanura, podía desaparecer de la vista mucho antes de que alguien recordase que había estado allí.

Se movió con rapidez y con una seguridad peculiar, a diferencia del Adam Scattergood que había salido de Malbry media vida antes. Al acordarse de ese Adam lo hacía con cierto desprecio: el chico que tenía miedo a los sueños. Ahora había renacido como un hombre, quizás incluso el Último Hombre, y era consciente de la gran responsabilidad que eso suponía. Llevaba una llave dorada en una mano, y la mantuvo bien cerrada mientras arrancaba a correr con rapidez y siempre pegado al terreno por la vasta e incolora llanura del Hel. En su mente, una vocecilla seguía susurrando y adulando, prometiendo:

¿Mundos?

Los muertos se apartaban a su paso, lo cual no le sorprendió en absoluto.

Mientras, Maddy intentaba asimilar cuanto había acaecido. Por si no fuese bastante difícil creer que habían sobrevivido, aún tenía que aceptar a los cuatro recién llegados del otro lado del río, los æsir, que estaban entre ellos en aspecto.

Tor el Tonante, que a la vez era Dorian Scattergood. Frig la Madre, que en tiempos había sido Ethel Parson. Sif la de lustrosos cabellos, la Reina de la Cosecha, cuyo sello Ár aparecía repetido en la panza de una cerdita enana. Y finalmente Tyr, que había dejado de ser el Manco, pero que parecía tener problemas con su anfitrión.

– ¡Yo no puedo ser Tyr! -protestó La-Bolsa-o-la-Vida-. Éste es Tyr el Bravo, Tyr el Guerrero. Vamos a ver, ¿tengo yo pinta de guerrero? Es un maldito error. Me habéis confundido con alguien valiente.

– Porque te has comportado como un valiente -dijo Maddy-. Has robado la cabeza de Mímir.

– ¡No pretendía hacerlo! -dijo Bolsa, alarmado-. ¡Fue el Capitán quien me obligó! ¡Es a él a quien debéis buscar, no a mí!

A su alrededor y sobre él, el aspecto del guerrero se erguía en toda su estatura, y sus colores, un rojo vibrante con matices de oro de trasgo en los bordes, destellaban con fiereza. En la palma de la mano izquierda ardía una runiforma: Tyr invertida, brillante como la sangre.

– ¡Quitádmela! -exigió Bolsa mientras extendía la mano.

La Madre sonrió.

– No es tan fácil.

– ¡Pero es que ya no soy yo mismo! -gimió aquel reticente guerrero.

– Claro que lo eres -respondió Maddy con dulzura-. Aunque lleves su aspecto, siempre serás tú. Del mismo modo que yo seguiré siendo Maddy Smith, aunque al mismo tiempo seré Modi, hija de Tor. Piensa en ello, Bolsa. Has hecho algo maravilloso. Todos vosotros lo habéis hecho -dijo.