Detrás de ella, Nat observaba hipnotizado. La puerta permanecía abierta, apenas a dos metros, y sabía que debía aprovechar su oportunidad para huir antes de que los demonios repararan en él, pero aquellos seres ejercían sobre él una terrible fascinación y el hechizo subyugante de los mismos le retuvo allí.
Resultaba obvio que eran los videntes. Lo había adivinado de pronto, en cuanto el examinador lanzó la Palabra. «Esto es lo que los hace ser dioses -pensó excitado-, el Pueblo de los Dioses o demonios; y con ese poder, ¿a quién le importa?»
Ahora los tres videntes se enfrentaban entre ellos. Para Nat tenían el aspecto de columnas de llamas de color zafiro, violeta e índigo. Se preguntó cómo era posible que pudiera seguir viéndolos cuando el examinador estaba ya muerto, y recordó el momento del contacto entre él y el Bárbaro, el momento en que había mirado dentro de los ojos del hombre y había visto…
¿Qué era, exactamente, lo que había visto?
¿Qué era, exactamente, lo que había oído?
Los videntes estaban discutiendo. El párroco entendió vagamente el porqué: la mujer de hielo quería matar al hombre pelirrojo, y el Bárbaro, que no era ningún bárbaro sino algún tipo de señor de la guerra para los videntes, quería detenerla.
– Ten cuidado, Odín -le advertía ella en este momento, en voz baja-. Dejaste tu soberanía en la Fortaleza Negra. Ahora no eres más que otro nombre del pasado agotado con delirios de grandeza. Déjame pasar o te partiré en dos ahí justo donde estás.
«Y ya lo creo que lo haría», pensó Nat Parson. Esa cosa que llevaba en la mano estaba en plena explosión de furia. El Bárbaro, sin embargo, no pareció conmovido. «Está tirándose un farol», pensó Nat; desde luego, si fuera él, tampoco habría considerado la idea de moverse.
– Es tu última oportunidad -insistió ella.
Y entonces algo que parecía como un pequeño fuego artificial de gran intensidad y poder espectacular pasó a toda velocidad sin hacer ningún ruido sobre la cabeza de Nat y golpeó a la mujer en la parte más estrecha de la espalda, echándola bruscamente en brazos del Bárbaro.
Nat se dio la vuelta y vio al recién llegado, que aparecía envuelto en un fabuloso resplandor de luz roja y dorada. «Una mujer -pensó-, no, una niña», envuelta en una chaqueta masculina y una camisa artesanal, con el pelo suelto, los brazos extendidos y una esfera de fuego en cada mano.
«Por las Leyes -pensó-, ésta hace parecer a los otros velas de a penique», y entonces captó la imagen del rostro de la chica y soltó un ronco grito de incredulidad.
– ¡Es ella! ¡Ella!
Durante unos segundos Maddy se le quedó mirando, con los ojos llenos de luces danzantes. El párroco casi se derrite y después ella pasó por su lado sin despegar los labios. La primera cosa que hizo fue comprobar el estado del Bárbaro.
– ¿Te encuentras bien?
– Estaré mejor luego -contestó Odín-, pero me he quedado sin energía mágica.
Ahora Maddy se agachó al lado de la Cazadora herida y la encontró con vida, pero aún inconsciente.
– Vivirá -comentó Odín, adivinándole el pensamiento-. Ya sabía yo que esas habilidades tuyas terminarían siendo algún día de utilidad.
Loki, que se había tirado al suelo en el momento en que el rayo mental había sido disparado desde la puerta, ahora se quitaba el polvo haciendo gala de una gran despreocupación y le dedicó a Maddy una amplia sonrisa torcida.
– Llegaste justo a tiempo -asintió-. Ahora vamos a deshacernos de la Reina del Hielo… -espetó al tiempo que alzaba la mano y empezaba a digitar Hagall, la Destructora.
– No lo hagas -replicaron Maddy y Odín a la vez.
– ¿Qué? -inquirió Loki-. En el momento en que se recupere saldrá detrás de nosotros.
– Si la tocas -repuso Maddy, digitando Tyr-, seré yo quien vaya detrás de ti. Y en cuanto al resto de vosotros -añadió, volviéndose hacia Nat y los otros dos-, creo que ya ha habido bastante violencia por aquí. No quiero ver nada más.
Miró a Jed Smith, que la observaba con horror, y su voz tembló, pero sólo una vez.
– Lo siento, papá -le dijo con tono dulce-. Hay demasiadas cosas que no te puedo explicar. Yo… -Hizo un alto en ese momento, consciente del absurdo de intentar explicarle que la hija que él había conocido durante catorce años se había convertido en una completa extraña-. Cuídate mucho -dijo, al final-, y cuida de Mae. Yo estaré bien. Y vosotros -prosiguió, dirigiéndose hacia Nat y Audun Briggs- más vale que os vayáis. No querréis estar aquí cuando Skadi se despierte.
Eso fue suficiente para los tres hombres. Se marcharon con prisa y sólo Jed osó volver la vista atrás para mirarlos de reojo antes de desvanecerse en la noche.
Loki hizo ademán de seguirlos.
– Bueno, gente, si eso es todo…
– No es todo -replicó Odín.
– Ah -siguió Loki-, mira, viejo amigo, no es que no aprecie la reunión. Quiero decir, ha pasado mucho tiempo y todo eso, y es estupendo que las cosas te hayan ido bien y tal, pero…
– Cierra el pico -soltó Maddy.
Loki se calló.
– Y ahora escuchadme los dos.
Y ambos atendieron.
Capítulo 11
La-Bolsa-o-la-Vida estaba fracasando en su intento de sofocar la rebelión desatada en los túneles del subsuelo de la colina del Caballo Rojo. La ausencia del Capitán y la crisis creciente del Ojo del Caballo habían terminado por generar un ambiente levantisco. Bolsa era consciente de que el asunto se le había ido de las manos y sólo la convicción de que el Capitán seguía con vida y además era perfectamente capaz de culparle a él solo por todo aquel lío hizo que no se uniera en el pillaje a la turba, que recorría el lugar haciendo estragos y destruyéndolo todo a su paso.
– Sólo te lo diré una vez -le contaba su amigo Pepinillo-al-Viento-, cuando regrese y se encuentre este follón…
– ¿Y cómo va a volver? -le interrumpió un trasgo llamado Capaz-y-Tenaz-. El Ojo está cerrado y han invertido la entrada. Vamos a tener que ponernos a hacer túneles como conejos para poder salir al Supramundo, y cuando consigamos salir, habrá guardias, partidas y vete a saber qué por todos lados. Yo digo que hagamos el equipaje, nos llevemos lo que merezca la pena llevarse y saquemos a los demás de aquí mientras aún sea posible.
– Pero el Capitán… -protestó Bolsa.
– Que se pudra -replicó Capaz-y-Tenaz-. Diez a uno a que está muerto, de todas maneras.
– Hecho -repuso Pepinillo, oliéndose una apuesta.
Bolsa parecía nervioso.
– Realmente no creo que… -comenzó.
– ¿Ah, no? -le interrumpió Capaz, sonriente-. Bueno, te doy una ventaja, para que lleves la delantera. Un barril de cerveza a que está muerto, ¿de acuerdo?
– De acuerdo -afirmó Pepinillo, chocándole la mano.
– De acuerdo -dijo Bolsa-, pero…
– De acuerdo -añadió una voz agradable, y bastante familiar, detrás de ellos.
– Ah -se le escapó a Bolsa, mientras se daba la vuelta lentamente.
– Eres La-Bolsa-o-la-Vida, ¿no? -le espetó Loki.
Bolsa hizo un sonido estrangulado de protesta.
– Justo eftábamos hablando de vos, Capitán, señor, y justo eftábamos diciendo que folferíais a tiempo… ¡Ejem!… A tiempo de jasegurarnos que todo estafa preparado y para janticiparnos vuestras órdenes, y nosotros… ¡Ejem!
– Bolsa, ¿te has resfriado? -comentó Loki, simulando una falsa preocupación.