Выбрать главу

Loki se encogió de hombros con desprecio. «Ya me han roto los huesos con palos y piedras…»

«Allí te tratarán peor que en la Fortaleza Negra.»

«Primero tendrán que atraparme», replicó Loki.

«Oh, claro que lo harán», insistió el Susurrante.

Después de aquello, prosiguieron su viaje sin decirse ni una palabra.

Capítulo 9

Entretanto, en el Trasmundo, Odín el Tuerto se despertó al fin. El tiempo y las privaciones sufridas en la cárcel le habían debilitado y a pesar de que sanaba con gran rapidez de las heridas, necesitaba de más tiempo para recuperar su energía mágica. El resultado había sido que no descubrió la desaparición de Maddy y Loki hasta bien pasado el mediodía.

Nadie parecía saber adonde habían ido; desde luego, los trasgos no, porque éstos en ausencia del Capitán parecían haber perdido cualquier tipo de control si es que alguna vez habían tenido alguno, y estaban abandonando la colina del Caballo Rojo en estampida, llevándose todo el botín que eran capaces de acarrear.

Interceptó e interrogó a un buen número de estos fugitivos, pero apenas logró sacar nada en claro de sus palabras. Los rumores corrían como gansos salvajes. Se decía que el Orden estaba invadiendo la colina, que se había alzado el Innombrable, que el Fresno del Mundo había caído, que Surt el Destructor había venido desde el Caos y que estaba ya de camino para devorar el mundo.

También había otros rumores aún más plausibles: que el Capitán había muerto (Odín ubicó la posibilidad en el apartado de las ilusiones), que el Trasmundo había sido invadido, que había comida, cerveza y tesoros para todos los que se acercaran. Esto último al menos era bien cierto, como pronto descubrió Odín al entrar en los almacenes de comida, aunque la mayoría de los trasgos que encontró allí estaban demasiado bebidos para que tuviera sentido lo que dijeran.

Por contraste, en el Supramundo reinaba una calma ominosa. Las máquinas excavadoras yacían abandonadas en el Ojo abierto; en los campos iba y venía poca gente. Era como si fuera domingo, pero las campanas de la iglesia estaban enmudecidas e incluso los granjeros, que tenían muchas razones para estar ocupados, parecían haberse olvidado de sus quehaceres agrícolas. Observó el mundo a través de la runa Bjarkán y se preguntó a qué se debía esta extraña tranquilidad. Los gansos salvajes sobrevolaban la colina y las nubes de tormenta se acumulaban, bien hinchadas, sobre el valle del Strond.

Algo se agitaba, podía sentirlo con toda claridad. Se percibía un estremecimiento que llegaba hasta el Trasmundo, vibrando en los huesos y soplando a través de los umbrales. Tenía voz -en realidad, más bien siete voces- y Odín no necesitaba apelar a la visión verdadera ni a oráculo alguno para saber desde dónde soplaba ese viento.

Los Durmientes.

«Bien -pensó-, era inevitable». Una vez que se había despertado Skadi, que los demás lo hicieran también era simplemente una cuestión de tiempo. Y sin el Susurrante no podía tener la certeza de lo que sabían o de lo que estaban planeando. ¿Tenían ya al Susurrante? ¿Eran ellos los responsables de la desaparición de Maddy? ¿Y dónde estaba Loki? ¿Estaba vivo todavía? Y si así era, ¿a qué estaba jugando?

Era retorcido, claro, eso no había ni que decirlo, pero la única cosa de la que Odín estaba todavía seguro era de que los vanir se opondrían a cualquier pacto que implicara alguna forma de colaboración con el Embaucador. Y tendría que aproximarse a ellos con la máxima cautela si Skadi los había convencido de que Loki y él andaban juntos en esto.

Y debía acercarse a ellos si quería encontrar respuestas a sus preguntas.

Clavó la mirada en el Ojo del Caballo y allí encontró su llamamiento en forma de un cuervo de cabeza blanca que portaba un mensaje. Se posó en la piedra grande que había en lo alto de la colina, bajó la cabeza y habló:

Crack.

Al Tuerto le gustaban los cuervos y conocía su lenguaje a raíz de las muchas veces que había adoptado su forma. Se acercó al pájaro, y se aseguró a través de la runa Bjarkán de que realmente era un cuervo común y no uno de los vanir en su aspecto de pájaro.

Vanir, dijo. Parlamentar. Sin trampa.

El Tuerto asintió.

– ¿Dónde? -preguntó.

En la casa del párroco.

– ¿Cuándo?

Esta noche.

Un Odín pensativo dejó caer un puñado de sobras para el cuervo, que batió las alas hasta posarse en el suelo y comenzó a picotear la comida. «Sin trampa», habían dicho, pero la casa del párroco parecía un sitio bien extraño para encontrarse, como sí estuvieran pensando en aliarse con la Gente, y hoy por hoy, como él bien sabía, ni siquiera se podía confiar en los viejos amigos.

«Malditos fueran, malditos». Se estaba haciendo demasiado viejo para la diplomacia. Sentía arder todavía los hombros del disparo del arco de Jed Smith. Estaba preocupado también por Maddy, sospechaba de los vanir y se sentía penosamente debilitado por el poder de la Palabra.

La Palabra. Oh, él había sabido de su existencia ya muchos años atrás, pero nunca había sufrido los efectos de la misma en sus propias carnes. Ahora que había ocurrido, la temía más que nunca. Un simple examinador le había hecho sangrar hasta dejarlo inerme. Un hombre, ni siquiera un magistrado, había estado a punto de quebrar su mente.

«Imagina un ejército dotado con la Palabra». El Libro del Apocalipsis no parecía ahora tan lejano una vez que había visto las posibilidades de la Palabra. Y el Orden era fuerte, tanto en sus objetivos como en número, mientras que él y los suyos estaban dispersos y andaban enfrentados unos con otros, pero ¿qué podría hacer él, o incluso cualquiera de ellos, contra el Innombrable? Solo, quizá podría conseguir un indulto de unos cuantos años, incluso diez o doce si tenía suerte, antes de que el Orden le cazara. Juntos, aunque se las arreglara para ganar de nuevo la confianza de todos los vanir, ¿qué podían esperar, sino una derrota?

«Quizás el examinador tenía razón -pensó-. Quizá mi tiempo ya ha pasado». Pero aun con todo, la idea no le llenó de la desesperación que debía haber esperado. En vez de eso, fue consciente de una extraña sensación, una especie de aligeramiento del espíritu y en ese instante reconoció el sentimiento. Lo había sentido antes, en los días previos al Ragnarók, cuando los mundos colisionaban entre sí y las fuerzas del Caos aguardaban su turno. Era la alegría del jugador que arroja su última moneda. La certeza de que todo está por ganar o perder al darle la vuelta a una carta.

«Bien, ¿y qué ocurriría? -se dijo a sí mismo-. ¿Un indulto de unos cuantos años o una muerte misericordiosa? ¿Una esquirla de esperanza o un rayo procedente del cielo?»

Tenía pocas posibilidades a su favor, eso ya lo sabía. Los vanir no confiaban en él, Skadi había jurado vengarse de él, Loki había huido, Maddy había desaparecido, al igual que el Susurrante, la colina estaba abierta y la Gente iba tras su rastro. Y sin el Oráculo, la probabilidad de hablar, engatusar, negociar o directamente mentir para conseguir la obediencia de los vanir era muy pequeña.

Pero Odín era un jugador profesional. Le gustaba tener la suerte en contra porque le permitía apelar a su sentido del drama, de modo que cuando el sol estaba a punto de hundirse en el Oeste, recogió una vez más su bastón y su vieja mochila maltrecha y comenzó a descender por la colina del Caballo Rojo.

Capítulo 10

Nat Parson había podido dormir una vez que se marchó Skadi, exhausto tras la tarea nocturna, pero el sueño no había sido reparador, puesto que se había visto alterado de vez en cuando por pesadillas irritantes e incómodas que le habían dejado insatisfecho y con los nervios de punta.