Un largo periodo había transcurrido desde que tuviera tiempo o ganas de crear un arma nueva y ésta, por lo que sabía, debía ser infalible. Grande no, eso no, pero cada hebra debía estar sujeta con runas de ocultación. Debía ser un arma elegante e indetectable.
Tal vez habría podido diseñar una camisa, o incluso una capa, si hubiera tenido un plazo mayor, y haber puesto en cada puntada runas de hielo y veneno, pero iba corta de tiempo, por lo que en vez de eso hizo un pañuelo pequeño, ribeteado con una cinta tan fina que apenas podía verse siquiera, y tan intrincada que los hechizos de la urdimbre y la trama quedaban ocultos entre los nudos de pescador y las flores bordadas. Era también tan letal que un simple ensalmo bastaba para desatar su poder. Y allí, con un alfabeto sencillo y claro, colocó la runa Fé.
Freya.
Skadi estaba encantada. Por lo general desdeñaba los trabajos hogareños con la aguja, pero como buena hija del Pueblo del Hielo los había aprendido a pesar de todo. Dobló cuidadosamente el pañuelo diminuto y lo colocó en un cajón del elegante escritorio. Los vanir llegarían antes de la caída del sol. Sonriendo, la Cazadora se sentó a esperar su llegada.
Odín los vio acercarse desde el punto ventajoso en el que se había apostado bajo unos cuantos árboles a menos de un kilómetro del pueblo de Malbry. Ya eran las seis de la tarde y podía ver sus firmas moviéndose en el campo contra los restos del crepúsculo, formando un arco en el cielo humeante. Los colores de Skadi no estaban entre ellos, pero era posible que estuviera escondida en una emboscada cerca del grupo y que los estuviera usando como un cebo para atraerle. No había signos de Loki y Maddy y tuvo que admitir en este momento la esperanza tan grande que había albergado de verlos.
Lanzó Yr y se escondió detrás de un seto. Allí estaban el Cosechador, el Vigilante, el Poeta, la Sanadora, el Hombre del Mar y por último la diosa del deseo, que los seguía desde lejos. ¿Por qué habían escogido venir a pie? ¿Qué asunto tenían entre manos en la casa parroquial? Y exactamente, ¿cuánto era lo que sabían?
Intentó detectar al Susurrante usando la runa Bjarkán, pero no había rastro de él, ni siquiera había llegado a escuchar su voz, lo cual no quería decir que ¡no estuviera allí. Se acercó más a ellos siguiendo el seto a lo largo y dio la vuelta tras el pequeño grupo de modo que no les daba oportunidad alguna de que le vieran. Se sentía mal por ocultarse de este modo, pero el mundo había cambiado y ni siquiera se podía confiar del todo en los viejos amigos.
Njord estaba hablando en ese momento.
– Ya sé que ella es imprudente… Incluso casi un poco salvaje…
– ¡Un poco salvaje! -intervino Freya, con su largo cabello brillando como la escarcha mientras los extremos de su gargantilla captaban la luz-. ¡Es un animal, Njord! Con todo ese merodeo que se trae por ahí en forma de lobo o de halcón…
– Siempre ha sido leal. En el Ragnarók…
Frey comentó:
– Entonces estábamos en guerra.
– Pues si Skadi lleva razón, también lo estamos ahora.
– Con la Gente. Con el Orden también, quizá -medió Héimdal-. Pero no con los nuestros.
– Los æsir no son de los nuestros -repuso Njord-. Haríamos bien en no olvidar eso.
Odín frunció el entrecejo detrás de la cerca. Así era como estaban las cosas; claro que Njord era el mayor de los vanir, el padre de los gemelos, y era comprensible que su lealtad fuera primero para ellos mismos y luego para los æsir. Además, sospechaba desde hacía ya mucho que Njord todavía sentía cierta ternura por su esposa, aunque ahora estuvieran separados, y como Odín sabía muy bien, no se puede razonar con los enamorados. El mismo no era inmune: había habido veces, más de unas cuantas, en que incluso el mismo Odín, el Gran Vidente, se había mostrado tan ciego como un hombre cualquiera…
Le echó una ojeada a Freya, que todavía se arrastraba tras ellos, con su vestido azul, negro de fango hasta las rodillas.
– ¿Cuánto queda todavía? -se quejó ella-. Llevo horas caminando, me ha salido una ampolla y mirad cómo ha quedado mi vestido…
– Como oiga una protesta más sobre tu vestido, tus zapatos o tu traje de plumas… -masculló Héimdal.
– Ya casi hemos llegado -respondió Idún con dulzura-, pero puedo darte una manzana si te duele el pie…
– No quiero una manzana. Quiero unos zapatos secos, un vestido limpio y un baño…
– Oh, cállate ya y usa un ensalmo -replicó Héimdal.
Freya le miró y bufó.
– No tienes ninguna pista, ¿a que no, Doradito?
Odín sonrió en su escondrijo.
Capítulo 11
En el Trasmundo, Maddy y Loki se habían encontrado con ciertos obstáculos materializados en forma de un precipicio a pico que cortaba todos los niveles, sin ningún camino de descenso ni ruta alternativa alguna, y con un hueco de unos cien pies hasta el otro lado.
La sima se hallaba al final de un interminable pasadizo de techo bajo en cuyo recorrido habían invertido tres horas llenas de penalidades, a veces habían avanzado a gatas y otras habían debido trepar. En estos momentos, al mirar hacia abajo en el desfiladero que parecía cortado con un hacha, y escuchar las aguas turbulentas a unos cuatrocientos pies de profundidad, Maddy se sentía al borde de las lágrimas de pura desesperación.
– ¡Creía que habías dicho que éste era el mejor camino para llegar abajo! -comentó, dirigiéndose al Susurrante.
– Dije que era la vía más rápida -replicó, mordaz-, y lo es. No es culpa mía si no puedes arreglártelas para escalar un poco.
– ¡Escalar un poco!
El Susurrante refulgió con un brillo anodino. La joven volvió a mirar hacia abajo, donde el río se arremolinaba como si fuera una espumosa crema. Era el río Strond, según Maddy sabía, henchido con las lluvias del otoño, abriéndose camino salvajemente entre las rocas hasta llegar al Caldero de los Ríos. El caudal parecía llenar la hondonada por completo y cuando sus ojos se habituaron del todo a la intensa penumbra, atisbo una grieta en la roca al otro lado, apenas visible en la distancia.
Suspiró profundamente, exhausta.
– Tendremos que regresar -indicó-, y encontrar alguna otra ruta de descenso.
Pero el as la estaba observando con una extraña expresión.
– No hay otro camino -repuso-. A menos que quieras compartirlo con miles de trasgos. Además…
– Además -le interrumpió el Susurrante-, nos están siguiendo.
– ¿Qué? -inquirió Maddy.
– Él lo sabe.
– ¿Que sabe qué?
Loki miró fijamente al Oráculo.
– Descubrí una firma hace una hora. Nada de qué preocuparse. Los perderemos un poco más abajo.
– A menos que él esté dejando alguna clase de rastro.
– ¿Un rastro? -preguntó Maddy-. ¿Y por qué iba a hacer algo así?
– ¿Quién sabe? -repuso-, ya te dije que sólo trae problemas.
Lokí siseó exasperado.
– ¿Problemas? -intervino-. Escucha, me estoy jugando el pellejo, y mira por dónde, es un pellejo estupendo, y no tengo prisa ninguna por verlo estropeado. Así que ¿por qué iba yo a querer dejar una pista? En el nombre del Hel, ¿y por qué iba yo a querer retrasarnos?
Maddy sacudió la cabeza, avergonzada.
– Es sólo que el hecho de pensar en dar la vuelta…