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…y sonrió al grupo que estrechó el círculo a su alrededor.

Cuando empezó a hablar el Padre de Todo, nadie se percató de los movimientos de una pequeña criatura; un ratoncito marrón salió disparado desde detrás de uno de los edificios anexos a la casa parroquial y cruzó el patio sin que nadie viera el rastro que dejaba ni lo que llevaba entre los dientes con sumo cuidado, un jirón de algo luminoso como una telaraña y hermoso como las prímulas. El roedor lo dejó caer a menos de un pie de la posición de Odín, descansando por el lado sin adornos. Relucía tenuemente entre el aura de los encantamientos y el polvo del suelo, a la espera de que alguien lo recogiera y admirase. Era exquisito e inofensivo, un objeto deseable.

– Aunque el Ragnarók fue como si hubiera tenido lugar ayer para vosotros, amigos míos -comenzó Odín-, lo cierto es que muchas cosas han cambiado desde entonces. Los dioses de Ásgard están casi extinguidos. Hemos perdido nuestros territorios y nuestros nombres han sido olvidados. Fuimos lo bastante arrogantes como para creer que el mundo terminaría con nosotros en el Ragnarók, pero una edad no es más que otra estación en el crecimiento de Yggdrásil, el Fresno del Mundo, para el que somos simples hojas del pasado, hojas caídas a la espera de que nos retiren.

– ¿Es ésa la mejor noticia que puedes darnos después de quinientos años? -le interrumpió Frey.

– No tenía intención de que sonara como algo negativo -contestó Odín con una sonrisa.

– ¡Negativo! -estalló Héimdal.

– Por favor, te he dicho la verdad, pero debes tener en cuenta otras consideraciones. Quizá Skadi os haya hablado ya del Orden, pero ella ha dormido desde el Ragnarók, igual que vosotros.

El ratoncito correteó hacia atrás y cruzó la pared por un agujero en la valla, luego se detuvo y alzó la cabeza.

– Por el contrario, Héimdal, yo me he dedicado a estudiar y comprender el Orden desde su mismo comienzo.

– ¿Y a qué conclusiones has llegado? -inquirió el aludido mientras le dirigía una mirada llena de recelo.

– Bueno, a primera vista parece simple. A lo largo de la historia siempre ha habido dioses y éstos han tenido adversarios. El equilibrio existe gracias a la conjunción del Orden y el Caos. El mundo los necesita a ambos, precisa del cambio, igual que el Fresno del Mundo ha de mudar las hojas para poder crecer. Comprendimos eso cuando éramos dioses. Valorábamos el equilibrio entre el Orden y el Caos, y nos preocupamos de preservarlo, pero este nuevo Orden ve las cosas de un modo diferente. No busca conservar el equilibrio, sino destruirlo a fin de erradicar cualquier cosa que no sea Orden, y no estoy hablando de unas pocas hojas muertas. -Hizo una pausa y miró a los vanir que le rodeaban-. En suma, amigos míos, pretende que sea verano todo el año y está dispuesto a talar el árbol si eso no es posible. -Se irguió y acabó el vino de un trago, vertiendo las últimas gotas sobre la tierra como ofrenda a cualquiera de los antiguos dioses que pudiera haber por allí.

»No sé con exactitud qué os ha contado Skadi ni qué trato pretende cerrar con la Gente, pero os aseguro una cosa: este Orden no hace acuerdos. Todos sus componentes piensan lo mismo y dispone de poderes que únicamente ahora empiezo a apreciar. Debemos estar unidos si queremos tener una oportunidad de hacerle frente. No podemos permitirnos el lujo de andar con rencillas ni planear venganzas ni erigirnos en jueces de nuestros aliados. Nuestra posición es sencilla. Cualquiera que no sea miembro del Orden está de nuestro lado con independencia de que lo sepan o que les guste, y eso es así sea o no de nuestro agrado.

Un prolongado silencio acogió el discurso de Odín. Bragi se tendió de espaldas y alzó la vista mientras volvía el rostro hacia el manto estrellado del cielo. Frey cerró los ojos. Njord se acarició la luenga barba. Héimdal hizo chasquear los nudillos. Idún comenzó a tararear para sí misma mientras Freya recorría los anillos de su collar con los dedos, provocando un sonido tintineante que debía de parecerse mucho al sueño de todo avaro. Odín el Tuerto se obligó a esperar en silencio con la mirada fija en la oscuridad.

– Hice un juramento en lo tocante al Embaucador -dijo Héimdal al fin.

– Según recuerdo, lo cumpliste sobradamente en el Ragnarók -replicó Odín, que le miró con reprobación-. ¿Cuántas veces más vas a matarle?

– Con otra debería bastar -masculló Héimdal entre dientes.

– Te comportas como un chiquillo -replicó el Tuerto con firmeza-. Os guste o no, necesitamos a Loki. Además, hay algo que todavía no os he dicho. Nuestra rama del árbol no está tan seca como pensábamos. Ha surgido un nuevo brote en el Fresno del Mundo. Se llama Modi, y nos llevará directos a las estrellas si crece recto.

En el interior de la casa parroquial, Skadi esbozó una sonrisa al oír las palabras de Odin.

Nat estaba a su lado, listo y con el Libro de las Palabras abierto. Se volvió hacia ella y le dirigió una mirada inquisitiva. Ofrecía un aspecto pálido y febril, y parecía enloquecido de impaciencia. La Palabra chasqueaba en las yemas de sus dedos como astillas al resquebrajarse la madera.

– ¿Es el momento? -preguntó.

Skadi asintió mientras murmuraba un ensalmo muy corto. Se levantó un destello de respuesta a los pies del Tuerto y el pañuelo con encajes de telaraña, bordado con florones y nomeolvides, que ella había dejado abandonado, pareció pasar a ser el centro de atención. La runa Fé atrajo la mirada del Tuerto, tal y como ella había planeado. Odín tomó el jirón de encaje y lo sostuvo en alto durante un instante antes de dar una zancada con la prenda entre los dedos y hacer una reverencia para luego depositarla a los pies de la diosa del deseo.

– Ahora -ordenó Skadi.

Junto a ella, Nat comenzó a leer el Libro de las Invocaciones.

Entretanto, el tercer testigo de la entrada respiró hondo y dio un paso vacilante que la condujo fuera del amparo de las sombras.

Ethelberta Parson había tenido que soportar muchas cosas en las últimas veinticuatro horas. El verse arrinconada en su propia casa, el saqueo de su armario ropero, el registro de las bodegas y la aparente abducción de su aburrido esposo por una banda de degenerados que incluso ahora preparaban el regreso a la casa y acabar con las restantes existencias de vino.

Se dijo con resolución que era capaz de afrontar todo aquello, pero no, todo aquello era un enorme despropósito y había llegado el momento de hacerse cargo de esa situación y echar de su hogar a aquellos entrometidos. Nat podía irse con ellos si aquello no era de su agrado, le daba igual, pero aquella gente no iba a volver a poner un pie en su morada ni a tocar ninguno de sus vestidos… No, no, a menos que se lo ordenara el Innombrable en persona.

El primer paso con el que salió de la penumbra fue vacilante y la llevó hasta el círculo de luz. «No es la luna -pensó-, pues ya se ha puesto». Delante de ella se hallaba el mercachifle tuerto, haciéndole la venia a la mujerzuela de cabellos del color del lino que le había robado a Ethel el vestido de seda verde. El hecho de que a Freya le sentara mucho mejor que a ella le había provocado un rechinar de dientes de una intensidad impropia en una dama. Esa luz extraña y extemporánea relucía entre el buhonero y la buscona, confiriéndoles una apariencia más hermosa, radiante y apabullante de la que cualquier mortal tenía derecho a tener.

La boquiabierta Ethel dio otro paso en un éxtasis de maravilla y miedo.

El feriante tendió a la ramera la mano, en cuya palma sostenía el jirón de algo muy similar a las hebras plateadas de una telaraña, una seductora prenda de encaje del color de la luz de la luna. Se la ofreció a la mujer vestida de verde, diciendo: