Y luego contaba con la visión verdadera. La herida en el ojo bueno no afectaba la visión interior. Bjarkán le permitía seguir distinguiendo los colores y las huellas de la magia y la apagada irradiación indicadora de la presencia de vida.
De este modo, y casi por accidente, fue como Odín descubrió el rastro del Susurrante. Había llegado al corazón mismo de la colina del Caballo Rojo casi al mismo tiempo que Loki y Madi cruzaban el Strond y no halló indicio alguno de ellos allí, pero cuando se acercó al abismo central de uno de los túneles de descenso, la visión verdadera le permitió entrever un fulgor huidizo y olisqueó por vez primera el rastro del Susurrante…
…aunque se percató de que alguien había intentado borrarlo, pero la firma mágica era demasiado fuerte y sobrepasaba aquella tentativa en algunos puntos del camino, donde iba dejando efluvios. En una ocasión el aroma iba unido a un tono violeta familiar y en otra a un retazo reluciente que pertenecía a Maddy de forma inconfundible. Odín pudo comprobar que se movían deprisa y que se dirigían directamente al Inframundo.
¿Por qué iban a arriesgarse a ir allí? No había razón alguna para que Hel diera la bienvenida a Loki. Lo más probable es que ella matara al Embaucador en cuanto le viera, o mejor aún, que le entregara al Averno, donde Surt el Destructor todavía retenía cautivos a los æsir y estaría muy interesado en averiguar cómo se las había ingeniado para escapar uno de sus prisioneros.
«A menos que tenga algo con lo que poder negociar -caviló Odín-. ¿Un arma? ¿O quizás un encantamiento?»
Esbozó una sonrisa ominosa en la oscuridad. Por supuesto. Él no era el único que codiciaba al Susurrante. Lo más probable era que la guardiana también tuviese alguno que otro uso para semejante energía mágica, pero más allá de los dominios de Hel, donde reposaba el equilibrio, en el Averno o incluso más allá…
Se detuvo a reflexionar durante unos instantes. ¿Y era ése el destino de Loki? Pensó en la posibilidad de que usara al Susurrante como moneda de cambio no con los æsir ni los vanir, ni siquiera con el Orden, sino con el mismísimo Señor del Caos.
Odín sintió que todo le daba vueltas sólo de pensarlo.
«Ese poder combinado con el del Caos podría desestabilizar los mundos y permitiría reescribir la realidad…»
Eso podría traer lisa y llanamente la destrucción del mundo. No otro Ragnarók, no, sino la disolución final de todas las cosas, el colapso de las leyes del Orden y el Caos, una alteración definitiva del equilibrio.
Lo más probable era que ni siquiera Loki se atreviese a poner en marcha semejante concatenación de acontecimientos, pero si no era el caso, entonces, ¿qué esperaba ganar exactamente? Y aún había más, si no actuaba movido por la malicia, ¿comprendía de veras el riesgo asumido, no sólo para su propia vida, sino para toda la creación?
Capítulo 4
La Cazadora al fin se le echó encima; bueno, eran tres cazadores para ser exactos: una mujer, que era también una furia, una diosa y una loba; el tipo en cuyo cuerpo convivían dos hombres, y Adam Scattergood, que empezaba a pensar que incluso la muerte a manos de la mujer lobo sería más misericordiosa que el terror de esos pasajes interminables llenos de sonidos y olores.
Skadi había querido matarle de inmediato y tras recuperar su forma natural se había agachado hasta poner sus ojos a la altura de los de Adam, a quien le había dedicado una sonrisa lobuna y todavía manchada de sangre.
Pero Nat tenía otros planes para Adam, y ahora estaba allí, varios kilómetros por debajo del túmulo del diablo, llevando el libro y el petate del párroco. El miedo le había convertido en una criatura sorprendentemente dócil y no profirió ni una sola queja a pesar del peso de la carga. De hecho, Nat pensó en lo fácil que era olvidarse de la presencia de Adam y lo cierto era que lo hacía durante largos periodos mientras seguían a la loba blanca y se adentraban más y más en el Trasmundo.
Hicieron un alto para aprovisionarse de vituallas y, mientras Nat descansaba, Adam guardó toda el agua y la comida que era capaz de llevar, pan, queso y cecina, montones de cecina, con la muda esperanza de que la mujer loba prefiriera la carne acecinada antes que la chicha fresca de un joven. Adam no tenía ningún apetito y Nat comía con moderación mientras estudiaba el Buen Libro, y parecía discutir consigo mismo de un modo que Adam encontraba de lo más preocupante. A continuación, reanudaron la marcha con Skadi en su forma natural, vestida con las ropas desechadas de Jed Smith y maldiciendo por lo esquiva que estaba resultando la pista. Luego, se echaron a dormir un par de horas, y cuando le despertó una terrible pesadilla, Adam no se sorprendió absolutamente nada al descubrir que la situación era mucho peor despierto que dormido.
Debían de salir de debajo de la colina algo así como un millar de caminos. La tarea de localizar la pista de Odín resultaba difícil incluso contando con los aguzados sentidos lupinos de Skadi, aunque acabó por hallarla. Discurría paralela a su propio camino por un pequeño túnel lateral al que, por el momento, no tenían acceso, pero se encontraban muy cerca, tanto que en una ocasión llegaron incluso a oírle tantear las paredes para avanzar por el túnel contiguo. La loba blanca aulló de frustración al saberse tan cerca, con sólo un espacio de roca entre ellos y la presa.
Pero la forma lupina fatigaba en exceso a Skadi si la mantenía durante mucho tiempo seguido, por lo que se veía obligada a adoptar el aspecto humano con bastante frecuencia. Su fisonomía humana intimidaba a Adam mucho más que la animal. Al menos, cuando parecía un lobo, uno sabía con exactitud con qué estaba tratando y durante ese intervalo no había ni conjuros ni encantamientos ni explosiones repentinas ni sortilegios ni descargas mentales. Adam siempre había aborrecido la magia, sólo que únicamente ahora empezaba a comprender hasta qué extremos llegaba ese odio.
«Conviene más negarlo todo. Esto es una pesadilla de la que pronto voy a despertar», decía para sus adentros. Eso tenía sentido, ya que él jamás había sido un soñador, por lo que era lógico que aquel sueño excepcionalmente largo y perturbador le hubiera sacado de quicio. «No es más que un sueño», cavilaba, y cuanto más se decía a sí mismo que era un sueño, menos pensaba en su espalda dolorida o en la mujer lobo que avanzaba junto a él o en las cosas imposibles que se le acercaban desde la oscuridad.
Adam Scattergood había adoptado una decisión para cuando llegaron al río. Ya no parecía importarle el haber visto morir a dos hombres, pues ahora estaba lejos de casa en compañía de lobos, tenía los pies repletos de ampollas y los pulmones llenos de polvo de roca. Hasta el clérigo había enloquecido.
Era una pesadilla, sólo eso.
Sólo necesitaba despertarse.
Entretanto, los vanir habían avanzado mucho menos de lo que les hubiera gustado tras el rastro de los perseguidores. No es que el rastro de éstos fuera difícil de seguir, ya que Skadi no hacía intento alguno de ocultar sus colores, pero habían mostrado tan poca colaboración entre ellos hasta el momento que apenas lograban estar de acuerdo en nada.
Héimdal y Frey habían deseado cambiar de forma de inmediato e ir en pos de la Cazadora con una apariencia animal, pero Njord se negó rotundamente a quedarse atrás y su aspecto favorito, el de pigargo, era muy poco práctico en tierra. Freya, por su parte, rehusó de plano, alegando que no había nadie capaz de llevarle la ropa para vestirse cuando recobraran su apariencia normal, y ninguno de ellos fue capaz de hacer comprender a Idún la urgencia de la persecución cada vez que se detenía, y lo hacía continuamente, maravillada por las piedras preciosas o las vetas de metal que veía en el suelo, o las azucenas oscuras que crecían en cualquier punto de las paredes donde había filtraciones de agua.