– Es que yo era el traidor de la puerta -protestó Loki.
– Ahora estás intentando ser noble -dijo Maddy-. Quieres que yo te abandone para salvarme, así que intentas hacerme creer…
– ¡Por favor! -gritó Loki-. ¡No estoy siendo noble!
Quedaban treinta segundos. Ahora su velocidad rivalizaba con la de la Serpiente de los Mundos en su máxima aceleración, y cruzaban lo que parecían kilómetros en fracciones de segundo, medio ensordecidos por la atronadora succión del Caos.
– Escucha -dijo Loki-. ¿Oyes ese ruido?
Maddy asintió.
– Es Surt, que viene hacia aquí -dijo Loki.
– ¿Lord Surt? ¿El Destructor?
– No, Surt el Amoroso. Pues ¿quién va a ser?
Veintidós segundos. Ya podían ver la puerta. La ranura no parecía más ancha que un bisturí. Tor la mantenía abierta con ambas manos, con la cara enrojecida por el esfuerzo y los hombros abultados como los de un buey, mientras ellos se precipitaban hacia aquel estrecho resquicio.
Veinte segundos.
– No te preocupes, lo conseguiremos.
– Maddy, no…
Pese a que sentía que el corazón le iba a estallar, Maddy se abalanzó hacia la puerta a punto de cerrarse, arrastrando a Loki, que aún se resistía.
– ¡Escúchame! El Susurrante ha mentido. Sé lo que quiere: lo he leído en su mente. Lo he sabido desde que empezó nuestro viaje. No te lo había dicho. Te mentí, pensando que podía utilizarte para salvarme.
Quince segundos.
Maddy dio un tirón de Loki.
Naudr, la Recolectara, cedió, con un chasquido.
Y entonces sucedieron tres cosas a la vez:
La esfera del cronófago de Hel se rompió y el tiempo quedó congelado en trece segundos.
El Averno se cerró con un sonido metálico.
Y Maddy despertó en su propio cuerpo y se encontró cara a cara con el ojo muerto de Hel.
Capítulo 4
Parson y la Cazadora se detuvieron a la entrada del Inframundo. Habían seguido a su presa hasta la entrada de Hel. Ahora contemplaron la llanura, donde una fina polvareda se levantaba tras la estela de dos figuras, una alta y otra baja, que avanzaban lentamente por el desierto.
Aquello ya era demasiado para el aguante de Adam Scattergood. Ese cielo desolado donde ni siquiera debería existir cielo, los picos sin nombre, los muertos que desfilaban como cúmulos de negros nubarrones… Aunque fuera un sueño, idea a la que se aferraba con todas sus fuerzas, hacía ya mucho que había renunciado a cualquier esperanza de despertar. La muerte sería infinitamente mejor que su situación actual. Sin embargo, siguió caminando con indiferencia hacia donde lo guiaba la Cazadora, escuchando en sus oídos el sonido de los muertos y preguntándose cuándo le tocaría a él.
Nat Parson no se molestó en pensar en Adam. Con una sonrisa lobuna, abrió el Libro de las Palabras por la página correspondiente. Su enemigo estaba a su alcance. Sabía que incluso a través de aquella vasta extensión el ensalmo conseguiría abatirlo, así que se permitió un breve suspiro de satisfacción mientras se disponía a invocar el poder de la Palabra.
Yo te llamo Odín, hijo de Bor…
Pero Parson pensó que algo no iba bien. La primera vez que recurrió a esa invocación había experimentado una intensa sensación de fatalidad, un poder que se acrecentaba con cada palabra hasta convertirse en una muralla móvil que lo aplastaba todo a su paso. Sin embargo ahora, al pronunciar la fórmula, la Palabra se negó a revelarse.
– ¿Qué pasa? -preguntó Skadi, impaciente, cuando vio que Nat titubeaba a mitad de la frase y se interrumpía.
– No funciona -dijo él.
– Debes de haberlo leído mal, estúpido.
– No lo he leído mal -replicó Parson, molesto al oír que le tildaban de estúpido delante de su aprendiz, y que para colmo era una mujer bárbara e iletrada quien lo hacía. Empezó el ensalmo de nuevo con su mejor voz de pulpito, pero una vez más la Palabra sonó plana, como si algo le hubiera extraído su poder.
«¿Qué está pasando?», se preguntó con desánimo, y buscó la tranquilizadora presencia del examinador número 4.421.974 en su mente.
Pero Elías Rede guardaba un extraño silencio. Al igual que la Palabra, el examinador había perdido profundidad, como una pintura descolorida por el sol. También comprobó que las luces y los colores de la firma mágica que lo iluminaban todo habían desaparecido. Un momento antes estaban allí, y después… nada. Era como si alguien las hubiera apagado de un soplido.
«¿Hay alguien ahí?»
Ninguna voz interior le contestó.
«¿Elías? ¿Examinador?»
Silencio de nuevo. Un silencio pesado y gris, como el que se siente al regresar un día a un hogar y descubrir de repente que está vacío y que no hay nadie en casa.
Nat Parson gritó. Cuando Skadi se volvió para mirarle, se dio cuenta de que había sufrido un cambio. La hebra de plata que iluminaba sus colores y convertía su firma parda y vulgar en un manto de poder había desaparecido. Ahora Parson volvía a ser normal, tan sólo un miembro más de la Gente, un tipo anodino y mediocre.
La Cazadora soltó un gruñido.
– Me has engañado -dijo y, cambiando a su forma animal, galopó por la arena a la deriva para perseguir al General.
Nat pensó en seguirla, pero Skadi siguió corriendo por la interminable llanura entre aullidos de furia dirigidos contra su enemigo, y no tardó en distanciarle.
– ¡No puedes dejarme aquí! -clamó el clérigo.
Fue entonces cuando los vanir, atraídos por los gruñidos de la loba blanca, salieron de entre las sombras que había detrás de Nat y le observaron con gesto sombrío desde la entrada del túnel.
Capítulo 5
Bajo la apariencia de animales habían seguido el rastro de la Cazadora, con Frey, Bragi y Héimdal encabezando la cacería. Cuando el pasadizo se ensanchó, Njord se les unió en su forma de pigargo, volando por debajo del techo. Ahora los cuatro recobraron sus propios aspectos y desde el punto estratégico que ocupaban observaron con atención cómo la loba blanca perseguía a su presa.
A cierta distancia por detrás de ellos llegaron Freya e Idún, que contemplaron con asombro el cielo del Hel y el pequeño drama que se representaba allí abajo en la llanura, a varios kilómetros de ellos.
– Os dije que Skadi estaba de nuestra parte -comentó Njord-. Le ha seguido hasta aquí, y nos ha conducido directamente hacia él.
– ¿Tú crees? -Héimdal miró a Parson, a menos de cinco metros de ellos-. Entonces, que alguien me explique por qué él está aquí. ¿Y qué pasa con el Susurrante? Si estuviera cerca, a estas alturas ya lo habría visto.
– Es obvio -respondió Njord-. Loki lo tiene en su poder.
– No tiene sentido -dijo Héimdal-. Si Odín y Loki estuvieran trabajando juntos…
– Pues entonces es que se han peleado y él ha huido. Eso es lo que debe de haber pasado. ¿Qué más da?
– Necesito cerciorarme.
Héimdal se volvió hacia Parson, que había retrocedido. A sus pies, Adam Scattergood se tapó los ojos.
– Tú, amigo -dijo Héimdal-. ¿Dónde está el Susurrante?
– ¡Por favor, no me mates! -suplicó Nat-.Yo no sé nada de ese Susurrante. Sólo soy un clérigo de campo, y ya ni siquiera tengo la Palabra…
Parson se interrumpió y se quedó con la mirada fija, mientras el Libro de las Palabras se le caía de las manos. Parecía como un hombre que hubiera sufrido un ataque al corazón. Tenía el semblante pálido, los ojos saltones y la boca entreabierta, pero ninguna palabra brotó de sus labios.