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– Soy un miserable, provoco las cosas para vivirlas desde dentro de ellas y luego escribirlas. Ignoro lo que saldrá, pero no sé hacerlo de otra forma. Aunque puedo jurar por lo más sagrado que cuanto sale de mi pluma puede ocurrir…, porque ya ha ocurrido.

Don Manuel se queda atónito, sólo repite: «Es curioso, curioso…». Saca otra vez el pañuelo y se suena. Luego tose. Es la primera vez que deja de mirarme.

– ¿No es la imaginación un camino para mostrar la realidad? -digo-. El destino de la imaginación no puede ser otro que la realidad; otra cosa es la fantasía. Sólo que yo he encontrado un atajo.

Don Manuel se precipita a cortar unas sentencias innecesarias:

– Claro, claro, Sancho, estoy contigo, la literatura es inagotable… Escucha: no quiero amargarte, pero debes conocer un pensamiento que vive conmigo desde hace años. Exactamente, diez, diez años. Desde ese mazazo en la playa a nuestra comunidad, incluso a nuestro pueblo. -Estoy seguro de que no flaquea por él sino por mí-. No hay criminal. Fue un mal cálculo de ellos mismos.

– No le entiendo.

– Los gemelos lo planearon todo. Quisieron aparecer ante nosotros como víctimas, enternecer nuestros corazones. ¿Por qué? Hasta ellos mismos comprendieron que llevaban demasiados años agrediéndonos con sus actividades, como inmisericordes depredadores, y que Getxo estaba a punto de estallar.

Es lo último que esperaba oír en este caso, incluso en este mundo. Reacciono con las únicas palabras que pueden justificar este sinsentido:

– Usted, con tal de vaciar a esta tragedia de cualquier asomo de criminalidad… A veces, hay que aceptar las cosas, aunque no nos gusten.

– Sé que cuesta creerlo, a mí también me costó… Sí, Sancho, te aseguro que me costó. Sólo ellos podían haber tramado algo tan endemoniadamente laberíntico. Tanto, que les falló: había de romperse por algún punto semejante estructura tan ingeniosa pero a merced de veleidades tanto atmosféricas como humanas.

Le replico, sencillamente, que no sé de qué me está hablando. Pero él ha tomado carrera y perdido toda medida:

– Le he dado muchas vueltas, diez años de vueltas… Matar es fácil, incluso a dos personas a la vez. Existen métodos directos bien conocidos. Directos. Ellos eligieron uno, muy complicado. Sus negocios, empresas comerciales, asociaciones y demás fueron siempre chapuceros, se diría que medraban con el embrollo. Ah, pero su plan para enternecernos era todo menos chapucero… Escucha: se trataba de simular que los habían encadenado a esa peña para que se ahogaran y que, en el último momento, eran salvados por un alma caritativa que pasaba por allí. ¿Quién? ¿Quién te viene a la cabeza, Sancho? ¿Quién pisa la playa todos los días el primero y, lo que resultaba fundamental, «a la misma hora»? ¡Etxe! ¿Quién, si no?… Eladio y Leonardo, que le esperaban, llamaron su atención gritándole desesperados. Lucio Etxe llega a ellos, quiere salvarlos tirando de las cadenas, sin éxito, y finalmente obedece unas órdenes a gritos y salva media playa y la cuesta en busca de los Zalla, que rescatan de la peña a Eladio vivo, y a su hermano muerto…

– Todo eso es bien sabido de todos.

– Otro retraso y hubieran sido dos los cadáveres.

– No sé adónde quiere ir a… ¿Retraso? ¿Qué retraso?

– Retraso o adelanto. Retraso de Lucio Etxe o adelanto de la marea por culpa del viento gallego. -Vivía la gloria del científico que revela por primera vez su gran descubrimiento-. Lo tenían perfectamente estudiado, se divertirían tanto como maquinando uno de sus gatuperios. El centro sobre el que giraba todo era Etxe, la hora de Etxe, las cinco de la madrugada. A los gemelos les llevaría días o semanas hacerse con la medida de los tiempos…

– ¿Qué tiempos? -le pregunto, y no soy capaz de ocultar una sonrisa. Bueno, también me pica la curiosidad por conocer a qué extravagancia era capaz de recurrir.

– Dos tiempos: antes y después de Etxe. Aunque la cuenta tuvieron que echarla hacia atrás: después de Etxe y antes de Etxe, en este orden. Después de Etxe, el tiempo que a éste le llevaría ir y regresar de Cuatro Caminos, ahora con los herreros. ¿Sesenta minutos? A lo que había que añadir otro tiempo: el que los Zalla tardaron en aserrar las cadenas. ¿Quince, veinte minutos, considerando la pequeña tempestad de olas que les golpeaba? Nos ponemos en setenta y cinco u ochenta minutos… Ya acabo… Este tiempo, el segundo, lo confrontaron con el primero, la marcha hacia arriba del agua, y así supieron qué tiempo habían de conceder a la marea para que alcanzara sus cabezas… Pero algo les falló.

– Todo eso, sin criminal.

– Sin criminal. Y lo siento, porque tu narración se queda sin un final novelesco.

– A pesar de todo, tendría un finaclass="underline" a Eladio Altube se le acusaría de asesinato por imprudencia…, suponiendo que exista esa figura en las leyes de Franco, cosa que no creo.

– No existe. Aún rigen en esta posguerra leyes de guerra, donde unos matan sin matices y otros son sentenciados a muerte en juicios sin defensa. -Me mira, relajado-. Sí, tendría un finaclass="underline" un vasco que no tuvo intención de matar.

No tengo más remedio que alterar su sosiego.

– Eladio Altube ha sufrido dos atentados después de aquél.

Don Manuel se quita la boina y sopla sobre ella cuidadosamente. A pesar de que apenas rebasará los cincuenta años, su pelo ya tiende al blanco.

– No quiero insistir. Veo que has tomado muy en serio tu novela y deseo sinceramente que la acabes con bien. Este pobre maestro bendice de antemano tu final, sea el que fuere. Es como si encargara a mi antiguo alumno un complicado ejercicio de redacción…, una razón de más para seguirte. -Se cala la boina con la soltura de los que saben que siempre les caerá bien-. ¿Tiene que ver con todo esto lo que le he visto a tu empleada? -Me acaricio mecánicamente la corbata desanudada-. ¡Ah! Que yo recuerde, jamás usaste ese trapo. -Se vuelve y se aparta de mí por primera vez hasta detenerse ante la Sección, cuyos lomos recorre con la vista y con la punta de los dedos-. ¿Por qué no? Ellos no se atrevieron a tanto como tú, Sancho. Ellos crearon la realidad que veían, endureciéndola o dulcificándola. Tú secuestras la tuya. ¿Qué se siente al ver pasar bajo la pluma tanta vida auténtica? Hay libros que estallan ante los ojos y el tuyo será uno de ellos… ¿Ando descaminado? -Vuelve el rostro para mirarme un segundo, pero obvia mi respuesta y sigue con lo suyo-. Como no podía ser de otro modo, vestían a lo americano, a lo yanqui, si quieres. Y si alguien, tú, enamorado de alguna de sus manifestaciones necesita trasplantar la receta… Otros nos reafirmamos en lo nuestro con kaikus, abarcas y boinas.

– ¿Le suena bien Samuel Esparta?

Me mira otra vez, parpadea y sonríe.

– Para Getxo, mejor que Sam Spade. -Salva los cuatro pasos que le separan de mí-. Espero que, en esta ocasión, el hábito haga al monje… No eches en saco roto mi teoría sobre los gemelos. Incluso a mí me fascina, aunque no fuera la acertada. Pero sí es la acertada. Yo sólo la he deducido, sus inventores fueron ellos. ¡Es brillante y redonda! Me cuesta creer que el final de tu novela pueda ser otro. -Sus ojos realizan un preocupado recorrido por mi cara-. Cuídate del exceso de realismo.

Su espalda cansada se dirige pesadamente hacia la puerta, que abre, y el clin-clon de la campanilla me llega con su despedida:

– Si algo no marcha en tu redacción, poco podrá hacer tu viejo maestro, que se estancó en la simple traducción al euskera del Quijote y en lo que sabía hacer Cervantes: imaginar. Tú acude a esos americanos. Agur.

12

El galeno