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»Sin más, mis saludos y mi recomendación de que tome buena nota de cuanto aquí le digo.

Efrén Bascardo Puerta, Grande de España.

Palacio Galeón

Guecho.»

Ahora, Koldobike sí que alarga el cuello para fijarse en un detalle.

– Baskardo con C y no K. Mi abuela me tiene contado que el padre de Efrén, Camilo Baskardo, quitó la K de su apellido al renegar de su familia oficial y de lo vasco y testar a favor de Efrén, su hijo bastardo.

– ¡Él también! -exclamo, agitando el papel salmón ante Koldobike-. Su mundo no es el de don Manuel, pero coinciden en que lo de los gemelos fue una artimaña.

Koldobike se resiste a dejar del todo una de esas sagas familiares tan próximas que tanto le fascinan.

– ¿Vas a creer a ese rencoroso ricachón? ¡A saber qué negro interés le guía queriendo llevarte a su huerto! Además, en ningún momento ha dicho que los gemelos simularan el atentado.

– Me basta con que los tenga por los pillos más redomados, capaces de fraguar un engaño que añadir a su lista. No son palabras de un tonto: «Si uno de ellos dice ahora que fue un crimen, tengamos la seguridad de que no lo fue».

– Vaya fijación, jefe. Algunos se enamoran de lo que no deben.

Palabras como amor y enamoramiento no suelen sonar entre nosotros; juraría, incluso, que no suenan nunca. ¿Quién las puede echar en falta en una estricta relación laboral? Compruebo que la naturaleza humana es imperfecta al detectar una sombra de rubor en las mejillas de mi secretaria.

– Al menos, la investigación dispone ahora de una ruta -rompo el molesto silencio-. ¿Olvidas que estábamos estancados?

– Ruta que no conduce a ninguna parte -dice ella, al fin-. Sam, te quedas sin novela. No hay criminal.

– No es elección mía, la realidad ha elegido por mí. Estos riesgos se corren dejando la iniciativa en otras manos. No tendremos un final de novela al uso, pero sí original. Menos malicia, pero más imaginación.

– Coitao. -Koldobike tiene una manera especial de decirlo, parece que te da la puntilla-. ¿Y las cadenas robadas con violencia? Busca al ladrón, es el hombre que necesita tu final.

– O el que espera una buena ganancia vendiéndoselas a Luis Federico Larrea.

– ¿Y qué me dices del propio Luis Federico Larrea? Ahí tienes una pista. Esas cadenas sujetaron a los gemelos a la peña y seguro que encierran un secreto aún no adivinado por nadie… ¡y Joseba Ermo las tenía bajo llave! Otra pista.

– Si el Ermo fuera el culpable y las cadenas tan peligrosas para él, las habría hecho desaparecer.

– A veces el egoísmo supera al miedo.

– ¿Quién más estaba al corriente de su escondite? Eladio Altube…, ¿te lo dije? Quizás el criminal ha vivido atormentado diez años preguntándose dónde habrían ido a parar.

– Bueno, pues ahí tienes varias rutas. Síguelas. Al menos, una de ellas.

– ¿Qué quieres?, ¿que agarre a los sospechosos por el cuello y se lo retuerza si no confiesan?

– Déjaselo al azul, es su especialidad.

Inflación de conjeturas, alguien se estará riendo en la sombra.

– Necesitamos pruebas, siquiera una -digo. Respiro tres veces con hondura y entibio mi desaliento-. Será mejor trasladar la responsabilidad a nuestras células grises…, en palabras de ese ridículo detective belga. Recopilemos todo lo conocido hasta hoy: declaraciones, contradicciones, gestos, movimientos, sospechas… Confrontémoslo con nuestra intuición, nuestra visión, incluso nuestro deseo de que las cosas se desarrollen de cierta manera… Organicemos todo el caos, el de fuera y el de nuestro interior, admitiendo que ambos caos forman parte de un orden final.

Koldobike me está mirando con aburrimiento.

– ¿Adónde quieres ir a parar?

Ignora que acaba de abrirme una puerta muy especial.

– Citemos a Luis Federico Larrea, lo acabo de elevar a la primera de nuestras pistas. Creo que hemos recibido El alcalde de Tangora, de Rochelt, que encargó. Avísale. Y le mencionas, de pasada, que nos gustaría admirar sus mapas de Arrigunaga y alrededores. Le complacerá mucho.

– Pensará que necesitamos urgentemente su dinero para comer.

– Así tendrá un quehacer para esta tarde. Los ricos que no se dedican a ganar más dinero se aburren mucho.

– A la orden, jefe.

– Gracias, muñeca.

Hoy como en casa, ama y yo solos, y regreso a la librería con tiempo para estar cinco minutos antes de las cinco, la hora a la que pasará el de los pasos. Cruzo la librería hasta el baño para orinar, y tengo la toalla entre manos cuando suena la campanilla.

– Buenas tardes.

La voz tierna pertenece a un sujeto vestido con chaqueta y pantalón de paño inglés de pequeños cuadros grises, camisa blanca y pajarita negra; rechoncho, discreta barriga y ojillos nerviosos protegidos por gafas gruesas de concha. Dedica largos minutos a examinar meticulosamente El alcalde de Tangora que ha puesto en sus manos Koldobike. Tangora es el antiguo nombre de Algorta.

– Muy bien, exquisito -le oigo.

– ¿Se lo envuelvo? -dice Koldobike.

– Sí, por favor, con doble papel.

Al acercarme observo dos cosas: que paga con un billete que extrae de una cartera de piel de cocodrilo y que a su lado, en la mesita, descansa una carpeta de a folio repleta de papeles: un buen augurio para mí. Me presento antes de que empiece a hacer cábalas:

– Soy Samuel Esparta, investigador privado. Me interesa mucho la originalidad de sus medidas en pasos de nuestro territorio.

– Y en tiempos -puntualiza. Se le han dilatado mucho sus ojillos detrás de los cristales. Sorprende mi mirada sobre su carpeta-. Con mucho gusto le enseñaré mis planos, mapas… -añade.

Le frustro la exhibición de su trabajo:

– Sí, pero luego, en nuestra playa. Arrigunaga, no Ereaga.

– Tengo medidas las dos. -No lo dudo.

Ya ambos en la puerta, siento dos dardos en mi espalda. Me vuelvo; nunca entenderé cómo pueden salir palabras de entre unos labios tan apretados.

– ¿Sabes lo que te digo, jefe? Que te quedas sin novela.

Hace sólo días, la playa era de los veraneantes, hoy de regreso a su invierno en la capital. Donde rompen las olas, cuatro chicos, nativos, arrojan con destreza pequeñas piedras planas al agua para que se deslicen a saltitos por la superficie. Es un juego, siempre me ha gustado creerlo, que arrancará del Paleolítico. Luis Federico es charlatán, no ha callado en todo el camino, alabando sin recato las excelencias de sus mapas: «Son los más humanos concebidos por el hombre. Trenes, tranvías, automóviles disponen de mapas adecuados a las grandes distancias que recorren. ¿De qué mapa dispone un obrero que va a su trabajo por calles o campos? ¿Y una lechera que ha de ir de casa en casa repartiendo su preciosa mercancía? -así lo ha dicho: «preciosa mercancía»-, ¿no agradecería conocer cuántos pasos humanos debe dar, cuánto tiempo le lleva dar esos pasos?».