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Una silenciosa figura se recorta de pronto en el umbral de la puerta. He de hacer un esfuerzo de concentración para recibir a Bidane Zumalabe. ¿Cómo ha entrado? Es su casa, tiene llave. ¿Qué hace aquí? Les ordené a las dos que… ¿Qué hacen aquí? Porque detrás de ella está Koldobike. Sus pasos por el pasillo han sido de fantasmas.

– Tengo la prueba -oigo a Bidane Zumalabe. Su voz no es firme, como correspondería a tal notición.

– Sí, tiene la prueba -asegura Koldobike, y ella sí que habla con firmeza. Y añade-: Es una mujer muy valiente.

Las únicas palabras que se esperan en el mundo son las de Bidane Zumalabe. A su espalda, como protegiéndola, Koldobike me envía ese gesto que expresa inequívocamente: «Vas a oír algo gordo».

– Que mueva las orejas -dice suavemente la señora de Zumalabena-. Que mueva las orejas.

La frase repetida parecería un chiste sin el tremendo destrozo que causa en el rostro de Eladio Altube.

– ¿Por qué no mueves las orejas si eres el que dices? -La mujer se ha detenido a dos pasos del hombre y se muestra muy tranquila-. Si no mueves tus orejas, estas visitas pensarán que eres Leonardo. Él tampoco podía, ¿lo recuerdas?

¿Qué tonterías está diciendo?… Pero de pronto estalla ante mí el profundo alcance de sus palabras. ¡Leonardo! El choque es tan demoledor que tengo la sensación de haber sido colgado cabeza abajo de los pies. Los gemelos, el muerto y el vivo, la magnífica coartada…, ¿obra del vivo que tengo ahí delante? Quienquiera que sea de los dos, no sabe mover las orejas, sus ojos espantados lo están reconociendo. Así que es el otro. Y quien se ahogó es éste.

¡Las orejas movibles de Eladio Altube! Muchos en Getxo no lo habíamos visto, pero sí oído: forzaba músculos de los laterales de su rostro y las orejas se agitaban como soplillos. Una prueba que estuvo ahí durante diez años. ¿Por qué no recurrimos a ella? Sencillamente, porque nadie sospechó del falso Eladio.

Eladio Altube -aún me resulta imposible llamarle Leonardo, no sólo porque todas las cosas llevan su tiempo sino por esas partículas de escrúpulo que deben quedar al final de todo relato- agita sus brazos en el aire. A falta de no poder mover sus orejas, se mueve todo él hasta situarse no sólo en el centro del grupo sino mirándonos uno a uno con patetismo, como exigiendo nuestra atención y ofreciéndonos el espectáculo de un hombre que ha dado a todos los músculos de su cuerpo la orden de mover sus orejas. Tan demencial es su determinación de conseguirlo, que esos músculos inician, desde los pies, un empuje hacia arriba -o así me lo parece- hasta colisionar con los de las orejas para despertarlos de un letargo de…, ¿cuántos años tienen los gemelos? Al parecer, Eladio no necesitaba de tanto ahínco para exhibir su excentricidad.

¿Prueba? Sí, hasta un juez la aceptaría. Aunque las cadenas serían más determinantes: reúnen más de tres indicios. Miro al falangista, pero no adivino qué pensamientos circulan tras esos ojos que parpadean. Lo único que ahora parece vivo del gemelo es el subir y bajar tumultuoso de su pecho. Si yo anotara que él y Bidane Zumalabe están mirándose, sólo transmitiría algo muy pálido. ¡Qué estremecedor intercambio! ¿Cómo vivieron esos diez años? ¿Quién engañó a quién? ¿Quién se dejó engañar? ¿Fue este gemelo vivo el primer novio de Bidane Zumalabe o el segundo? ¿Planearon entre los dos la muerte del otro gemelo, y entonces habría que incluir a la mujer en el diseño de la coartada?

Estoy lamentablemente contagiado de la conmoción del momento, la verdad ha de ser más limpia. Contemplemos, por ejemplo, a la mujer desintegrando segundo a segundo al hombre con el que compartió lecho durante tantos años. Se desprende de su implacable serenidad que se está cobrando una vieja deuda. Es posible que en alguna ocasión le pidiera mover las orejas -¿sospechando el fraude…?, ¿tan iguales fueron incluso para ella?…, ¿o por simple capricho?- y él, claro, fue incapaz.

Hay tanta tensión en la escena que el gruñido animal del hombre suena como un coletazo naturaclass="underline"

– ¡Mata al payaso!

Se abalanza sobre Bidane Zumalabe y cierra sus manazas alrededor de su cuello. La mujer emite un único gemido, pero se debate fieramente. Koldobike descarga puñadas y patadas sobre el hombre, que va en serio, la tiene arrodillada y aprieta, aprieta. Cuando quiero intervenir, se me interpone el camisa azul, su pistola en mis riñones.

– ¡Mátalo! -aúlla el gemelo.

Aún intento llegar a los tres, pero el cañón de la pistola se me clava más en la carne.

– ¡La está ahogando! -clamo tontamente lo innegable, y confió más en la súplica desesperada que mi rostro dirige al camisa azul. Le veo mover la cabeza, sin dejar de mirarme con fijeza, y pienso que me envía algo así como: «Lo siento, librero, las cosas han venido así». Pero le oigo otra cosa:

– Esta escena será más difícil de escribir de lo que yo creía.

Mis riñones quedan libres de la presión, el azul alcanza la espalda del gemelo, el cañón de su pistola descansa unos instantes en la nuca desatenta y el estruendo oscurece el comedor. Marca de la casa.

Epílogo

Sólo era un muerto más: los protocolos civiles quedaron ahogados por los personajillos del Régimen y se implantó el consabido aquí no ha pasado nada. El cuerpo de Leonardo se entregó a sus padres con su verdadero nombre. Yo habría querido ocultar la verdad, el baile de identidades, que únicamente las tres personas testigos de la revelación -Koldobike, el azul y yo mismo- estuviéramos en el secreto. Para Bidane Zumalabe no hubo sorpresa; con respecto a ella, lo único por determinar sería en qué momento de su noviazgo y matrimonio con Leonardo se encontró casada con el que no hubiera querido, confidencia que ella misma nos haría en breve a Koldobike y a mí.

En todo caso, mi primer impulso de callar la verdad chocó con una realidad en marcha: la novela. Había que contar con lo peor, que se publicara; en cuyo caso, naturalmente, todo saldría a la luz. Quizá no fuera muy noble, por mi parte, erigir a la novela en gran árbitro. ¿Habría elegido Bidane Zumalabe la censura, o le tenía sin cuidado que Getxo la tuviera por tonta o algo peor? No le di opción.

En el cementerio de La Galea, junto a la tumba del primer gemelo, el enterrador, Gabino Perurena, tenía reservado un espacio para el segundo, a ruego del padre, Roque Altube, que los quería ver tan juntos como habían vivido, pues lo ocurrido al final lo quiso tomar como un mal sueño. Las dos únicas intervenciones de Bidane Zumalabe fueron, una, su petición a Roque Altube de que diera tierra a Leonardo en cualquier otro lugar del cementerio, petición que el padre entendió y atendió; la segunda demanda la escuchó Gabino Perurena: la tumba junto a la de Eladio, que no iba a ser ocupada, la necesitaba ella; no anduvo con circunloquios, simplemente, la necesitaría ella, en su día, para resarcirse de sus diez años separados.

Días después de todo ello, Koldobike me propuso darnos una vuelta por Zumalabena.

– ¿A qué?

– No le vendrá mal un rato de compañía.

– ¿Compañía?

La verdad es que yo también echaba en falta algo así como un remate. Nada fundamental, claro, a estas alturas… Bidane Zumalabe y Leonardo Altube: ¿cómo fue lo de ellos? ¿Acaso no nos merecíamos conocer…?

No, nadie tenía derecho a hurgar en intimidades…, por poco o mucho morbo que rezumaran. Sin embargo, allí marchábamos Koldobike y yo queriéndonos convencer de que sólo nos animaba un sentimiento de compasión.

Tampoco deseábamos ni siquiera comentar con ella la naturalidad con que nos había utilizado. Comenté:

– Entendió que una esposa no debe desenmascarar a su marido, y nos pasó el paquete. Nos transmitió su gran inquietud por la seguridad de él…, ¡pero era ella la amenaza! Nos condujo hasta donde estaban las cadenas y nos pidió que fueran nuestras manos sacrílegas las que sacaran de la caja del sillón aquel dinero del Gobierno vasco. Pero, claro, no había billetes sino cadenas… ¿Observaste si hubo asombro en su cara? Seguro que no: segundos antes había concluido el tiempo de fingir… -Me asaltan de pronto unos recuerdos que reviso en silencio y Koldobike me pregunta en qué pienso-. No he hablado mucho con Bidane, pero jamás, jamás salió de sus labios la palabra «Eladio». Siempre, «marido». Esto se llama respeto a la legalidad y rechazo del fraude…, ¿a partir de qué año de casados?, ¿debemos seguir manteniendo que no nos merecíamos conocer…?