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No pude más y le eché en cara por qué se inventaba todo eso.

– Una esposa se entera de muchos secretos del marido porque le oye hablar dormido algunas noches -explicó Bidane Zumalabe obviando mi acritud-. Ya no tenía más remedio que delatarle. Así que me convertí en el gran peligro que le amenazaba. Y para mí era una tortura ese papel. Quería y no quería denunciarle. Y recurrí a vosotros. Ya sabéis: tirar la piedra y esconder la mano. -Suspira profundamente-. Pero ya acabó todo.

Al alejarnos de Zumalabena nos llegaron sus últimas palabras desde el portalón:

– Pero me amaba. Mató por mí.

Koldobike pone en mi mano una diminuta cajita de cartón. La abro y son tarjetas de visita. Dicen:

Tomo una de ellas entre los dedos, y mientras la contemplo sin una sensación especial, creo oír la voz incisiva de mi secretaria:

– ¿Sabes lo que te digo, Sam?

No me entero de lo que sigue porque estoy pensando en otros abismos insospechados a los que me puede conducir una tarjeta como ésta.

Ramiro Pinilla

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